Siguen construyendo colosos espantosos en la ciudad de Panamá

CONTRASTES LAMENTABLES.

¡No a la piña!

Betty Brannan Jaén
laprensadc@aol.com

ANTIBES, Francia. –Cada viaje a Europa es una lección –para mí, cada vez más dolorosa– de cómo hay culturas que valoran y protegen su historia en todas sus manifestaciones, incluyendo la arquitectónica y la paisajista.

Para ejemplo, un botón: El fin de semana pasado, fuimos a una boda en los Alpes franceses en que la recepción se celebró en un espléndido edificio de piedra del siglo 11, al borde del lago más grande de Francia. Los novios llegaron en bote a la recepción, que aprovechó al máximo el bello paisaje; los invitados, champaña en mano, paseaban en bote por el lago durante la hora del coctel.

La ciudad de Panamá en la década de 1970, nótese que la Baha estaba libre de espantosos rascacielos que hoy tapan la vista de la Baha.  Qué estupidez el dejar que destruyeran la Baha de Panamá!

La ciudad de Panamá en la década de 1970, nótese que la Bahía estaba libre de espantosos rascacielos que hoy tapan la vista del mar de todos. Qué estupidez el dejar que destruyeran la Bahía de Panamá! Foto: Pirineus en http://www.skyscrapercity.com.

En Panamá, por contraste, una de mis angustias es que vivimos “a espaldas del mar” (frase de mi colega, Lina Vega, si mal no recuerdo). A mis 60 años, jamás en Panamá he asistido a una boda al borde del mar que de veras celebre esa privilegiada vista. A diferencia de miles de otras ciudades con bahía, Panamá es la única que conozco que no hace gala de gozar su mar, con una abundancia de restaurantes flotantes o sobre el agua, taxis acuáticos, y mini cruceros de todo tipo. Solo hay que ver cómo convertimos nuestra bahía en cloaca para comprender lo poco que nos importa con nuestro mar.

Aquí en el sur de Francia, por contraste, cada pueblito es un homenaje a la belleza del mar Mediterráneo y al legado histórico del lugar. Estoy escribiendo esta columna en una casa que no me ha confesado su edad, pero yo le calculo unos 300 años, como mínimo. Todo en el pueblo mira hacia el mar, sin un solo rascacielos o balcón cerrado en vidrio negro. Habrá cientos de miles de turistas y extranjeros deseosos de comprar una vivienda aquí, pero a nadie se le ha ocurrido derribar todas las casitas viejas del pueblo para llenarlo de torres de alta densidad. Esas torres existen en la Costa del Sol, en España, y a los franceses les parece deplorable.

Qué triste el contraste con Panamá. El Casco Viejo parece estar a salvo, pero Bella Vista está a punto de desaparecer. Como escribí hace dos domingos, no solamente han destruido el 90% de Bella Vista al reemplazar bellas residencias con espantosas torres, sino que ahora pretenden utilizar la “valorización” de la cinta costera para sacar a la fuerza a los pocos que insisten en quedarse en sus casas. (Mi familia, admito, está en esa situación). Esta es una medida anti ciudadana y sin transparencia con la que pretenden poner una pistola a la cabeza de los propietarios en Bella Vista que no quieren vender. No es suficiente que el 90% del barrio sea una asfixiante jungla de cemento; quieren que sea el 100%.

Después de esa columna, el correo que recibí de los lectores fue casi unánime en respaldo a mi punto de vista, y los lectores me plantearon dos tesis como posible explicación de lo que está motivando al Gobierno (además de simple avaricia y sospechas de corrupción). Una tesis es que el Ministerio de Obras Públicas, dirigido, como sabemos, por personas de escasa altura, ha decidido que “se ve feo” tener a residencias unifamiliares al lado de los rascacielos. La pobreza de ese criterio estético me deja sin aliento.

Pero la otra tesis que me mencionaron los lectores es aún más preocupante, porque lo que se me planteó es que el gobierno de Martin Torrijos le ha puesto la puntería a Bella Vista como castigo por haber sido “cuna de civilistas”. ¿Qué les parece eso? Si así son las cosas, estoy tentada a proponer en mi casa que pongamos un bandera de “¡No a la piña!” en el balcón. Contra los batalloneros, más vale morir peleando (let’s go down fighting, como dicen los norteamericanos).

Por otro lado, un lector me escribió que la valorización para la cinta costera –aunque ciertamente excesiva– está perfectamente dentro de lo autorizado por ley y no debiera sorprenderme porque el ministro de Obras Públicas, Benjamín Colamarco, había declarado desde el año pasado que así se pagaría “una parte” de la obra. “Búsquelo en La Prensa”, señaló el lector. Bueno, lo busqué y no lo encontré, pero es posible que mi búsqueda no haya sido completa porque acá tengo una conexión lenta. Si alguien lo encuentra, agradeceré que me avisen, aunque me reservo el derecho de impugnar la honestidad de esas declaraciones cuando veamos exactamente qué se le dijo a la ciudadanía.

La autora es corresponsal de ‘La Prensa’