‘En este país hay tantos recursos que se desvían no solo por los funcionarios irresponsables sino también por los ciudadanos que miran para otro lado’.
Niño que llegaba con la camisa sucia al salón, niño que era regañado por la maestra. Maribel Jaén, la actual directora de la Comisión de Justicia y Paz, tiene ese recuerdo de cuando tenía siete años. Ella, que sí llevaba su camisa limpia, le contó a su papá. Él le explicó que esos alumnos venían de barrios donde el agua no llegaba, era transportada en carros cisterna, quizás por eso no tenían siempre uniformes limpios. Entonces el regaño le pareció injusto, y cayó en cuenta de que no todos tenían la misma suerte.Siguiendo el ejemplo de sus papás católicos, Maribel se convirtió en catequista, coordinadora de grupos juveniles y activista de su comunidad en un momento en que los jóvenes católicos de San Miguelito estaban organizados.
Era principio de los 80. Por ese voluntariado mereció, al igual que otros compañeros suyos, una beca para estudiar sociología en la Universidad Santa María La Antigua. Supo que con ese diploma no se haría rica, pero sus profesores le hablaron de la posibilidad de estudiar la sociedad y transformarla para que hombres y mujeres puedan desarrollarse de manera plena.
Esa meta, Maribel, en su oficina en el Arzobispado, detrás de la Iglesia de Lourdes en Carrasquilla, la cree posible. Después de graduarse con una tesis sobre educación formal y derechos humanos, trabajó en grupos barriales, en proyectos a favor de los derechos de la niñez, e hizo un libro sobre ese tema. En 2002 gana por concurso el puesto de directora ejecutiva de la Comisión de Justicia y Paz que participa, entre otros proyectos, en la observación de los comicios electorales trabaja por los derechos de los privados de libertad y los refugiados. “Somos el departamento de derechos humanos de la Iglesia”, dice.
— La justicia, la paz, la tolerancia.. ¿qué tan posible es que alcancemos esos ideales por los que usted trabaja?
— Un defensor de los derechos humanos sabe que el respeto a la dignidad es posible, justo y necesario. Todos tenemos la responsabilidad de construir una sociedad donde la gente viva bien. Panamá tiene muchos recursos que deberían estar al servicio de todos.
— En la década del 80 se luchaba por la democracia y el respeto a la vida, ¿la lucha hoy es por cerrar la brecha económica?
— En algún momento lo más importante eran los derechos civiles y políticos. En ello hemos avanzado, queda mucho por hacer. Nuestro principal desafío es alcanzar el respeto a los derechos económicos y sociales: derecho al trabajo, a la salud, a la educación, vivienda.
— Circula el pensamiento de que en Panamá él que es pobre es porque quiere.
— Recibimos una formación muy individualista. Decimos ‘yo fui pobre y me superé, por qué no pueden hacerlo los demás’. La realidad es que un chico de Cerro Viejo en Tolé no tiene las mismas oportunidades, aun si le ponen tres computadoras en su escuela. La diferenciación social existe. Es una carrera donde hay unos bien alimentados, ejercitados y otros mal alimentados que no saben para dónde van. Tendríamos que cambiar por un modelo de desarrollo más humano, no uno de acumulación de capital para un sector donde solo se enfatiza el consumismo, vamos a terminar consumiéndonos todos.
— ¿Cuando habla así no le dicen comunista?
— Soy cristiana. Cuando el Señor dijo ámense unos a los otros no era comunista. Tenemos que tratarnos como hermanos. No me da miedo que la gente diga eso de mí. No se aguanta vivir en un mundo donde se dan millones para un Carnaval mientras mamás de niños con cáncer tienen que pedir por un oncólogo para sus hijos.
— Ustedes se han opuesto al aumento de penas de menores ¿cuál es su opinión sobre el problema de seguridad?
— El tema de seguridad está relacionado a la violencia, que tiene que ver con la exclusión. Las medidas de mano dura no han hecho disminuir la violencia porque no se puede controlar con más cárceles o más policías sino creando condiciones para que la gente pueda desarrollarse de manera integral. Se necesita una justicia expedita y equitativa, muchas veces se manda el mensaje de que quien tiene plata tiene más acceso a la justicia.
La Comisión de Justicia y Paz fue creada en 1990 como parte de la Iglesia católica. Entre sus intenciones estaba incentivar en los laicos el compromiso con la solución de los problemas sociales. En 1994 propicia la firma del Pacto Ético Electoral. Desde ese año, el de las primeras elecciones en democracia, la Comisión se organiza para monitorear los comicios. En las últimas elecciones mil 500 observadores se movilizaron con recursos propios y apoyo del Tribunal Electoral como garantes de un torneo transparente. Llevaban un conteo a boca de urna que diagnosticaba la tendencia del voto.
— Iglesia y Estado guardan distancia, ¿esta tarea de la Comisión no es intervenir en política? — No. Siempre ha habido una relación Iglesia – Estado respetuosa. La información que maneja la Iglesia sobre la tendencia del voto el día de las elecciones no es para hacerse pública, a menos que exista una irregularidad, entonces sí la Iglesia se pronunciaría.
— ¿Cómo se ha avanzado en los compromisos del pacto ético?
— Hay que pasar de un lenguaje descalificativo a uno propositivo. Recuperarnos de esas campañas de subasta electorera, de clientelismo, no puede ser que cada cinco años se reciclen funcionarios que cambian de partido. Los ciudadanos tenemos que exigir cuentas. Ser ciudadano no es solo ir cada cinco años a votar.
— ¿Qué más es ser ciudadano?
— Dar seguimiento al legislador por el que uno vota, no solo es saber que acomodó bien su casa y ahora tiene varios carros. Panamá tiene una inversión social alta con resultados bajos. Tantos recursos se desvían por funcionarios irresponsables, pero también por ciudadanos que miran para otro lado. No puede ser que se ponga un cartelón que diga: ‘aquí se construye una potabilizadora’, no se construye nada y la gente es indiferente.
— Lo que la gente hace es trancar las calles.
— Ese es el recurso aprendido. El Gobierno no entiende si no hay bloqueo, por eso los hay semanalmente. Tenemos que aprender a utilizar otros mecanismos formales e informales. Informales: presentarse en grupo a una institución, enviar un comunicado a los medios de comunicación. Formal: exigir un hábeas data. La gente se puede apropiar de esos recursos jurídicos sin necesidad de abogados.
— Para usar esos recursos formales hay que subir y bajar muchas escaleras. La gente se frustra.
— La justicia tiene que ser accesible porque las personas se encuentran con un aparataje burocrático que no le para bola a nadie.
— ¿Qué grupos se han organizado para exigir sus derechos con éxito?
— Está la experiencia de Alianza ciudadana, que se organiza con comunicados, debates en la asamblea y participación en los medios. En el interior se han organizado grupos ambientalistas. También hay otros, más ligados a grupos políticos
— Existe apatía por participar en estos movimientos porque se perciben como trampolín político.
— Sí, hay una desconfianza exacerbada por tanta gente que ha utilizado el poder para enriquecerse. No todo el mundo que lucha por su comunidad lo hace con interés político. A veces son los partidos los que se enteran del trabajo de esos líderes y los captan. Necesitamos nuevos liderazgos, no basados en el interés personal.
— Superar el clientelismo es otro reto. La gente muy pobre no ve otra opción que aprovechar las hojas de zinc que a cambio de votos le ofrecen.
— Habría que tener un mecanismo de la administración pública para evitar eso. Hay convenios internacionales sobre el tema que no se cumplen. Detrás de ese tipo de clientelismo hay una filosofía de mezquindad, de manipular el hambre. La gente piensa en aprovechar las campañas electorales para que les hagan una carretera, eso es negociar los derechos, no debería ser así. Es un derecho tener carretera, agua potable, escuelas, electrificación. Los gobiernos deben cumplir.
— Y los políticos dicen: ‘si no regalo bloques o les doy dinero no consigo nada’ , también se sienten víctimas del sistema…
— Sí, casi mártires… La cultura del clientelismo es de muchos años. Al inicio de la República los candidatos regalaban licor, ahora hacen otros regalos de manera menos visible. Se necesitará mucho tiempo para cambiar esa estructura.
— ¿Cómo se puede hacer?
— Con educación ciudadana, aunque es el camino más largo. Es una tarea de los grupos organizados, de la escuela, de los gobiernos, de los partidos.
— ¿Conviene a los partidos educar a los ciudadanos?
— No les conviene ni les interesa. Pero tendrán que hacerlo. Se han convertido en una de las organizaciones percibidas con mayor nivel de corrupción. Aunque la gente acepte su rejuego. La única fuerza de los partidos es el poder económico. La gente se afilia porque necesita un empleo. No hay militancia, los fondos se usan para campaña no para educar a los afiliados en política. Los afiliados deberían poder saber de dónde vienen los fondos privados, cómo se van a usar, cuánto se gasta en propaganda y cuánto en educación. Ocurre la misma deformación que en la sociedad: los que tienen más dinero tienen más posibilidad de acceder a las posiciones de poder en el partido.
— ¿Cuál será el principal desafío de los partidos dentro de la próxima campaña?
— Hacer las elecciones internas, llevar una mayor transparencia en el manejo del financiamiento privado, más educación y menos campaña. El desafío de la sociedad civil es asumir un rol más activo, pedir cuentas, que los funcionarios sientan que se deben a la ciudadanía. El ciudadano tiene que saber que tiene ese poder y que su responsabilidad es ser más activo en la construcción del país
— Hay mucho por hacer ¿Cómo hace para no desanimarse?
— Mucha gente trabaja en esto. Me animo cuando veo cómo se han organizado los grupos de discapacitados, de adultos mayores, de mujeres y de afrodescendientes. Hay sacerdotes, médicos, incluso funcionarios muy comprometidos, que quizás no se convierten en noticia. El camino del Señor no fue fácil, tuvo espinas. Físicamente no veré los resultados, pero tengo una responsabilidad con las nuevas generaciones y ellas tendrán que asumir la suya.
— ¿A sus dos hijas qué les enseña?
— Que tienen que educarse para servir y tener conciencia social. En la escuela les inculcan a los muchachos a formarse para tener dinero, ser gente para la industria, pero dejan de lado el aspecto humano.
— Muchos son escépticos ante esa filosofía.
— Hay quienes pensarán que el dinero y el consumismo es lo más importante. No lo es. Cristianos y personas de distintas creencias trabajan con la esperanza de dar mejores condiciones de vida a otros. Es trabajar con los demás, no por los demás.
Publicado en Revista Mosaico, La Prensa, 17 de febrero de 2009.