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Para Leopoldo Manso el aprovechamiento de los residuos en la industria es un tema fundamental. Actualmente desarrolla un proyecto para la elaboración de biodiésel a partir de aceite comestible de desecho
Zoraida Chong zchong@prensa.com
Leopoldo Manso es especialista en química de alimentos, y ha dedicado su vida a investigaciones relacionadas con la agroindustria, sin embargo, hace dos años inició un proyecto para la elaboración de biodiésel a partir de aceite de cocina reciclado. El estudio es parte de su labor en el Centro de Producción e Investigación Agroindustrial de la Universidad Tecnológica de Panamá (UTP) y se trata de un proyecto piloto que permitirá alcanzar estándares de calidad que luego puedan ser reproducidos a mayor escala. Panameño de nacimiento, Manso se formó en la Universidad de La Habana y trabajó en la Academia de Ciencias de Cuba durante varios años. Con un dejo de acento cubano aclara que en la aventura del biodiésel lo acompañan Marcelo Coronado y Nelson Barranco, también investigadores de la UTP. El primer objetivo de este equipo fue montar una planta pequeña; el segundo, que su producto cumpliera con las normas internacionales, algo que ya lograron. Finalmente, tenían que probar el combustible ecológico en un vehículo a lo largo de un periodo relativamente largo para determinar sus efectos, positivos o negativos, en el mismo. “Una persona puede producir biodiésel, como en un programa de televisión, en una licuadora, pero eso se lo echa a su carro y él mismo es responsable de lo que le pasa a su vehículo, pero para la comercialización tiene que estar respaldado por la Dirección General de Hidrocarburos, que garantice que no dañe los carros”, explica. Por otro lado, como científico e investigador de la UTP, Manso busca que sus proyectos sean comercialmente viables. “El investigador no puede perder de vista el aspecto económico. Recoger todo el aceite y transportarlo resulta costoso, por eso lo ideal sería aprovechar el que generan grandes productores, como los hospitales”. En este sentido, sabe que este tipo de industria difícilmente podría competir con la producción de combustibles fósiles a gran escala, pero su meta va más allá de eso. “Al utilizar aceite reciclado no estamos compitiendo con la producción de alimentos, sino que estamos trabajando a favor de eliminar un residuo. Mientras la disponibilidad de tierras cultivables disminuye por su utilización para la producción de biocombustibles, los residuos van en aumento, porque cada vez hay más comida rápida”. Los estudios sobre biodiésel de Manso y sus compañeros estarán listos a finales de este año, incluso, la parte de viabilidad económica, sin embargo, ya se tienen adelantos de sus posibles aplicaciones. “Nosotros tenemos un automóvil que se mueve exclusivamente con biodiésel, así mismo lo pueden hacer otras universidades, hospitales y cualquiera que genere aceite comestible de residuo, es cuestión únicamente de tener el conocimiento sobre un método que cumpla con los estándares internacionales”, argumenta. Y es que la planta de biodiésel de la UTP no ocupa más de 15 metros cuadrados, y tiene capacidad para producir hasta 200 litros diarios del biocombustible. La inclinación del especialista por la investigación sobre residuos no es nueva. De hecho, otro de sus proyectos estrella es el secador de alimentos, que en 2007 le valió el segundo lugar del concurso realizado por el Ministerio de Comercio e Industrias, en la Semana de la Inventiva y la Innovación. Ese estudio ya se completó y actualmente se está instalando un secador en una empresa productora de café en Boquete. En su primera etapa, el mecanismo permitirá secar media tonelada de grano diariamente. En un mundo que enfrenta las consecuencias de la industrialización, como la contaminación y el cambio climático, pero que al mismo tiempo vive el rápido desarrollo de países que antes se dedicaban a actividades de mera subsistencia, todo parece indicar que el tema de los residuos, que tanto interesa a Leopoldo Manso, seguirá vigente por tiempo indefinido. |
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Entrevista
Desde hace muchos años algunos estudiosos y expertos han estado vaticinando el riesgo de que la humanidad tenga que enfrentarse en un futuro no tan lejano a una gran hambruna. La advertencia se hizo bajo la premisa de que la producción de alimentos no está creciendo al mismo ritmo en que se incrementan las necesidades que, en ese orden, tiene la población mundial. Aunque afortunadamente estas advertencias no se han cumplido hasta la fecha con todo su rigor, tales predicciones parecieran cobrar nuevamente vigencia ante las políticas que vienen impulsando las grandes economías, principalmente Estados Unidos, que promueve e incentiva la utilización cada vez mayor de cultivos como el maíz para la elaboración de biocombustibles en lugar de su empleo en la producción de alimentos. Tal es la situación que de acuerdo al nuevo proyecto de ley de energía firmado recientemente por el Gobierno estadounidense, los requerimientos de combustible renovable basados en la utilización de grano deberán alcanzar para el año 2022 un mínimo de 15 billones de galones de etanol, que, de acuerdo a los niveles de producción actual, demandarán la utilización de aproximadamente el 41% de la producción total de maíz de Estados Unidos que a su vez representa el 40% de la producción y el 70% de las exportaciones mundiales de este grano. Esta tendencia marcada y constante que se viene observando en el crecimiento de la demanda bioenergética, sumado al aumento del consumo por parte de economías emergentes como China e India, las afectaciones por desórdenes climatológicos como los ocurridos en Nueva Zelanda y Australia y los incrementos en los precios del petróleo están produciendo una escalada en los precios de los productos alimenticios básicos que en el año 2007 alcanzaron un aumento promedio del 13% a nivel mundial y que no tiene ningún viso de mejoría a corto plazo. Realidad mundial En este preocupante y cada vez más complicado escenario, vemos cómo productos como el maíz han alcanzado su precio histórico más alto en los últimos 12 años, la soya y el trigo se cotizan a precios récord y un producto tan consumido en Panamá como lo es el arroz ha visto duplicar su precio en el mercado internacional en el último año. Para países pobres, el aumento en los precios de los productos de primera necesidad se traduce en una mayor inflación, ya que los alimentos tienen un peso mucho mayor en el gasto de consumo de la población. Para Panamá lo mismo que para nuestros gobernantes y la sociedad, esta situación nos enfrenta a un nuevo reto en la lucha que todos debemos estar comprometidos a librar en contra de uno de nuestros principales problemas sociales, como es el combate a la pobreza y todas sus secuelas, entre ellas el hambre y la malnutrición. La realidad es que Panamá no ha escapado de los efectos derivados de los inusitados incrementos en los productos terminados, materias primas e insumos utilizados en la producción de alimentos. Para citar solamente un par de casos, el maíz y la soya que se utilizan en la avicultura y demás actividades pecuarias han sufrido incrementos en sus precios en comparación con el promedio del año anterior por el orden del 102% y 89%, respectivamente. Fácilmente a la avicultura y a la porcicultura panameñas estos aumentos le están significando más de 50 millones de sobre costos en un año. Pero si bien esta situación representa una mayor vulnerabilidad para un número importante de panameños que viven en situación de pobreza (20.5%) y de extrema pobreza (16.7%), también representa la oportunidad de que, así como después de casi cien años dejamos de vivir de espaldas al mar, también dejemos de vivir a espaldas del campo, como ha estado ocurriendo en los últimos años ante la falta de consistencia en las políticas y estrategias que han venido orientando al sector agropecuario panameño. Después de que por muchos años el sector productivo agropecuario se debatió frente a los argumentos convenientemente sesgados de sus detractores oficiosos, que siempre se esforzaron por hacer prevalecer la idea de que lo más conveniente para el país era depender de las importaciones de los productos alimenticios, so pretexto de que resultaba más barato adquirirlos en el mercado internacional, la realidad de hoy deja muy pocas dudas de que nuestros países deben evolucionar hacia la adopción de una política de seguridad alimentaria cónsona con el postulado de que la comida más cara es la que no producimos. Las iniciativas que se adelanten en esta dirección, no solamente deben estar enfocadas en resolver los problemas recurrentes del agro panameño, sino también que los estímulos e incentivos a la producción que actualmente están muy orientados a promover las exportaciones, igualmente alcancen a los productores que se dedican a abastecer el mercado nacional, pero más importante aún que esos productores en cada una de sus escalas puedan integrarse de manera efectiva en la cadena de comercialización para que los beneficios de las eficiencias que se generen en la producción lleguen con la menor distorsión posible a nuestros consumidores. En conclusión, alertamos de la necesidad de que, así como tuvimos una visión y compromiso de país con respecto al funcionamiento, desarrollo y explotación de nuestro principal activo, el Canal de Panamá, también tengamos la capacidad de unirnos alrededor de un compromiso nacional que permita la adopción de una política de estado que garantice que nuestros productores puedan abastecer el mercado nacional de alimentos de primera necesidad en forma sostenida, competitiva y eficiente.
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