Turismo: nueva gestión de dos patrimonios
Marta Rodríguez
Siempre han sido audibles las voces de los empresarios turísticos en la defensa de sus inversiones (patrimonio privado). Hoy manifiestan, como tenores y sopranos, sus aprehensiones por la anunciada ley que modificará a la Ley Orgánica y a la Ley General de Turismo, mientras que los empresarios miembros de la junta directiva del Instituto Panameño de Turismo (Ipat) siguen afónicos en materia de derechos humanos, frente a los despidos de personal efectuados con métodos pretorianos, homologándose a la bajeza de los funcionarios cavernícolas encargados de infligirlos siendo, por consecuencia, recordados como pares.
Tampoco se pronuncian frente a un turismo que se vislumbra de masa (depredador), y frente al desarrollo inmobiliario que destruye, «encementando», áreas turísticas de belleza incomparable (patrimonio público) y que convierte a Panamá en un gigantesco hogar de ancianos (de escaso gasto turístico), en litorales, islas y áreas agrícolas, para satisfacer el mercado globalizado. Con esto se imposibilita a las zonas de interés turístico, como Boquete, de poder/saber representar su «unicidad e identidad local», rasgos que constituyen la principal diferenciación cultural de los destinos turísticos que prefieren los visitantes sensibles.
¿Quién mide las consecuencias? La unicidad e identidad se pierde con los nuevos paisajes arquitectónicos (que se pueden encontrar en cualquier lugar del planeta), con el poblamiento masivo de nuevos moradores extranjeros y con las migraciones internas.
Pero, ¿podrían los empresarios tutelar simultáneamente sus respectivos patrimonios privados, más el patrimonio público que nos pertenece a todos, sin conflicto de intereses? No, históricamente no lo han hecho, basta pensar en el state of art del turismo y no podrán hacerlo porque la actividad turística se desarrolla en establecimientos/transportes «privados» y para ser vendible (atractiva) no basta el riesgo de la inversión privada, sino que requiere de fiestas públicas: carnavales, patronales, ferias, etc. (a costos de terceros) y de utilizar (cada vez más intensivamente) los espacios (patrimonio público), cuyo uso implica racionalización y gastos de conservación: vistas escénicas (no encementadas etc.), conjuntos monumentales, playas, iluminación, plazas, museos, etc.
Todos los aspectos del patrimonio público podrán ser regulados por un consejo de turismo justo, respetuoso de ambos patrimonios y de los derechos humanos, que eliminará con toda seguridad el sacrificio de subsidiar los carnavales de la capital, por ser injusto y lacerante para con los del resto de la república y para con necesidades más apremiantes.
La junta del Carnaval capitalino podría aprender la ingeniería financiera de sus homólogas de Chitré y Las Tablas, mediante la inédita transferencia tecnológica del interior hacia la capital.
Visto que la actividad turística requiere de animación cultural, ¿deberían estar representadas las organizaciones que promueven el arte y la cultura en el consejo de turismo, así como lo estarían cualquier asociación empresarial turística? Por supuesto que sí. Aunque siempre se le ha tenido al margen, la actividad artística contribuye a destacar el talento y la identidad panameña, de manera que la oferta turística no venda solo banalidades silvestres: casinos, compras y discotecas.
Panamá tendrá por primera vez en la historia un consejo del turismo representativo que, además de impulsar la sostenibilidad del patrimonio público y privado, procurará la incorporación de nuevas modalidades del turismo con la responsabilidad social de la empresa turística; por ende, las cautelas que exigirá el sistema serán más aguerridas que las que osarían imponer los inversionistas y funcionarios de turno.
Sin embargo, ante las estimulantes expectativas que genera la creación de un consejo del turismo –incuestionable y democrático para ser respetado no sólo por el mercado, sino por nosotros, los dueños del patrimonio natural y cultural, no nos hace daño ejercitar este «pilates» mental: mientras que Panamá apuesta por el turismo, obedeciendo entusiasmada al mercado globalizado, en Italia muchos empresarios aquejados por efectos de la economía globalizada afirman, irónicamente, que de continuar la tendencia, no les quedará otra salida que dejar de ser el quinto país industrializado
La autora es cientísta social
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