CONMOCIÓN.
En defensa de delfines y ballenas
Betty Brannan Jaén
laprensadc@aol.com
Washington, D.C. -Me ha conmocionado ver el gran rechazo que el pueblo panameño ha dado a la propuesta de capturar delfines en aguas panameñas y crear un delfinario cerca de San Carlos. Estoy encantada con los retratos de manifestantes con delfines inflables en la avenida Balboa y con las encuestas que muestran que 80% de los panameños está en contra de este proyecto.
Cuando primero escribí en defensa de las ballenas en 2002, jamás pensé que esa posición era tan compartida en Panamá. Yo había descubierto que el gobierno de Moscoso había vendido su voto en la Comisión Ballenera Internacional (CBI) a Japón, en apoyo de la caza comercial de ballenas, y escribí una columna iracunda que acusaba a ese gobierno de haberse prostituido al servicio de una meta absolutamente repugnante. Debo decir que he escrito cientos de columnas iracundas y que frecuentemente me deprimo al ver lo poco que hemos avanzados sobre algunos de los temas que más me apasionan –libertad de expresión y justicia penal, para citar dos ejemplos.
Por contraste, la reacción a esa primera columna sobre las ballenas me dejó atónita. «Su artículo me ha causado espanto», me escribió una señora. Otro lector me escribió que «los dirigentes de nuestro gobierno nos hacen ver como cavernícolas». Un tercero escribió que su familia había leído la columna «con estupor, pues no imaginamos siquiera que nuestro ‘pequeño y pobre país’ se prestaría para semejante bajeza». En fin, esa columna de 2002 sobre la ballena es la que más reacción ha provocado en mis 17 años de escribir para estas páginas.
Gracias a ese respaldo, apreciados lectores, di plomo sobre el tema en numerosas columnas adicionales ese año, y de nuevo en 2003, y otra vez en 2004, hasta que el gobierno de Martín Torrijos, felizmente, rectificó la posición de Panamá en las reuniones de 2005 de la CBI. Esa actuación del gobierno actual es algo que aplaudo sinceramente, aunque no sin tomar nota de que su posición en defensa de las ballenas ha sido un tanto tambaleante. El año pasado pasamos el susto de que Panamá había perdido su voto en la CBI debido a atraso en el pago de su cuota, crisis que se resolvió al último instante cuando la Cancillería dio orden de que se cancelara la cuota y de que Panamá votara «en defensa de la ballena» en todas las rondas de la reunión. Después me dijeron que lo que había causado el problema es que la Autoridad Marítima no respalda la posición de la Cancillería sobre este tema.
Este año, vuelve y traba, como decimos en buen panameño. Fuentes que siguen de cerca el tema me aseguran que Panamá está otra vez en mora con la CBI y no podrá votar en la reunión de junio en Alaska si no cancela pronto su cuota. Lógico es suponer que la Autoridad Marítima sigue tratando de sabotear la política pro conservación de la ballena que los panameños deseamos y que el gobierno de Torrijos nos ha prometido. Nos urge presionar para que la Cancillería vuelva a corregir la situación.
Igualmente hay que seguir presionando para que el Gobierno rectifique esta decisión repugnante sobre los delfines, que puede ser motivada por corrupción o estupidez o ambas cosas. Asumiré, por el momento, que es simple estupidez porque yo misma confieso haber cometido el error vergonzoso de no solo permitir que mis hijos hicieran un «nado con los delfines» muchos años atrás sino que hasta escribí en 1995 que Panamá podría instalar algo parecido en Fuerte Amador. Reconozco que eso fue estupidez de mi parte y me arrepiento de todo corazón. Tengo muchos años de no ir a circos o a zoológicos porque no quiero subsidiar el maltrato de animales y he debido comprender instantáneamente que «nadar con los delfines» abusa igualmente de estas bellas criaturas.
Mi única excusa -y es muy pobre- es que todos hemos ido evolucionando en cuanto a nuestra comprensión de estos temas, por lo que los delfinarios y shows de mamíferos marinos adiestrados ya son vistos como una explotación cruel, triste, y totalmente innecesaria. Lejos de importar un concepto tan repudiable y desgastado, Panamá –deseosa de ser vista como un centro de eco-turismo– debiera estarse colocando a la vanguardia del movimiento para buscar nuevas maneras de apreciar el esplendor de cada animal en su hábitat natural.
La autora es corresponsal en Washington
La Prensa, 1 de abril de 2007
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