Vivian Fernández y la ego-gula por los parques de Panamá

Pintada de verde

CONTRADICCIÓN. Nadie lo puede negar. Vivian Fernández de Torrijos, mejor conocida desde septiembre de 2004 como Primera Dama, trabaja sin cesar. Incluso, me atrevería a decir que el presidente Martín Torrijos le debe en gran medida su buena imagen al trabajo social que desempeña su esposa. Esta realidad no niega, sin embargo, algo que me acongoja desde siempre: en la medida que el llamado Despacho de la Primera Dama crece y se fortalece, se debilita la institucionalidad… esa que no tiene a su disposición equipos de relaciones públicas y que le cuesta mucho que su labor sea conocida. Veamos un ejemplo: mientras el gobierno lleva años hablando de un supuesto proyecto descentralizador y de su intención de fortalecer los gobiernos locales, desde el Despacho de la Primera Dama se impulsa la creación de la «Fundación Nacional de Parques Naturales y Recreativos», como una instancia «de derecho privado» que manejará una llamada red de parques naturales y recreativos.

Vivian Fernandez de Torrijos

Vivian Fernandez de Torrijos

¿Extraño, no? ¿No son los parques una de las típicas competencias de los municipios? ¿Cómo se pretende fortalecer a los gobiernos locales, quitándoles el manejo de uno de sus principales bienes? ¿Algún ministro o asesor presidencial se habrá atrevido a evidenciar esta contradicción en políticas públicas, durante el Consejo de Gabinete que aprobó este proyecto? Pero la cosa es más grave aún. Resulta que ya existe una red de áreas protegidas (que incluye algunos de los llamados parques nacionales que cuentan con estrictos planes de manejo), bajo competencia de la Autoridad Nacional del Ambiente (Anam).

¿Entonces? Por lo pronto, el proyecto de ley que crea la nueva Fundación que presidirá la Primera Dama, ya pasó el primer debate en la Comisión legislativa de Ambiente. Y como justificación, el inefable diputado Milciades Concepción alega que «el rápido crecimiento de la población está provocando la destrucción paulatina de los recursos naturales» (¿?). A ver si me aclaro: ni los municipios, ni la Anam tienen recursos para evitar la destrucción que menciona don Milciades. Por ello, que doña Vivian maneje todo. Lo dicho: abajo la institucionalidad.

Lina Vega Abad
lina@prensa.com

Azuero versus el ataque minero

POBREZA Y ABANDONO REGIONAL.

Sobre bosques, minería y cultura orejana

Milcíades Pinzón Rodríguez

Me gusta llamar Península de Cubitá a la región que comprende Herrera y Los Santos, creo que el apelativo es más certero que el de Azuero, denominación colombiana que honra la memoria del Dr. Vicente Azuero y Plata, personaje santanderista que no tuvo vínculos con la región. Cubitá es el nombre indígena del Río La Villa.

La zona es un cuadrilátero con apenas 80 kilómetros de ancho por 100 de largo. Sin embargo, la región ha hecho un aporte nacional que no se compagina con su dimensión geográfica. Cuando se estudia este espacio bajo la mirada escrutadora de la sociología salen a relucir verdades que no siempre son de dominio público. Yo he nacido y crecido en la península y he tratado de amarla con el corazón y pensarla con el cerebro. Me duelen sus cosas, como a un chiricano la suerte del Barú o a un habitante de la ciudad de Panamá las amenazas que pudieran cernirse sobre el Cerro Ancón. Para mí, el Canajagua es un símbolo, el 10 de noviembre un emblema de libertad, la mejorana un ícono de nuestra identidad y La Moñona el legado religioso.

La cultura de la región está casada con la economía. Podría decir que en los últimos 500 años se forjó una sociedad centrada en la agricultura y la ganadería, aparte de algunas contribuciones menores del sector terciario. En cambio, la cultura regional es un amasijo complejo de valores y creencias que tiene parte de su sustento en una estructura agraria minifundista. A diferencia de Coclé y Veraguas, la pequeña propiedad se enseñoreó sobre los campos, mientras aquéllas se distinguían por el latifundio.

Herrera y Los Santos no son peores ni mejores que el resto de las provincias, pero tienen una identidad que debe respetarse. El minifundio hizo posible un amor a la tierra que permitió que floreciera un sentimiento de apego al terruño, fenómeno que ha dado vida al folclor regional. Actualmente se vive la destrucción de esa añeja estructura socioeconómica. Pienso cómo, por ejemplo, la minería con su destrucción ecológica y su visión fenicia, podría constituirse en un poderoso factor de destrucción que rebasaría la cuestión ecológica y amenazaría los cimientos sociales y culturales del hombre orejano. El asunto se torna más complejo si a ese «sancocho» le añadimos ingredientes como la compra de los terrenos de las costas, la destrucción de los manglares, la desaparición de los bosques, la contaminación de los ríos, la presencia de los agroquímicos y una economía vapuleada por la política económica de corte neoliberal.

La minería no sólo es perjudicial por su impacto sobre los ecosistemas regionales, sus actividades amenazan el sustrato de la cultura campesina, estimulan el latifundio y colocan al grueso de la población en el centro de una tormenta que tendría la depredadora actividad minera en las montañas y al turismo desenfrenado en las costas. En ese emparedado de intereses mercuriales la población tendría que preservar su identidad cultural y mantener sus actividades económicas. Todo esto mientras suenan las murgas, los acordeones, las mejoranas y las cantaderas en un esfuerzo por subsistir en el siglo XXI.

Hay pobreza y abandono regional, pero los gobiernos de turno recetan la minería para que el orejano de Cubitá calme sus males. Desde las montañas y sobre las cuencas hidrográficas, ¡increíble! Nunca antes se ha jugado tan miserablemente con el hombre del campo. Quiero pensar, quizás ingenuamente, que el silencio de algunas autoridades regionales y nacionales es producto del desconocimiento, mas no excusa para la iniquidad.

Como habitante de la zona lucho para que le región se desarrolle, tampoco me opongo al progreso, pero aspiro a un desarrollo sostenible y con equidad. Si duda la región tiene otros problemas que reclaman su atención, pero la minería a cielo abierto llega a la Península para apagar con gasolina las llamas del incendio. Sean serios, ¡así no se juega con la suerte de un pueblo noble y trabajador!

 

El autor es sociólogo