Nasos atrapados en su propia tierra

Los naso, enlatados en su propia tierra

Por Paco Gómez, Panamá en ruta

Camino a San San Drui nos cruzamos con un vehículo policial ‘todoterreno’ acompañado de un par de carros más con agentes de la Dirección de Investigaciones Judiciales, la corregidora y algún funcionario despistado más. Ya sabíamos que la visita sorpresa a esta comunidad naso no podía ser buena. Al llegar, la comunidad nos recibe con amabilidad y nos cuenta que han venido a amenazarlos: después de carnaval serán desalojados de sus tierras. Como siempre, la Ganadera Bocas (Mario Guardia) pretende ganar la batalla y exige que los indígenas abandonen estas tierras, en pleito desde hace décadas pero ocupadas, mantenidas y trabajadas por los naso todo ese tiempo.

No doy los nombres de los vecinos porque prefieren guardarlo, pero sí les diré que están dispuestos a ir hasta la última. Una mujer, fuerte, decidida, de palabras contundentes, lo expresa sin ambages: “Si creen que las flechas son de decoración están listos. A mi no me sacan de acá”. El hermano de esta garantía de mujer, tiene otro símil: “Esa gente de Ganadera Bocas tiene una fiebre de tierras y yo tengo la pastilla para bajársela, ojalá no haya que utilizarla”.

La situación es tensa, y el rey Naso, Valentín Santana (en pugna con el otro rey, sobrino de él, Tito Santana), me dice que para ellos solo hay un objetivo, que el gobierno y la Asamblea Nacional den vía libre a la nueva Comarca Naso, 112 mil hectáreas que les permitirían demarcar territorio y defenderse mejor porque, ahora, están como “sardinas enlatadas”, rodeados por empresas y sin Estado que proteja.

El día ha sido de sol, agua y barro. En la mañana, acompañado por dos jóvenes líderes naso, Eliseo y Reynaldo, remontamos el corrientoso río Teribe en dirección a Bonyik, la comunidad en la desembocadura del río Bon que ya está viendo los efectos de un proyecto de hidroeléctrica de Empresas Públicas de Medellín (Colombia). Aquí ha habido enfrentamientos con la policía, balas, quema de maquinaria y muy poco entendimiento.

La propia división del pueblo naso, con dos líderes, favorece el enredo, pero, por lo que pude ver, la actitud de la empresa no ayuda. Una carretera que atraviesa lugares poblados, desvío del río en puntos que afectan a la comunidad, incluso mortandad de peces antes siquiera de empezar a construir la represa.

Esteban Durán y su hermano Teódolo son de los más afectados por la carretera. No piensan rendirse y relatan la odisea que ya dura dos años a la sombra de un palo y con el ruido de fondo de la maquinaria pesada que revienta roca en una loma vecina. “Vender a la tierra es como vender a la madre”, asegura Teódolo sin pestañear. Esteban, algo más rudo y directo, amenaza: “A este perro lo van a ver muerto, pero sin salir de este potrero”.

Como siempre que uno visita este tipo de comunidades, expuestas a estos gigantes, queda la sensación de pequeñez como periodista. Ellos creen que de algo sirve que yo llegue hasta allá y los escuche para contar su historia, yo siempre les digo que no se hagan ilusiones que lo único que tienen es mi hermandad porque cada vez más los poderosos hacen oídos sordos a las denuncias públicas. Sin embargo, siento que venir, compartir con ellos, hablar, compartir, ya es parte de la solución: crear un tejido de solidaridades que algún día les permita reaccionar ante el siguiente abuso.

Ustedes ya son parte de esa madeja.

Buenas noche

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