«En este negocio todos somos socios.» dice ingenuamente la autora del artículo abajo desplegado. Lamentablemente este es evidentemente un negocio de Norberto Odebrecht (Jodebrecht dicen otros) y el Clan de Martin Torrijos Espino. Qué nadie lo dude! Solo comience preguntándose quienes son los dueños e intermediarios de cada rubro (piedra, tierra, cemento, etc) o equipo (maquinarias, etc) utilizado en el relleno costero, que así es que debe llamarse esta mala obra de pésimo gusto y mucha corrupción.
CUMPLIMIENTO DE CONTRATO.
Cinta costera ¿verde o de concreto?
Patrizia Pinzón
opinion@prensa.com
En mi oficina tengo una foto de 1908, tomada desde el Cerro Ancón, que muestra la bahía de Panamá desde lo que hoy es Paitilla hasta el Casco Viejo. Todo el que se fija me pregunta: «¿Y eso es en donde queda hoy el Miramar y Multiplaza? ¡Qué increíble! Cómo ha cambiado Panamá».
El país lucha hoy día por lograr una identidad. La ciudad y los habitantes crecen cual adolescentes llenos de hormonas y preguntas. ¿Quiénes somos? ¿Qué queremos? ¿Qué es bueno o malo? ¿Cuál es mi propio camino? Mi mejor consejo: guiémonos por quienes han vivido ya la experiencia.
Por ejemplo, Miami Beach se transformó de gueto a un generador de riqueza. Es una identidad para Florida. ¿Qué hizo esto posible? ¿Los cubanos? Es cierto que ellos, como extranjeros empresarios, inyectaron a la economía energía e ideas. Pero la mezcla funcionó por la existencia de una enorme playa pública. Gran parte de esa playa es artificial. Ese proyecto fue planificado por la alcaldía, por medio de un plan de mercadeo para sacar a la ciudad de su hueco y lanzarla al estrellato. ¿En qué consistía? En crear una imagen tropical. Se gastaron millones de dólares en llenar la playa de arena, las calles de palmeras, regular alturas, el tráfico y la recolección de basura. Se gastaron millones en crear una playa. ¿Curioso no? Sus estudios señalaron que las ciudades más atractivas del mundo eran las que tenían playas y que si querían competir en el mapa mundial tenían que tener una y diferenciarse creando un aura tropical. Fue una decisión de negocios que funcionó bien, al punto que ahora su mayor gasto es cuidar y rellenar la playa.
Nosotros tuvimos la playa, pero luego surgió la Avenida Balboa, proyecto que fue vendido como «un área verde», llena de parques y zonas recreativas. Ahora solo quedan los parques Balboa y Anayansi, estrangulados entre dos peligrosísimas autopistas. Tapamos la playa con calle, construimos un hotel encima y lo llamamos «progreso». Pero en realidad nos autogoleamos. Y ni pensar en limpiar la bahía, que hubiera sido más fácil entonces que ahora. Otro autogol. ¿Y si la hubiéramos dejado quieta? ¿Se imaginan? A veces menos es más.
Hoy sabemos que para generar riqueza necesitamos zonas verdes. La Cinta Costera puede corregir los errores del pasado, sin embargo, el proyecto peligra al proponer un verde maquillado. ¡Despertemos! No necesitamos más «plazas de cemento». Nadie viaja para ver estacionamientos ni calles. Eso no crea valor. La Cinta Costera debe ser lo que prometió públicamente ser. En este negocio todos somos socios. Nosotros, con nuestros impuestos, ponemos el dinero y debemos exigir el cumplimiento del contrato. Sólo así los beneficios serán para todos y durante muchos años. Se generarán más empleos, turismo y riqueza. La experiencia lo comprueba.
La autora es corredora de bienes raíces
Filed under: Ciudad de Panamá, Urbanismo | Tagged: cinta costera, Ciudad de Panamá, Panamá, Urbanismo |
Deja una respuesta