Los caminos transístmicos coloniales de Panamá

Los caminos transístmicos

Los caminos que se originaban en las poblaciones de Nombre de Dios y Portobelo (antes Fortuna), a los cuales hay que agregar las del otro puerto atlántico, el de Chagres. Eran el Camino Real (todo terrestre) y el Camino de Cruces (terrestre y fluvial).

Ellos estaban llenos de peligrosos enemigos para las valerosas personas que por un motivo u otro se atrevían a pasarlos, pero no parecía que estas le daban mayor importancia a lo anterior.

El calor, las torrenciales lluvias, las crecidas y desbordamiento de los ríos, los indígenas, los esclavos fugitivos, los asaltantes, los mosquitos y las enfermedades que trasmitían, otras peligrosas alimañas y reptiles, el tedio, a veces la desorientación, las vestimentas, la mayor parte de las veces inadecuadas, en fin que todo se transformaba en un reto más casi imposible de vencer.

¿Cuántos seres humanos cavaron en cierta forma sus tumbas por allí?

Los ataques de los piratas fueron otro desastroso factor que obligó a clausurar las rutas ya establecidas y hasta de cambiar el camino por el extremo sur de la América, así fuera más costoso y muchísimo más demorado.

Los caminos transístmicos Caribe – Pacífico en el Istmo de Panamá en la época colonial (siglos XVII y XVIII). Los dos principales caminos fueron El Camino Real y el Camino de Cruces

Por cada 200 a 300 libras de carga que fueran transportadas de un océano a otro (por tierra), llegaba a costar unos 45 pesos de la época. A lo cual había que añadir las constantes pérdidas de los valientes seres humanos y de sus valiosas mercancías, así como de los animales que tenían que utilizar.

Eran cuatro el mínimo de días necesarios para la travesía, si es que no se presentaban los peligros ya expuestos para trasladarse de un litoral al otro de …. Panamá.

Otra carga en metálico que se cobraba y esta vez por cuenta del Estado lo constituía las averías de los terrenos aledaños y del mismo piso, por este último por cada mula que transportaba deberían sus dueños pagar dos reales de la época.

Otro dato más para aportar era que el tránsito desde Portobelo a Panamá o viceversa duraba cuatro días por el Camino Real y casi dos semanas por el de Cruces.

Un segmento despejado del antiguo empedrado del Camino de Cruces, restos localizados al pie de la Colina del antiguo Hospital de Clayton en la Ciudad de Panamá

Un segmento despejado del antiguo empedrado del Camino de Cruces, restos localizados al pie de la Colina del antiguo Hospital de Clayton en la Ciudad de Panamá. Foto: http://www.caminodecrucespanama.blogspot.com/

Textos: Harry Castro Stanziola

La Prensa, 24 de agosto de 2008

Historia del Río Chagres

Historia del Río Chagres

Jaime Massot

El río Chagres, desde el punto de vista hidrológico, ha sido meticulosamente observado y estudiado desde que los franceses iniciaron la construcción de un canal a nivel en 1881. Sin embargo, su historia se remonta varios siglos antes cuando, para los conquistadores españoles, era fundamental encontrar una vía de comunicación entre los dos océanos que pusiera en contacto a España con las recién conquistadas tierras de Perú y Bolivia.

Este río se llamó originalmente «Río de los Lagartos», nombre puesto por Cristóbal Colón en su cuarto viaje, en 1502. «Chagre» era el nombre del jefe indígena que controlaba la parte alta del Chagres durante la conquista española; con el tiempo se le empezó a llamar «el Río de Chagre.» Este nombre continuó por unos años hasta que alguien le añadió la letra «s» y desde entonces se llama río Chagres.

Rio Chagres. El antiguo grabado muestra la gran actividad que tuvo el Rio Chagres y la importancia como medio de comunicación a través del Istmo

Río Chagres. El antiguo grabado muestra la gran actividad que tuvo el Río Chagres y la importancia como medio de comunicación a través del Istmo. Fuente: http://bellsouthpwp.net/r/u/ruiz_b/Argonauts/ChagresRiver.jpg

La idea de un paso de agua a través del Istmo de Panamá para unir los océanos Atlántico y Pacífico surgió a comienzos del siglo XVI, cuando Vasco Núñez de Balboa cruzó el Istmo en 1513. En ese entonces descubrió que tan solo una estrecha franja de tierra separaba los dos océanos. Más adelante, un decreto emitido en 1534 por el rey Carlos I de España ordenó al gobernador regional de Panamá levantar los planos para trazar una ruta hacia el Pacífico siguiendo el río Chagres. Este fue el primer estudio realizado para la construcción de un canal que permitiera a los buques cruzar de un océano al otro por Panamá. Cuando se terminó el levantamiento del mapa el gobernador opinó que sería imposible lograr tal hazaña. Por lo anterior, el Rey desechó la idea del proyecto clamando que «el hombre no debe separar lo que Dios ha unido».

A finales del siglo XVI, luego de la destrucción de Nombre de Dios por los piratas, el rio Chagres asumió la función de paso continuo a través del istmo; se convirtió en la principal puerta de América desde el Atlántico. La ruta remontaba el rio desde el Fuerte de San Lorenzo hasta la población de Venta de Cruces; desde allí la mercancía y las personas eran trasportadas en muía hasta la ciudad de Panamá. También existía el Camino Real, ruta por donde se dirigían las riquezas extraídas en Sudamérica hacia Portobelo, plaza de las grandes ferias de intercambio entre España y sus colonias durante 200 años.

Para 1820, cuando el poder español en el Nuevo Mundo empezó a decaer, personas de diferentes países, sin mucho conocimiento técnico o científico, empezaron a expresar su visión de un canal por el istmo. Sin embargo, el Coronel Charles Biddle, enviado por el presidente Andrew Jackson a comparar las rutas de Panamá y Nicaragua, contradijo estas teorías. Luego de recorrer el rio Chagres en canoay caminar hasta la ciudad de Panamá; Biddle declaró que la construcción de un canal por Panamá sería la tontería más grande. Según un mapa de la época (1832), el rio Chagres tenía como principales tributarios a los ríos Gatún, Trinidad, Pequení y Gatunciflo. Otros ríos ampliamente conocidos en la actualidad, como el Ciri Grande y Boquerón, no son mencionados.

Fuente: http://www.apl.com/history/art/timeart/panama.gif

En conjunto con el Camino de Cruces, el rio Chagres se mantuvo como ruta interoceánica, especialmente durante la fiebre de oro en California, hasta la construcción del ferrocarril en 1855. Para este período (1861) fue establecida la primera estación de registro de lluvia del país en la islaTaboga, donde sólo se tomaban observaciones intermitentes. Adicionalmente, la Compañía del Ferrocarril de Panamá instaló otra estación de lluvia en Colón (1862) que realizó lecturas hasta 1874.

El 30 de diciembre de 1879, seis meses después del Congreso Universal en París, llegó Ferdinand De Lesseps al puerto de Limón. Sólo un mes antes, en el cruce del poblado de Barbacoas, el río Chagres había destruido el puente del ferrocarril y dejado 30 millas de rieles a 15 pies bajo el agua. Esto debió señor de advertencia para De Lesseps del poder destructivo del Chagres, sin embargo, el Boletín del Canal Interoceánico de la época sólo menciona un pequeño retraso por razones inexplicables y no señala nada sobre la destrucción del puente, la vía del ferrocarril o las inundaciones ocurridas.

En 1881, al iniciarse la construcción del canal a nivel, la Compañía Universal del Canal Interoceánico restableció la estación pluviométrica en Colón e instaló nuevas estaciones en Balboa, Gamboa y en la Isla Naos. Además, situó estaciones de registro de niveles y mediciones de caudal en Gamboa y Bohío (en el río Chagres) y efectuaron estudios de la temperatura del aire y velocidad del viento en Colón, Panamá y en el interior. Igualmente, registraron las temperaturas del agua, variaciones de las mareas en al Atlántico y Pacífico, y mantuvieron lecturas de la presión barométrica en la ciudad de Colón.

Durante la construcción del Canal por parte de los franceses, las inundaciones constituyeron un serio problema debido a lo empinado del terreno, el agua de la lluvia se acumulaba con rapidez formando corrientes que fluían con fuerza hacia el río Chagres aumentando en poco tiempo su nivel y provocando inundaciones. Los constructores sufrieron periódicamente la desalentadora barrida de puentes y equipos. Además, decenas de miles de toneladas de tierra, roca y escombros se volvían a depositar en las mismas áreas que con tanta dificultad habían sido excavadas.

Para 1887 los deslizamientos en el Corte Culebra, las crecidas del Chagres, el clima lluvioso, las enfermedades, los altos gastos, y la ineficiencia llevó a un cambio en el tipo de canal a construir, en vez de ser a nivel sería de esclusas. Para esta época, la Compañía Universal del Canal Interoceánico estaba en la quiebra y, por lo tanto, todas las mediciones y registros hidrometeorológicos fueron suspendidos en 1889.

En 1894 la Nueva Compañía del Canal se hizo cargo de los trabajos de construcción de un canal de esclusas por el istmo. Se reiniciaron los registros en las estaciones abandonadas y se construyen nuevas estaciones de registro de lluvia. Además se instalaron modernos equipos de registro continuo como barógrafos, termógrafos (1897) y sismógrafos (1900). Igualmente se estableció la estación del río Chagres en Alhajuela (15 de abril de 1899) pero debido al fracaso de la Nueva Compañía, todas las propiedades y derechos de la compañía francesa fueron compradas por los Estados Unidos en 1904. Es interesante observar que la estación de Alhajuela permaneció, hasta 1929, como la única registradora de niveles y estimados de descarga diaria de agua en lo que era conocido como «la parte alta del Chagres».

Durante el periodo del canal francés, de 1880 a 1904, se registraron cinco crecidas de consideración, sin embargo, es importante recalcar que las mediciones de comente eran realizadas por medio de flotadores y que estudios posteriores muestran que estos valores son mayores que las medidas utilizando molinetes. No obstante, no se hicieron ajustes a los registros publicados, principalmente, por razones de seguridad en el diseño de las estructuras de acuerdo a un informe, de 1915, sobre la climatología e hidrología en el Canal de Panamá

El 14 de junio de 1905 se crea el Departamento de Meteorología e Hidráulica de Ríos (Comisión del Canal ístmico) y su nombre cambia, posteriormente, a Sección de Meteorología e Hidrografía. El Departamento establece de forma inmediata 22 estaciones de lluvia; nueve de las cuales utilizaban cubetas basculantes. Menos de un año después, ocho de las estaciones son descontinuadas ya que se encontraban fuera de la Zona del Canal Durante 1906 y 1907 se realizan mediciones de caudal por medio de flotadores y molinetes en Alhajuela, Gamboa, Bohío, Lagartera, y Gatuncillo. A partir del 1 de enero de 1908, todas las mediciones de comentes se ejecutan por medio de molinetes; metodología que continua en la actualidad.

Como eventos hidrológicos de importancia, para el periodo inicial de construcción por parte de los norteamericanos, tenemos las crecidas del Chagres. Para 1906, específicamente el 3 de diciembre, el nivel en la estación de Alhajuela alcanzó una altura de 119.30 pies s.n.m.m. (sobre el nivel medio del mar) con una descarga máxima instantánea de 92,100 p3/s; calculada en forma indirecta (extensión de las curvas de descargas) Este valor, recalculado mediante aforos dé crecidas posteriores, ascendió a 126,400 p3/s; casi el doble de la descarga máxima permitida, actualmente, desde la represa de Madden antes de declarar una emergencia en el Canal.

Antes de la inauguración del Canal, en 1914, hubo varias crecidas de importancia y una en particular vale la pena resaltar. El 26 de diciembre de 1909, a las 7 p.m., el río, en lo que se conocía como la parte alta del Chagres, alcanzó un nivel 121 pies en Alhajuela o sea una descarga máxima instantánea de 140,000 p3/s. Esta crecida interfirió seriamente las obras de construcción del Canal y estaciones de registro de lluvia, posteriormente descontinuadas como Bohío, Tabernilla, San Pablo, y Culebra, muestran registros históricos de importancia. La corriente del río Chagres, en Vigía, arrastró la estación registradora de niveles y la casa del observador. La escorrentía, para la cuenca del Canal, se estimó en 41 billones de p3; equivalente a una lámina de agua de 13.69 pulgadas.

Luego de finalizar gran parte de la construcción del Canal y el llenado del lago Gatún, en 1912, se estandariza la recolección de los datos hidrológicos. Ocho estaciones que registraban los niveles del Chagres y sus afluentes son abandonadas como, por ejemplo, Bohío (río Chagres), Monte Lirio (río Gatún), y Lagartera (río Trinidad). Otras se convierten en estaciones registradoras del nivel del lago Gatún como Gamboa (río Chagres), Gatún (río Gatún) y Raíces (río Trinidad). El río Chagres queda separado en dos tramos; desde la represa de Gatún hasta el Atlántico y la «nueva cuenca del Chagres» hasta Gamboa (523 mi2) Es interesante observar que la cuenca del embalse de Gatún, de 1289 mi2, corresponde a la cuenca del Chagres o cuenca 115 de acuerdo al criterio del Proyecto Hidrometeorológico Centroamericano y publicaciones actualizadas.

Para el periodo de 1929 a 1933 se constru-yen cinco nuevas estaciones de medición de caudales y lluvia en el área aguas arriba de Alhajuela para servir de aviso de inundaciones durante la construcción de la represa de Madden. Estas estaciones se ubicaron, específicamente, en Indio, Salamanca, Chico, Peluca y Candelaria. La estación en Indio fue desactivada por la influencia del embalse de Alhajuela y sustituida por Chico; en lo que se conoce ahora como «la parte alta del Chagres» (área de drenaje de 160 mi2). Salamanca, que originalmente registraba los niveles del río Pequení, luego pasó a medir el nivel del embalse y, para la medición de caudales, fue sustituida por Candelaria y Peluca. Esta última ubicada en el río Boquerón; que antes de formarse el embalse era tributario del río Pequení.

La primera medición de corrientes, en la estación dé Chico, fue el 4 de mayo de 1932 a una elevación del río de 270.38 pies y una descarga de 728.29 p3/s. Debido a los cambios de las características geométricas e hidráulicas del rio, a través de los años, hoy en día se alcanzaría una descarga un tercio menor en la misma elevación del río. Hasta la fecha, se han realizado casi 1300 aforos (mediciones de comente) en Chico siendo la descarga máxima medida, el 27 de noviembre de 1941, de 57,361 p3/s a un nivel de 294.45 pies.

Para el diseño del futuro tercer juego de esclusas, proyecto aprobado en 1939, se determina que existía una sería deficiencia en la información disponible, específicamente, en la distribución espacial de las estaciones de lluvia. Por lo anterior, nueve estaciones son instaladas entre 1940 y 1941 para la obtener los datos adicionales necesarios.

En los estudios del proyecto del canal a nivel, de 1947, se reconoce que los datos de precipitación «ostentes hasta la fecha no son adecuados ya que estos no registraban la lluvia en los puntos altos de las subcuencas, por lo tanto, se establecen nuevas estaciones. Incluyendo, nueve estaciones pluviográficas, tres en cada cuenca, en los ríos Trinidad, Ciri y Gatún. Igualmente, para tener una mayor cobertura, de la escorrentía en la cuenca, dos nuevas estaciones hidrométricas son construidas; Los Cañones en el río Ciri Grande y El Chorro en el río Trinidad. El equipo de registro de niveles en el río Gatún fue ampliado con la adición de un cable vía y se inician mediciones periódicas de caudal.

En 1966, una crecida extraordinaria, destruye el pozo amortiguador y todo el equipo existente en Chico; incluyendo el sistema de cable vía y el registrador análogo de niveles. Se estimó, por mediciones posteriores y métodos indirectos, que la descarga pico alcanzó los 134,000 p3/s. Desde entonces, a la fecha, las lecturas de nivel del río Chagres en Chico son registradas por limnígrafos de burbujas.

El proyecto de implementación de modelos para el pronóstico de precipitación, caudal y nivel de los embalses requiere para el periodo, de 1997 a 2000, de la instalación de 10 estaciones autosuficientes de lluvia; el 50% de estas (Chamón, Limpio, Arca Sonia, Vistamares y Esperanza) ubicadas en los puntos más elevados de la cuenca alta del Chagres.

La Ley 44 de 31 de Agosto de 1999, establece los límites de la CHCP identificadas en dos regiones denominadas como: la Región Oriental (también conocida como Cuenca Tradicional o Cuenca del Río Chagres y la Región Occidental. En este mismo año se inicia la medición y análisis del potencial hídrico y manejo de las cuencas de los principales ríos en la Región Occidental de la cuenca del Canal.

Desembocadura del Rio Chagres al Cauce del Canal de Panamá en Gamboa, Colón

Vista aérea de la Boca del Río Chagres cuando desemboca al Cauce del Canal de Panamá en Gamboa, Colón. El Río Chagres es el aportador del casi toda el agua que requiere el Canal de Panamá para su funcionamiento. Foto. SMN Panamá.

Con la derogación de la Ley 44 por medio de la Ley 20 del 21 de junio del 2006, las estaciones localizadas en la Región Occidental dejan de ser operadas por la ACP. Actualmente, la red de estaciones hidrometereorológjcas consiste de 52 estaciones activas. La mayoría de estas son telemétricas que registran y transmiten datos de diferentes parámetros en tiempo real: elevaciones de los ríos (11), elevación de los lagos (9), nivel de las mareas (2), precipitación pluvial (49), temperatura del mar (2) y otros datos meteorológicos como temperatura del aire, velocidad y dirección del viento, humedad relativa, radiación solar total y presión barométrica (10). Además, se realizan aforos de los ríos una vez por mes en 10 estaciones y se miden sedimentos suspendidos…

REFERENCIA

Massot, Jaime. 2008. Historia del Río Chagres. Épocas –Ayer, Hoy, Mañana -Tercera Era (No. 10, Julio 2008).

Ver además:

Río Chagres en Wikipedia

Panamá prehispánico: tiempo, ecología y geografía política (Síntesis)

Panamá prehispánico: tiempo, ecología y geografía política

(una brevísima síntesis)

Notas*Bibliografía

Richard Cooke y Luis Alberto Sánchez


Introducción

Fue el navegante español Rodrigo Bastidas quien recorrió hace poco más de 500 años una de las costas de un istmo que, en verdad, había sido descubierta por los antepasados de los indígenas panameños hace más de 12,000 años. No podemos celebrar, en cambio, el aniversario de la primera pisada de quien fuera el jefe de estos antiquísimos grupos de cazadores y recolectores en suelo panameño porque el prehistoriador no tiene la posibilidad de contar el tiempo en años, sino, con la ayuda del fechamiento radiocarbónico1, en milenios, siglos o, si tiene mucha suerte, décadas. Tampoco sabemos cómo se llamaba esta persona, ni qué idioma hablaba, ni si se le permitía casarse con su sobrina o comer carne de caballo – facetas del comportamiento humano que sí están al alcance de la historia documental y de la antropología social.

Los españoles introdujeron un idioma más a los muchos que se hablaban en Panamá en 1501 (Constenla, 1991), nuevas tecnologías, una economía monetaria y un extraño simbolismo religioso. También agregaron varios animales domésticos a la dupleta precolombina – el pato real (Cairina moschata) y el perro (Cooke y Ranere, 1992a) – y algunas plantas cultivadas, como la caña de azúcar y los plátanos (Crosby, 1991), a las muchas que los indígenas venían sembrando en tierras istmeñas desde hacía muchos milenios. La invasión y colonización españolas fueron acompañadas, además, de muchos patógenos que se burlaron mortíferamente de los sistemas de inmunidad de los amerindios causando un desplome demográfico que en muchas partes precedió la presencia física de los invasores europeos (Dobyns, 1983; Ramenofsky, 1988:1-21).

El objetivo de este brevísimo ensayo es el de sintetizar la prehistoria de los indígenas prehispánicos del istmo (Figura 1) enfocando tan sólo tres aspectos: la antigüedad de la población amerindia y su continuidad en el espacio y en el tiempo; el paisaje antropogénico y la geografía cultural y política.

Despoblación

Comencemos con un proceso que coincidió con la llegada de los compatriotas de Bastidas: la despoblación. La historia documental es elocuente: «toda la mayor parte de la gente que había desde el Darién hasta Nombre de Dios y después atravesando allí a la costa del Sur, es muerta y destruida», aseveró un padre dominico en 1515 (en Jopling, 1994:40), observación que fue confirmada por Fernández de Oviedo (1853:123) ocho años después: «Cueva estaba muy poblada de mar a mar y desde el Darién a Panamá lo cual todo al presente está cuasi yermo e despoblado». La extinción de lo que la gente de Pedrarias pensaba era una fuente inagotable de manos humanas para extraer perlas y oro picó la conciencia hasta de los más desalmados. «Todas estas gentes que se traían, que fue mucha cantidad, llegados al Darién los echaban a las minas de oro», lamentó Pascual de Andagoya, «y como venían de tan luengo camino trabajados y quebrantados de tan grandes cargas que traían…morían todos: en todas estas jornadas (los españoles) nunca procuraron de hacer ajustes de paz, ni de poblar, solamente de traer indios y oro al Darién, y acabarse allí» (en Jopling, 1994: 29).

Los cronistas e historiadores han procurado ponerle números a la población indígena existente en el istmo en 1501. Sus estimados abarcan desde los dos millones de habitantes propuestos por Fernández de Oviedo (1853: 38, 124) hasta los 150,000-250,000 sugeridos por Alfredo Castillero C. (1995:39). Aunque la segunda cifra nos parece más realista que la primera, existen tan pocos datos confiables sobre la distribución regional de los sitios arqueológicos y, de aquí, sobre el tamaño de la población al momento del contacto español, que lo único que nos atrevemos a asegurar es que había mucha gente distribuida en miles de comunidades esparcidas a lo largo del istmo aún en áreas hoy en día consideradas marginadas o de difícil acceso. Las mayores poblaciones y las sociedades más complejas se encontraban cerca de las costas o en valles fértiles. Su sustento diario lo daba la agricultura, la cacería, la pesca y la recolección de invertebrados y de los productos de algunas especies de plantas silvestres. Antiquísimos sistemas de trueque proporcionaban artículos producidos en territorios vecinos o distantes: «Cuando los indios no tienen guerra,» nos dice Oviedo (1853:140) «todo su excerçiçio es tractar é trocar quanto tienen uso con otros…llevan sus cargas á cuestas de sus esclavos».

En la figura 2 se presenta confirmación paleoecológica de la despoblación del pos-contacto y de la antigüedad de la agricultura de tala y quema en la cordillera veragüense donde la estación seca es corta e intensa. La mancha oscura grafica la cantidad de fitolitos de árboles que se depositó en los sedimentos de la laguna de La Yeguada durante los catorce milenios que transcurrieron desde su represamiento por una erupción volcánica2. Llaman la atención cuatro inferencias claves: (1) tan pronto como llegó el ser humano a esta cuenca, para el 9000 a.C., se puso a tumbar y quemar la vegetación, (2) durante casi siete mil años había muy pocos árboles en las cercanías de la laguna, (3) a partir de la conquista española el bosque regresó porque los agricultores indígenas habían desaparecido, (4) el hecho de que los árboles pudieron recolonizar el área rápidamente sugiere que habían sobrevivido bosques extensos en zonas cercanas pese a las actividades agrícolas (Piperno et al., 1990; Piperno y Pearsall, 1998).

Colonización

Los datos paleoecológicos recogidos en lagos y ciénagas también nos informan sobre el estado del ambiente panameño en postrimerías de la última Edad de Hielo (12,000-8000 a.C.) cuando los seres humanos colonizaron el istmo. Aunque para esta época el clima mundial estaba calentándose al derretirse los glaciares y al ascender los niveles de los océanos, en Centroamérica, las temperaturas atmosféricas permanecían más bajas que en la actualidad. Además, llovía tal vez un 30% menos. La vegetación también era distinta pues los bosques de robles, encinos y magnolias descendieron desde los 1500 metros de altura hasta los 500 metros. Herbazales y matorrales cubrían casi toda la vertiente del Pacífico, el Petén y Yucatán incluyendo amplias zonas de los actuales golfos de Panamá y Chiriquí, que aun eran tierra firme porque las aguas del Pacífico no los habían cubierto (resumido en: Piperno y Jones en prensa; Pearsall, 1998: 90-107, 168-182). Estos ambientes albergaban mamíferos y reptiles que eran cazados por gentes cuyas herramientas de piedra eran sorprendentemente parecidas a las de la tradición tecnológica conocida como ‘Clovis’ en Norteamérica, la cual alcanzó su apogeo unos 9000 años a.C. y a otra subsiguiente que producía una clase de punta de lanza llamada ‘Cola de Pescado.’ En Panamá se han hallado los utensilios de piedra de estas tradiciones llamadas ‘paleoindias’ en varios sitios de los cuales los que han proporcionado laos datos más precisos son Lago Alajuela, La Mula-Oeste (Sarigua), Sitio Nieto (Llano Grande de Ocú) y la Cueva de los Vampiros (Figuras 3 y 4; Ranere y Cooke, 2002). Este último sitio, localizado en la desembocadura del río Santa María, es tan sólo el segundo en toda la América Central donde estas clases de artefactos se han asociado con fechas de carbono-14. Los resultados de excavaciones realizadas en 2002 señalan que este abrigo rocoso fue utilizado como campamento ocasional a partir del 9,500 a.C., inicialmente por gentes de la tradición ‘Clovis’ y luego por los sucesores de éstos (Pearson y Cooke, 2002). Aunque un fogón hallado en La Mula-Sarigua no se asoció con artefactos humanos, la fecha de radiocarbono producida por un pedazo de leña (9,350 + 250 a.C.) encajaría, según los expertos, con la cronología trazada para estas tecnologías de modo tal que los materiales hallados en Sitio Nieto y La Mula-Oeste representarían los albores de la tradición ‘Clovis’ (Crusoe y Felton, 1974; Morrow y Morrow, 1999; Pearson, en prensa, 2002; Ranere, 2000; Ranere y Cooke, 2002).

Agricultura

Volvamos a La Yeguada para introducir el siguiente proceso: la domesticación de las plantas cuyo milenario desarrollo en el trópico americano condujo a la clase de agricultura que fue presenciada y descrita por los cronistas españoles en el siglo XVI de nuestra era. La deforestación continua y cada vez más intensa demuestra que algunas gentes permanecieron allí quemando el bosque hasta que, para el 5000 a.C., quedaban pocos árboles en la cuenca. Este panorama sugiere que en esta zona ya se practicaba la agricultura de roza, es decir, se quemaba la vegetación tumbada en el verano para sembrar al inicio de las lluvias. Después de la cosecha, el lote se abandonaba y los agricultores buscaban otro sin talar para la siembra del año entrante. En esta época los indígenas del istmo todavía no hacían hachas pulidas de duras piedras ígneas – tecnología que no aparecería sino hasta el 500 a.C. – por lo que la preparación de los suelos debió ser muy laboriosa y dependiente del fuego.

Hace 30 años pocos arqueólogos se imaginaban que los indígenas del trópico americano practicaran la agricultura durante estas etapas tan remotas anteriores a la vida aldeana. Hoy en día, solo los más tercos no lo aceptan, gracias no solo al auge de las investigaciones paleoecológicas en lagos y ciénagas de la América tropical, sino, también, al descubrimiento de nuevos métodos de identificar restos de plantas, de técnicas de excavación más cuidadosas y exhaustivos recorridos sistemáticos en los que los arqueólogos logran ubicar sitios arqueológicos de todas las clases y edades, desde grandes aldeas que cubren decenas de hectáreas, hasta pequeños caseríos con dos o tres viviendas, campamentos efímeros e inclusive, restringidas áreas de actividad en donde algún día, un indígena afiló un utensilio de piedra dejando atrás un puñado de lascas (Cooke y Ranere, 1992 a,c; Dahlin, 1980; Drolet, 1980, 1984a-c; Griggs, 1995, 1998; Linares et al., 1975; Sheets, 1980; Shelton, 1986; Weiland, 1984).

Señalábamos que los materiales que los investigadores utilizan para investigar sobre los orígenes y el temprano desarrollo de la agricultura en el trópico consisten mayormente en partículas microscópicas: el polen, los fitolitos y los granos de almidón, los cuales se preservan, tanto en los sedimentos y suelos formados por las actividades humanas, como en la superficie de las piedras de moler, la cerámica y hasta los dientes humanos (Figura 5; Piperno, 2001; Piperno y Pearsall, 1998:209-227, 286-97; Piperno y Holst, 1998; Piperno et al. 2000b). La mayor parte de los sitios arqueológicos panameños en los que se halla esta clase de evidencia son asentamientos costeros, como Monagrillo y pequeñas casitas de piedra, como el Abrigo de Aguadulce (Coclé), la Cueva de los Ladrones (Coclé) y la Cueva de los Vampiros (Coclé), en los cuales se ha identificado, en capas fechadas entre 6000 y 1000 a.C., alimentos que hoy casi no se consumen como el sagú (Maranta arundinacea) y el lerén (Callathea allouia), además de otros que posteriormente se convirtirían en el sostén alimenticio del trópico americano: la yuca (Manihot esculenta), el maíz, los zapallos (Cucurbita), los ñames americanos (Dioscorea) y los camotes (Ipomoea batatas) (Piperno y Holst, 1998; Piperno y Pearsall, 1998: 209-227; Piperno et al., 2000a,b). Investigaciones genéticas han confirmado que el maíz fue domesticado originalmente en México (Doebley, 1990; Matsuoka et al., 2002), en tanto que hay buenas posibilidades de que la yuca sea oriunda del sur de Brasil (Olsen y Schaal, 1999), lo que señala que los agricultores istmeños probablemente adquirieron las semillas de estas plantas mediante el trueque en cadena con otros grupos agrícolas. Aunque se sabe que el zapallo común, Cucurbita moschata, es de origen suramericano, dónde y cómo fueron domesticadas otras especies de estos «melones de los indios», como los describiera el soldado español Gaspar de Espinosa (en Jopling, 1994: 65) permanece en misterio por lo que Oris Sanjur y Dolores Piperno llevan a cabo una investigación sobre su ADN a fin de establecer una filogenia de variedades silvestres y domesticadas y comparar sus fitolitos con los especímenes hallados en los sitios arqueológicos (Piperno et al., 2000a; Sanjur et al., 2002).

Aunque estos datos afirman la gran antigüedad de la agricultura en el istmo, las variedades de las plantas que se habrían cultivado en claros abiertos en las estribaciones cercanas a las ‘casitas de piedra’ entre el 6000 y 1000 a.C. no eran tan productivas, ni tan adaptables, como las que los españoles conocieron cuando llegaron a América. El maíz tenía para estas fechas granos más menudos arreglados en pocas hileras (Figura 5). Se supone, dadas las dificultades para despejar el bosque sin contar aun con hachas pulidas, que era menos trabajo tumbar y quemar la vegetación en los cerros y en las estribaciones de aquellas zonas del istmo que tienen veranos prolongados, que bregar con los densos bosques situados a lo largo de los cursos bajos de los ríos donde posteriormente se establecerían las aldeas más grandes. Recorridos realizados a lo largo del río Santa María y en la vertiente del Caribe en la cuenca del río Coclé del Norte por John Griggs, Luís Alberto Sánchez y Diana Carvajalhan verificado los datos paleoecológicos obtenidos en La Yeguada y en el curso bajo del río Chagres (Lago Gatún) al señalar que gentes que usaban cerámica del estilo llamado ‘Monagrillo’ – la más antigua del istmo – ya se habían esparcido por el Caribe central unos 2000 años a.C. (Bartlett y Barghoorn, 1973; Piperno, 1985; Cooke y Ranere, 1984, 1992b,c; Griggs, 1998; Griggs et al., 2002). Esta dispersión tan antigua de los agricultores alfareros hacia bosques muy húmedos y tierras accidentadas se explica por el hecho de que la agricultura de roza requiere que las parcelas sean cambiadas constantemente para que los suelos se regeneren. A medida que crece la población humana aumentan tanto las presiones sobre las tierras disponibles para los siembros, que las tierras no se dejan descansar por suficiente tiempo y las parcelas son invadidas por gramíneas, maleza y arbustos lo cual impulsa a los agricultores a ir más lejos en busca de tierras fértiles (Hansell y Ranere, 1997).

Otra investigación paleoecológica esta vez realizada cerca de la antigua mina de Cana en el Darién oriental demostró que, para el 2000 a.C., esta apartada zona también estuvo habitada por agricultores que conocían el maíz (Bush y Colinvaux, 1994; Piperno, 1994) – un dato que reviste gran interés debido a que el único trabajo de campo arqueológico realizado en la cuenca alta del río Tuyra se remonta al siglo XIX (Catat, 1889). A partir de esta fecha, las actividades agrícolas perturbaron regularmente la vegetación hasta que, al igual que en la cordillera Veragüense, el repliegue de los agricultores indígenas permitiese el regreso definitivo del bosque (Cooke et al., 1996). En lo que respecta al occidente del país, la inmigración hacia la alta y fresca cordillera de Talamanca demoró un poco más, probablemente porque el maíz y otros cultígenos tardaron en adaptarse a este régimen climático. Datos arqueológicos y paleoecológicos señalan que los valles de Cerro Punta y Volcán fueron ocupados a partir del 800 a.C. por agricultores provenientes de las estribaciones del Pacífico de Costa Rica y Chiriquí, los cuales establecieron las aldeas que más adelante serían dominadas por el gran centro ceremonial de Barriles (Figura 6c,d; Behling, 2000; Linares et al., 1975; Linares y Sheets, 1980).

Cacería, pesca y recolección

Desde luego, la agricultura no era la única actividad de subsistencia que los indígenas practicaban en esta época. También cazaban, pescaban y recogían conchas, cangrejos y frutas silvestres. La información más detallada sobre estos oficios proviene de sitios arqueológicos ubicados en el ‘arco seco’, zona donde la aridez y la química de los suelos del substrato geológico coadyuvan a preservar los restos orgánicos que nos proporcionan información sobre el régimen alimenticio precolombino. En sitios como Cerro Mangote (5000-3000 a.C.), y Monagrillo (2400-1200 a.C.), localizados a orillas de la productiva Bahía de Parita, se ha constatado mediante análisis arqueozoológicos la importancia de la cacería de venados, iguanas, mapaches y aves costeras, la pesca en estuarios y playas arenosas y la recolección de conchas y cangrejos (Cooke, 1995; Cooke y Ranere 1994, 1999; McGimsey, 1956; McGimsey et al., 1987; Willey y McGimsey, 1954). Estos dos sitios estaban más cerca de la línea de la costa que en la actualidad debido a que aún no se habían formado los deltas de los ríos Santa María y Parita en cuyas desembocaduras estaban ubicados. Sitios coetáneos localizados en las estribaciones, más lejos de la costa, realizaron otras actividades. Por ejemplo, los habitantes del Abrigo de Aguadulce dedicaron mucho tiempo a la búsqueda de tortugas de agua dulce (Kinosternon, Trachemys) y a la recolección de corozos (Elaeis, Acrocomia) (Cooke y Ranere, 1992a,b). Hallazgos de los huesos de pequeños peces de estero como arengas (Opisthonema), peyorras (Ilisha furthii), orquetas (Chloroscombrus orqueta) y coscochas (Ophioscion typicus) en otros sitios más distantes del mar, permiten inferir que la costumbre de salar o ahumar pescado en la costa misma para transportarlo tierra adentro, donde escasea la proteína de origen animal, se remonta al 2000 a.C. o más allá (Cooke, 2001b; Cooke y Tapia, 1994; Zohar y Cooke, 1997). Hallazgos de costillas de manatí en Cerro Mangote indican que el envío de los huesos de estos grandes mamíferos acuáticos del Caribe a las comunidades de la costa del Pacífico se remonta al 4000 a.C. En épocas más recientes, se tallaban obteniendo hermosas piezas las cuales acompañaban las sepulturas de personas importantes (Cooke, en prensa,b: Fig. 8; Cooke y Ranere, 1992a; Ladd, 1964: 245, Plate 1a-c).

En resumen, para el 1000 a.C., aquellas zonas del país donde se han realizado investigaciones paleoecológicas y arqueológicas sistemáticas, estaban habitadas por grupos indígenas que vivían en pequeños caseríos en las costas, estribaciones y cordilleras y practicaban una economía de subsistencia mixta basada en la agricultura, la cacería, la pesca y la recolección de productos silvestres. Ya sembraban variedades primitivas de muchas de las plantas descritas por los españoles cuando llegaron al istmo. Es muy probable si bien todavía difícil de comprobar que en zonas como la Bahía de Parita la misma población ocupara estacionalmente los mismos sitios, cultivando en los alrededores de las casitas de piedra como la Cueva de los Ladrones y el Abrigo de Aguadulce durante el invierno y viviendo en sitios costeros como Cerro Mangote, Monagrillo y Zapotal en el verano.

La cultura material de estas gentes era sencilla. La cerámica ‘Monagrillo’, reportada únicamente en el Caribe y Pacífico de Coclé, Veraguas y Azuero, era muy burda siendo mal cocida y adornada con formas y decoraciones sencillas, en tanto que las herramientas de piedra que se producían para esta época eran mucho más ordinarias que las que usaron los primeros inmigrantes de la tradición ‘Clovis’ (Cooke, 1995; Cooke y Ranere, 1992b; Willey y McGimsey, 1954). No hay indicios de estratificación social en el único cementerio conocido que se remonta a esta época, el de Cerro Mangote, en el cual los artefactos mortuorios solo comprenden una que otra cuenta de concha y piedra (McGimsey et al., 1987; Norr, 1980). Cabe destacar, sin embargo, diferencias a nivel cultural en distintas regiones del istmo, pues en ‘casitas de piedra’ y campamentos a cielo abierto localizados en la cordillera chiricana Anthony Ranere y Richard Cooke hallaron utensilios de basalto descendientes de las tradiciones ‘Clovis’ y fechados entre el 4600 y 2300 a.C., cuyos dueños vivían en los bosques húmedos y que, difieren ampliamente de los conjuntos líticos coetáneos encontrados en Panamá Central. Al parecer, la vida de recolectores y cazadores sobrevivió por bastante tiempo en aquella área de por sí inapropiada para la agricultura de roza (Ranere, 1980a-d; Ranere y Cooke, 1995, 1996).

Vida aldeana

Hemos llegado casi a la mitad de esta síntesis sin siquiera mencionar la cerámica pintada con diseños geométricos y de animales, las piezas de oro, las alhajas de conchas marinas y las estatuas y metates de piedra – los artefactos que, con toda razón, se consideran los blasones de la arqueología panameña. En términos cronológicos, nuestra distribución del tiempo es justa porque no fue sino hasta el milenio que abarca desde el 500 a.C. hasta el 500 d.C., que los indígenas del istmo comenzaran a producir estos lindos objetos. Durante este milenio se evidencian cambios en el patrón de asentamiento. Las casitas de piedra se abandonaron o se usaron menos. La población comenzó a reunirse en valles cordilleranos o a lo largo de los ríos más grandes donde establecieron comunidades nucleadas – aldeas – en las que se construían casas que eran ocupadas por varios años, con postes de madera, techos de pencas y paja y pisos de arcilla. El arte alfarero mejoró ostensiblemente al producirse vasijas cuidadosamente acabadas y pulidas, aptas no sólo para guardar líquidos o alimentos, sino, también, para trasmitir información ideológica mediante diseños pintados o incisos y modelados. Durante este periodo también se acusa una mayor variedad de utensilios de piedra, los cuales están relacionados con cambios en la intensidad de la producción de alimentos y en la forma de preparar los productos más importantes, por ejemplo, navajas de jaspe para los quehaceres domésticos y hachas pulidas para cortar y trabajar la madera. El maíz, provisto ya de más hileras de granos más harinosos (Bird, 1980, 1984; Galinat, 1980), se molía sobre metates cuidadosamente construidos y provistos de soportes y, en Chiriquí y Veraguas, tallados en forma de jaguares.

Algunas de estas innovaciones tecnológicas que coincidieron con el surgimiento de la vida aldeana pueden explicarse como el resultado de la evolución natural de las técnicas existentes de producción. Otras se introdujeron ya completamente desarrolladas desde fuera del istmo. Tal es el caso de la orfebrería, la cual apareció en Panamá para comienzos de la Era Cristiana procedente de Colombia o la costa de Ecuador. Para esta época los orfebres americanos conocían una buena gama de técnicas como la fundición en moldes, el martilleo en frío y por recocimiento y según un análisis reciente de Ilean Isaza, la aleación de láminas con distintas proporciones de oro, plata, cobre y platino (Bray, 1992, 1997; Cooke et al., en prensa, a). Parece que durante los primeros 500 años de la presencia de la orfebrería en el istmo el valor de las piezas martilladas y fundidas en moldes fue más simbólico que económico siendo éstas usadas principalmente por personas que ejercían oficios especiales como los del curandero o chamán. Esta hipótesis se apoya en hallazgos de individuos enterrados en Cerro Juan Díaz (Herrera/Los Santos) y Sitio Conte (Coclé) ataviados con collares de cuentas de conchas marinas y dientes de grandes felinos. Sólo a partir del 750 d.C. se tiene evidencia de que los objetos de oro y cobre se habían convertido en símbolos de la riqueza personal y del poder político ejemplificados por las sepulturas más extravagantes de Sitio Conte y de otros sitios tristemente huaqueados, como Finca Calderón (Parita, Herrera) (Biese, 1960; Bray, 1992; Briggs, 1989; Cooke y Sánchez, 1998; Cooke et al., 2000; Cooke et al., en prensa, a).

¿Inmigraciones de gente foránea?

La introducción de nuevas tecnologías, el aumento repentino de la población y la ocupación de tierras anteriormente deshabitadas, como las montañas occidentales de Chiriquí – ¿son cambios que reflejan la llegada de gentes extranjeras que inmigraron a Panamá a fin de buscar tierras nuevas o ejercer el dominio político? O por el contrario ¿son el resultado de procesos internos que se desprendieron de la intensificación de la agricultura y de la aparición de clases sociales que exigían productos especiales para adornarse y hacerse ver políticamente, como las piezas de metal que acabamos de mencionar, los colmillos de cachalote, las alhajas de concha y los artefactos de piedras exóticas?

Aunque algunos arqueólogos hayan propuesto que la inmigración de gentes de Suramérica fue la que estimuló este rápido cambio cultural (p.ejm., Ichon, 1980: 314-325; Lothrop, 1942: 258;), la creciente envergadura geográfica y temporal de las investigaciones de campo hacen que estas hipótesis sean cada vez más difíciles de sustentar. Son en extremo escasos en el istmo los artefactos de indiscutible manufactura extranjera (Figura 7). A nuestro juicio, el papel del comercio a larga distancia ha sido sobre-estimado (Cooke et al., en prensa; Cooke y Sánchez, 2001:15-60). La antropóloga Mary Helms (1977, 1979, 1992, 1994), basándose en ideas del geógrafo Carl Sauer (1966), sostuvo que los orfebres panameños, por no tener suficiente oro mineral y por ser incapaces de hacer piezas fundidas en moldes, conseguían las mejores alhajas en Colombia o hacían viajes a centros colombianos para aprender cómo hacerlas. Aunque es posible que los objetos de oro más antiguos de los que tenemos conocimiento en Panamá no fueran producidos por artesanos locales, es obvio que, poco tiempo después de la introducción de esta tecnología, se estableció una tradición istmeña de orfebrería con sus propias características técnicas, artísticas e ideológicas. Se conocen moldes que se reventaron al vertírseles el oro. Lo que es más, existe una correspondencia llamativa entre las imágenes representadas en los ornamentos de metal, con las que se emplearon en otros medios, como el barro, la piedra y la concha. Hay evidencia de que el simbolismo de animales es más antiguo en la cerámica, que en la orfebrería. Esto no alude a ideas esotéricas traídas al istmo desde lugares lejanos, sino a un antiguo sistema simbólico y semiótico que trasmitía información compleja a una población conocedora de su significado (Cooke y Bray 1985; Cooke et al., en prensa, a; Sánchez y Cooke, 1998).

La hipótesis del desarrollo local y regional en el que los contactos sociales y comerciales más constantes y relevantes se efectuaban entre vecinos cercanos – los cuales, debido a la gran heterogeneidad ambiental del istmo no vivían forzosamente en hábitats similares con acceso a los mismos recursos (Bray, 1984) – recibe el apoyo de los resultados de investigaciones efectuadas por genetistas, etnofarmacólogos y lingüistas sobre la relaciones filogenéticos de los grupos indígenas que sobrevivieron a la conquista en el istmo – tanto los bribri, naso, kuna, ngöbé y buglé, que hablan idiomas «chibchenses», como los emberá y waunaán, hablantes de lenguas «chocoanas» (Constenla, 1991, 1995). Lejos de ser inmigrantes recientes, procedentes de la sabana de Bogotá o de allende los Andes (Jijón y Caamaño, 1943; Kidder, 1940: 458; Kirk et al., 1974; Mason, 1940; Rivet, 1943/44), estas etnias demuestran patrones de parentesco desprendidos de una población de larguísima permanencia en la zona istmeña, la cual estuvo en cierta medida aislada de otros grupos continentales de indígenas. La disgregación sociolingüística de ésta se atribuye a los procesos de fisionamiento y aglutinamiento características de las sociedades tribales, los cuales, aducen los genetistas y lingüistas, tuvieron lugar en la zona que estos indígenas ocupan actualmente (comprendida desde el lago de Nicaragua hasta los ríos Atrato, Cauca y San Juan en Colombia) (Arias en prensa; Arias et al., 1988; Barrantes 1993, 1998; Barrantes et al., 1990; Batista et al., 1995; Constenla, 1991, 1995; Jorge-Nebert et al., 2002; Kolman et al., 1995, Kolman and Bermingham, 1997; Torroni et al., 1993, 1994).

Sin embargo, no es prudente pasar por alto hipótesis que abogan por movimientos de grupos de personas de una zona del istmo ya habitada a otra virgendurante la época prehispánica. Por ejemplo, Olga Linares propuso que las primeras ocupaciones arqueológicas que halló en Cerro Brujo, un pequeño caserío en Bocas del Toro, representan una inmigración de agricultores procedentes de las tierras altas de Chiriquí los cuales posiblemenete fueron obligados a abandonar parte de su territorio debido a una erupción del Barú para el 600 d.C. (Linares, 1977, 1980b,d,e; Linares et al. 1975). Si bien es cierto que el descubrimiento reciente de asentamientos costeros y alfareros en el Caribe de Costa Rica, muy cerca de la frontera panameña, donde se producía cerámica de la tradición Black Creek entre 1570 y 590 a.C. (Baldi, 2001), podría interpretarse como evidencia contradictoria a la hipótesis de Linares, es preciso observar que la Península de Aguacate donde está ubicado Cerro Brujo es un área de difícil acceso en la cual no existe evidencia de asentamientos humanos antes del 600 d.C. Investigaciones paleoecológicas señalan que la selva muy húmeda del Chocó colombiano fue colonizada pocos siglos antes de la conquista, en tanto que la vegetación de El Valle no demuestra evidencia de una ocupación de la última Edad de Hielo en contraste con La Yeguada (Berrío et al., 2000; Bush y Colinvaux, 1992). La historia demográfica del istmo tiene que reconstruirse región por región, valle por valle.

Dominio, rivalidad y territorialidad

Para vísperas de la conquista, la población indígena a lo largo del puente terrestre centroamericano estaba reunida en pequeños territorios controlados por «caciques» y sus séquitos, los cuales ejercían cierto grado de poder sobre el resto de la población. En lo que respecta al tamaño de los territorios y la densidad de su población, la naturaleza de los asentamientos y la estructura del poder, había diferencias de consideración a nivel regional, debido a variantes en la capacidad de sostén de las distintas zonas ecológicas y geográficas y – lo que es muy importante – a la distribución desigual de aquellos recursos que eran importantes artículos de subsistencia, lujo o trueque en tiempos precolombinos. Influyeron, también, acontecimientos que obedecieron al azar, como las erupciones volcánicas y las barreras sociales o físicas que se erigieron imprevisiblemente entre grupos antagónicos (Drennan, 1991, 1996; Fitzgerald, 1996,1998; Helms, 1979; Linares, 1977,b; Linares et al., 1975).

En el caso de Panamá, algunos territorios políticos se extendían desde la costa hasta la montaña y, ocasionalmente, de costa a costa (Helms, 1979), lo cual facilitaba el aprovechamiento de los recursos de distintas zonas ecológicas y de productos que no estaban distribuidos de forma equitativa a lo largo del istmo, como el basalto (para hacer hachas), el oro y el cobre aluvial y de veta, las conchas marinas, los productos selváticos, como la caraña (para embalsamar a los muertos), las mascotas, la sal y el pescado preservado. Evaluar a priori el potencial demográfico o cultural de una región determinada únicamente en base a su productividad agrícola, puede conducir a inferencias falaces.

Hay quienes aceptan sin titubeos lo que dijo Oviedo sobre los rangos sociales y patrones de herencia entre los «cuevas», un grupo cultural heterogéneo cuyo territorio abarcó desde las faldas de El Valle hasta los Golfos de San Miguel y Urabá (Romoli, 1987), como evidencia fidedigna de las clases sociales hereditarias en el Panamá precolombino (Helms, 1976, 1982). El mismo Oviedo y otros comentaristas aluden constantemente a la importancia de la destreza personal para la adquisición y manipulación del poder político: «Lo más común en la subcession,» nos dice (1853:134), «es quedar por señor el que mas puede de los que pretenden la herencia…..» La frase «de los que pretenden la herencia» sugiere que tan sólo una pequeña parte de la población tenía la oportunidad de adquirir posiciones de poder por lo que tiene peso la hipótesis de que ciertas parentelas de alto rango genealógico controlaban el acceso al poder y que los miembros de éstas tenían obligaciones específicas con líderes con los que tenían lazos de parentesco (Linares, 1977b). «En estas provincias (Cueva, Acla, Coiba)», comentó Andagoya (en Jopling, 1994), «no tenian los señores rentas ni tributos de sus súbditos, salvo el servicio personal». Los bribris y cabécares de Costa Rica conservan vestigios de una jerarquía de clanes, los cuales llevan el nombre de algún personaje mítico, animal, planta o lugar (Stone, 1961; ver Helms, 1994: 55). Estudios de la distribución geográfica de imágenes de animales en el arte precolombino sugieren que los grupos sociales prehispánicos también se asociaban genealógicamente con algunas especies o con figuras míticas que eran mitad animal, mitad ser humano. Uno de los mejores candidatos para este tipo de relaciones es el cocodrilo (Caiman fuscus y/o Cocodrylus acutus), el cual se volvió muy popular en las artesanías prehispánicas de las comunidades cercanas a la Bahía de Parita a partir del 500 d.C. En las sepulturas de las personas más ricas de esta región aparece este icono ataviado como un ser importante, con bastones, cinturones, orejeras en forma de barras y armas de guerra y, frecuentemente, rodeado de símbolos de espinas caudales de rayas (Figura 8). En el ajuar funerario de gente más humilde, este cocodrilo humanizado no posee los atributos del alto rango (Cooke, 1998, en prensa,a; Sánchez y Cooke, 1998).

Poder masculino

En el cementerio de Sitio Conte, cuya zona investigada abarca desde el 700 hasta el 950 d.C., casi todos los 100 esqueletos hallados por los arqueólogos Samuel Lothrop y Alden Mason entre 1930 y 1940 son de adultos y el 80% de éstos masculinos. Sin excepción, las personas más importantes y ricas enterradas en este cementerio, eran masculinas. No hay evidencia de niños y mujeres ricos, lo que sugiere que el poder no era hereditario y que la política era controlada por hombres que, a juzgar por el contenido del arte precolombino y por lo que nos dicen los cronistas, se la pasaban compitiendo entre sí (Briggs, 1989; Cooke et al., en prensa, a; Linares, 1977b; Lothrop, 1937, 1942).

Los que cuestionan la magnitud de los enfrentamientos bélicos durante la época precolombina aducen, o a que imperaban controles culturales sobre la violencia (los cuales la hacían menos terrible que la clase de guerra introducida por los europeos conocedores del acero y de las armas de fuego), o a que los conflictos inter-etnia que ocurrieron con tanta frecuencia y ferocidad después del contacto, fueron exacerbados por la reorientación social y económica causada por la conquista en sí (Castillero C., 1995). Aún así, el hecho de que el maltrato y las ejecuciones de prisioneros, tanto como el acaparamiento de los bienes ajenos por parte de los caciques guerreros, se comenten constantemente en las crónicas coloniales del siglo XVI, sugiere que, en vísperas de la conquista, el istmo experimentaba momentos de gran tensión entre grupos rivales. Especialmente en el occidente del istmo, las abundantes figuras humanas talladas en piedra que agarran cabezas humanas, no parecen referirse a acciones pacíficas, como el despliegue de los cráneos de los ancestros, sino a acontecimientos agresivos, como la toma de cabezas-trofeo. De acuerdo a la información documental del periodo del contacto, los enfrentamientos inter-grupo llegaron a ser bastante destructivos de vidas y bienes. La escasez de tierras nuevas para recibir a emigrantes decepcionados con sus líderes o ávidos de mejorar la productividad agrícola para su gente cada vez más restringida en el espacio, tuvo mucho que ver, seguramente, con esta situación. No hay razón alguna, empero, para suponer que el dominio de un cacique sobre otros hubiese durado por mucho tiempo. Aunque se decía que el cacique ‘Antatará’ ejercía control sobre la costa de la Bahía de Parita, las discusiones que se suscitaron entre los miembros de su séquito a la llegada de los capitanes españoles Badajoz y Espinosa y después de la muerte de aquél sugieren que el poder cacical dependía de situaciones políticas en cierta medida efímeras e imprevisibles. Oviedo estaba consciente de que el demostrar valentía en la guerra era un escalón importante al poder. «Sacos é cabras….son….hombres de expiriençia en las cosas de las armas quellos usan,» nos dice (1853: 130), «é van con sus penachos é embixados ó pintados de xagua, é llevan insignias señaladas para ser conosçidos en las batallas.» La descripción que hace del cacique «Pocoa» en Veraguas recuerda actitudes exhibidas por otros grupos humanos caracterizados por los constantes conflictos entre parentelas, como los escoceses de Dalriada o los griegos de la época de Agamemnón y Aquiles: ….. «y el cacique Pocoa el delantero, con una gran patena de oro en los pechos, é sus varas para tirar en las manos. Porque es costumbre en aquellas partes que los caçiques é hombres principales traygan en la batalla alguna joya de oro en los pechos ó en la cabeza ó en los braços, para ser señalado é conosçidos entre los suyos é aún entre sus enemigos.» No es de sorpenderse, por ende, que muchas piezas de oro y cerámica pintada producidas en las Provincias Centrales representen a seres humanos o criaturas mitad hombre, mitad animal que agarran macanas, varas y estólicas (Figura 9; Cooke et al., en prensa; Helms, 1977; Linares, 1977b).

Artefactos y territorios: un asunto difícil de interpretar

El conjunto de artefactos hallados en Sitio Conte acusa un «estilo» particular que combina motivos e íconos en formas distintivas (Lothrop, 1937, 1942). Es obvio que este llamativo sistema semiótico, cuyas transformaciones en el tiempo ya son bastante bien conocidas y fechadas (Figura 10; Cooke et al., 2000; Labbé, 1995; Sánchez, 1995, 2000), estaba dirigido a un territorio mucho más amplio que los que habrían dominado la mayor parte de los centenares de «señoríos» o «cacicazgos» descritos por los españoles. Desde el Golfo de Montijo hasta la costa central de la Bahía de Panamá y en la vertiente opuesta del Caribe (Griggs, 1995, 1998) miles de asentamientos, pequeños y grandes, ricos y pobres, usaban e intercambiaban los mismos amuletos, adornos, vasijas y armas decorados a partir de un mismo sistema simbólico. El conjunto de objetos e iconos de esta zona – llamada ‘Gran Coclé’ por los arqueólogos (Sánchez, 2000) – se distingue de otro que, igualmente a partir del 500 a.C., llegó a caracterizar el área que abarca desde el río Tabasará hasta el Valle del General en Costa Rica, denominada ‘Gran Chiriquí’ (Corrales, 2000; Drolet, 1984a,b, 1986, 1988, 1992; Haberland, 1984; Holmes, 1888; Linares de Sapir, 1968; Linares y Ranere, editores, 1980; Shelton, 1984). En el oriente se ha propuesto una tercera área cultural, ‘Gran Darién’, a la cual nos referiremos más adelante.

En algunas publicaciones anteriores (p.ejm., Cooke, 1976b, 1984) se da la impresión de que existían fronteras fijas entre estas grandes áreas culturales de reciente formación. Esto es un error. Resulta más apropiado pensar en términos de una geografía cultural y política flexible en la que existían epicentros y periferias, así como centros de producción de distintas clases de artefactos en cada epicentro vinculadas a rutas de comercio cuya envergadura y permanencia variaban de acuerdo al valor económico, suntuario o ideológico de los bienes que cambiaban de manos. Por esto es lógico que los asentamientos costeros de Chiriquí que fueron investigados por Linares, como La Pitahaya (IS-3), hubieran recibido mayores cantidades de la cerámica policromada fabricada en las grandes aldeas de Veraguas, Azuero y Coclé, que otros ubicados en la cordillera (Cooke, 1980; Linares de Sapir, 1968; Linares, 1980). Durante 30 años que Cooke ha realizado investigaciones de campo en la cuenca del río Santa María, los llanos de Coclé y la costa este de la Península de Azuero, jamás identificó un tiesto procedente de ‘Gran Chiriquí.’ Desde luego, sería improbable que todos los grupos de objetos y productos tuvieran la misma importancia en los sistemas de trueque prehispánicos. Sí se ha constatado con datos arqueológicos la existencia de rutas que llevaban materias primas de costa a costa, como en el caso de los huesos de manatí atrás mencionados o el de extensos talleres de basalto ubicados en la cordillera de Chiriquí, Veraguas y Coclé los cuales producían hachas a medio hacer que luego eran llevadas a aldeas en ambas costas donde se terminó el proceso de manufactura (Cooke, 1978; Linares y Sheets, 1980; Ranere y Rosenthal, 1980). Según fuentes documentales, otras rutas unieron las zonas donde se adquiría del oro y cobre mineral con los talleres de los orfebres ubicados en aldeas grandes en el Pacífico, como las del cacique Cori de Panamá y de Comogre quien controlaba el curso bajo del río Chucunaque (Cooke et al., en prensa, a; Helms, 1979).

Estos procesos tan interesantes serían más fáciles de interpretar si tuviéramos en Panamá más y mejores análisis del origen geográfico de las materias primas usadas para fabricar artefactos, los cuales ya han avanzado en Costa Rica y Nicaragua (p.ejm., Bishop, 1992; Bishop et al., 1992). Esta deficiencia, así como la escasez de datos geográficos sobre la distribución de los asentamientos productores y recipientes de los bienes, aflige nuestra conceptualización de la arqueología del oriente de Panamá, la cual en comparación con ‘Gran Chiriquí’ y ‘Gran Coclé’, ha conocido muy pocas investigaciones, la mayor parte de las cuales estuvieron restringidas a la costa del Pacífico (Martín-Rincón, 2002). Aunque en esta zona, el ordenamiento de los grupos de artefactos en el espacio y en el tiempo está apenas iniciando y existen muy pocas fechas radiocarbónicas, el Proyecto Arqueológico Panamá la Vieja está haciendo un esfuerzo loable por remediar la situación mediante excavaciones cuidadosamente planeadas y ejecutadas (Rovira, 2002).

Pese a estas restricciones se ha detectado, sin embargo, un problema interesante que en futuro merece la pena investigar intensivamente ya que atañe a la geografía cultural del grupo social identificado como los «cueva» por los españoles y para el que existe una buena documentación escrita gracias principalmente a los esfuerzos de Fernández de Oviedo. En el área que comprende entre Chame y el Darién, los arqueólogos se han percatado de lo que parece ser un cambio en la distribución de la cerámica pintada y modelada, el cual ocurrió entre aproximadamente el 550 y 950 d.C. En algunos sitios que fueron importantes durante la primera mitad de este periodo (550-750 d.C.), como Playa Venado, Panamá Viejo y algunos asentamientos en el Archipiélago de las Perlas (Linné, 1929), es frecuente una cerámica policromada iconográfica y morfológicamente tan parecida a la de los estilos ‘Cubitá’ y ‘Conte Temprano’ de ‘Gran Coclé’, que deben considerarse variantes locales del mismo sistema semiótico (Figura 11; Sánchez y Cooke, 2000). Hacia el final de este periodo (750-950 d.C.), no obstante, la policromía parece haber cedido espacio a una tradición alfarera diferente, caracterizada por el modelado y la pintura roja, ejemplificada por el conjunto de piezas halladas en los años, ’70 en Miraflores (CHO-3) en el curso bajo del río Bayano (Figura 12; Cooke, 1976a, 1998; Martín-Rincón, 2002; Sánchez y Cooke, 2000). Aunque resulte difícil interpretar esta situación, una hipótesis es que, hacia el 750 d.C., ocurrieron cambios sociales o económicos – aún pobremente conocidos – que condujeron a que la población del litoral de la Bahía de Panamá se diversificara (Cooke, 1998a; Sánchez y Cooke, 2000). En una publicación popular, Cooke (1992) propuso que dicho proceso pudo haberse desprendido de desplazamientos hacia el Occidente de gentes relacionadas históricamente con los ‘chocóes’ lo cual, a la luz de recientes investigaciones, nos resulta algo ingenuo. Aún así, si bien consideramos es una imprudencia un tanto anacrónica buscar relacionar grupos de artefactos precolombinos con etnias o idiomas particulares, es cada vez más evidente la similitud que guarda la creciente heterogeneidad de la cultural material precolombina a través del tiempo en todo el puente terrestre con las cronologías y dendrogramas propuestos para las relaciones filogenéticas entre los grupos indígenas supervivientes (Corrales, 2000). Dicho patrón se compagina con la hipótesis de la paulatina disgregación de una población antigua de indígenas de milenaria presencia en el istmo en unidades sociopolíticas cada vez más pequeñas, relacionadas lingüística y culturalmente, pero políticamente cada vez más discordantes.

Centros ceremoniales

El hecho de que Sitio Conte colinde con Cerro Cerrezuela, donde hay evidencia de terrazas revestidas con piedras y con el Parque Arqueológico El Caño, cuyos arreglos de columnas de basalto talladas y sin tallar son muy conocidos (Cooke, 1976a; Cooke y Ranere, 1992c; Fitzgerald, 1991, 1998; Torres de Araúz y Velarde, 1998), sugiere que estos tres sitios desempeñaban juntos la función de un sitio de especial importancia ritual y social, no sólo para los caciques y aldeas de este interfluvio, sino para una población mucho mayor – tal vez todo ‘Gran Coclé’ donde no se ha encontrado jamás un sitio parecido. Una situación paralela parece darse en las tierras altas de Chiriquí con el caso de Barriles el que también se destaca como un centro ceremonial que trascendió un territorio mucho más amplio que el de un solo «señorío» o «cacicazgo» (Linares et al., 1975; Linares y Sheets, 1980). Se infiere, de tal modo, que la importancia simbólica y social de los pocos sitios panameños en donde se ha hallado algún tipo de arquitectura pública tuvo mucho que ver con la ideología y genealogía, ya sea porque fueron los primeros asentamientos establecidos por los ancestros de un grupo social particular en una zona geográfica específica, o porque ocurrieron en ellos eventos reales o míticos que llegaron a tener connotaciones políticas manipuladas, según su conveniencia, por las elites. Es curioso el hallazgo, en El Caño, de una figura humana que lleva un animal en la espalda que si bien es cierto puede representar una simple mascota, también puede simbolizar la costumbre, en las grandes balserías practicadas hasta hace poco por los ngöbés, de que los mejores jugadores carguen un animal embalsamado en la espalda como si este fuera una especie de guardián o alter ego (Figura 6b; Young, 1976). Las crónicas españolas describen varios juegos en el istmo en vísperas de la conquista, entre ellos uno que usaba una pelota de caucho y otro «cañas», es decir, lanzas de madera (Jopling, 1994:70; Torres de Araúz y Velarde, 1978). Tal vez las hileras de columnas de El Caño (Figura 6a) definieron la cancha de los grandes «juegos de cañas», o balserías, a los que acudían los jugadores más destacados de todas las aldeas que relacionaban sus orígenes genealógicos con este sitio o con los personajes míticos o reales asociados con él.

El cuidado de los ancestros

Una de costumbres más llamativas de toda la región habitada por hablantes de idiomas chibchenses y chocoanos es el resguardo que se le daba – y en algunos casos, que aún se otorga – a la preparación de los ritos fúnebres de los ancestros y el empeño prestado a conservar sus restos físicos mediante el embalsamiento, el desecamiento y el reposo en casas mortuorias. Tanto en Sitio Conte, como en Cerro Juan Díaz, las bóvedas funerarias se mantenían abiertas, cubiertas de techos y sábanas de tela de corteza a fin de recibir a los muertos de una sola parentela durante varias generaciones (Lothrop, 1937; Cooke et al., 2000; Díaz, 1999; Sánchez, 1995).

Las personas que fueron enterradas en Cerro Juan Díaz, no eran tan ricas como los guerreros de Sitio Conte; muchas eran bebés, niños y mujeres (Díaz, 1999). En aquel sitio se hallaron hornos revestidos con piedras y arreglados en un gran círculo, los cuales tal vez se usaban para desecar cadáveres para luego exponerlos en una pequeña casa mortuoria que se localizó en la cima del cerro o bien, para colocarlos envueltos en telas de corteza o en canastas llenas de ceniza. En otra área, mandíbulas humanas cuyos dientes habían sido extraídos post mortem, fueron colocadas en vasijas puestas boca abajo sobre un piso de arcilla. Se ven claramente los cortes hechos con una navaja de piedra a fin de quitarles los tejidos aun adheridos a los huesos. Algunas tumbas fueron cubiertas con techos y usadas muchas veces sugiriendo así que eran resguardadas por parentelas (Cooke, 2001a; Cooke y Sánchez, 1998; Cooke et al., 2000).

Todos estos detalles enfatizan una gran preocupación por el bienestar de los ancestros en la otra vida. Aunque en un sentido material, la gente enterrada en Cerro Juan Díaz era bastante pobre, sus conceptos de la relación entre los vivos y los muertos, no dejaron de ser muy sofisticados.

Epílogo

Desde hace 3 millones de años, cuando se cerró el paso entre el mar Caribe y el océano Pacífico, el istmo ha desempeñado el papel, no sólo de puente, sino de barrera.

Por un lado, la conexión terrestre permitió que los felinos, los osos, los zorros, y, por último, los seres humanos, sus perros y los parásitos de ambos pasaran caminando de Norte- a Suramérica. Este flujo Norte-Sur continuó en tiempos prehispánicos cuando productos norteños, como el maíz y la jadeíta y otros sureños, como la yuca, la orfebrería y la cerámica, se difundieron a lo largo del istmo. Cuando los españoles se asentaron en Panamá, sin embargo, el eje longitudinal cedió importancia al perpendicular de manera que, hoy en día, la connotación primordial del término «puente» es la de promotor del comercio marítimo con metrópolis lejanas. Tres cuartas partes de la población actual de Panamá viven en esta zona de tránsito transístmica. Para muchos metropolitanos, el «interior» es aún el mundo de la ganadería y los carnavales; el Darién, un territorio marginado e inhóspito. La distribución de la población humana y de los recursos más importantes de subsistencia y comercio era muy diferente antes del año 1502 cuando los únicos seres humanos en el istmo eran los amerindios.

Por otro lado, el levantamiento del istmo constituyó una barrera tan efectiva, que hasta donde sabemos, el sábalo real (Megalops atlanticus) del Caribe es el único pez marino que ha logrado penetrarla aprovechando, desde luego, una brecha artificial (el canal). Muchos peces suramericanos de agua dulce se tropezaron con otra barrera a sus desplazamientos hacia el Norte: el empalme de la Península de Azuero con las llanuras de Veraguas y Coclé (Bermingham y Martin, 1998). Esta barrera a mitad del istmo simboliza en el mundo natural otra característica física que ha ejercido un impacto en el mundo cultural: el sinfín de barreras más pequeñas, en la forma de centenares de ríos y quebradas que atraviesan valles empinados. De esta heterogeneidad ambiental se desprendió una gran diversidad de idiomas y culturas humanas. Cristóbal Colón se dio cuenta de esto al observar que «los pueblos, bien que sean espesos, cada uno tiene diferenciada lengua, i es en tanto que no se entienden los unos con los otro» (en Jane, 1988:103). Existen claros paralelos entre la diversidad biótica y cultural.

A partir del año 1502, estos «espesos» y políglotas pueblos vieron destruirse o cambiarse radicalmente sus modos de vida formados y desarrollados en el ambiente abigarrado del puente terrestre desde hacía más de once milenios. Catorce años después del recorrido de Bastidas, todo el territorio de los ‘cuevas’ era tierra yerma y despoblada. Treinta años después casi nadie hablaba la lengua de ‘cueva’. Los territorios de caciques otrora poderosos proveían tan pocos esclavos a las haciendas españolas, que la mayor parte de los indios encomendados hacia 1530 habían nacido fuera de Panamá. Alrededor de Natá y Panamá Viejo se han encontrado lo que a nuestro juicio son los restos físicos de los arrabales donde vivían los esclavos, concubinas e hijos ilegítimos de los colonizadores, teóricamente ‘hispanizados’, pero aun marginados. Sin embargo, tal y como lo resumiera Alfredo Castillero Calvo en su libro Conquista, Evangelización y Resistencia, en la mayor parte del territorio nacional, indígenas descendientes de las culturas prehispánicas, diezmados pero aun cultural y lingüísticamente intactos, permanecieron fuera de la órbita española. En la cordillera de Coclé y Veraguas la tradición de la cerámica policromada perduró por algunas generaciones en sitos como Bajo Chitra (Cooke et al. en prensa,b). En las faldas de El Valle, se hallaron recientemente sitios arqueológicos ocupados al parecer por los indios ‘coclé’ que siguieron hostigando a los españoles hasta 1650, cuyos descendientes viven en una olvidada reserva indígena (Arias, 2001; Griggs et al., 2002).

Jamás podremos afirmar si las vasijas policromas y piezas de oro ilustradas en las figuras 8-10 fueron creadas por los antepasados precolombinos de los ‘ngöbés’ o si las estatuas de Barriles (Figura 6c,d) fueron obra de «proto-doraces» porque la prehistoria, como dijimos al principio, no registra idiomas, ni personas, ni fechas precisas. Los genetistas y lingüistas, sin embargo, nos explican que las siete etnias panameñas que sobrevivieron a la conquista están emparentadas entre sí en diferentes grados y que, lejos de ser inmigrantes recientes venidos de la zona maya, la sabana de Bogotá o Amazonas, son producto de la paulatina disgregación de una población de larguísima permanencia en el área istmeña y atrateña y poseedoras, antes y después de la conquista española, de tradiciones que destacan por su belleza, encanto y profundo significado simbólico.


Notas

arriba

vuelve 1. Las fechas citadas en este trabajo de basan en dataciones radiocarbónicas que no han sido calibradas con referencia a la dendrocronología.

vuelve 2. Los fitolitos son partículas microscópicas de sílice que se forman en las células de algunas especies de plantas y que permanecen intactas después de la descomposición de aquellas (Piperno, 1988, 1995, 1998).


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Ilustraciones

Ilustración 1:

Mapa del istmo de Panamá que señala los sitios arqueológicos mencionados en el texto.

Ilustración 2:

Efectos de las actividades humanas en la cuenca de la Laguna de La Yeguada, Veraguas, ejemplificados por la abundancia de fitolitos de árboles en los sedimentos durante 14,000 años (a.C. – antes de Cristo; d.C. – después de Cristo). A la derecha se mencionan algunos aspectos sobresalientes del desarrollo cultural en el área (datos tomados de Piperno y Pearsall, 1998:Ilustración 5.8).

Ilustración 3:

a-b, d-f: fragmentos de utensilios de piedra de la tradición ‘Clovis’ (9500-8900 a.C.) hallados en La Mula-Oeste (Sarigua, Herrera, Panamá). Destacan algunas características típicas de los albores de dicha tradición (ver letras blancas). c: réplica en plástico de una punta ‘Clovis’ hallada en Lindenmeier, Tejas, EE.UU. Los artefactos están cubiertos con una capa de cloruro de amoniaco a fin de resaltar el lasqueo (foto: R. Cooke).

Ilustración 4:

a: excavaciones en la Cueva de los Vampiros, Coclé’, 2001. Georges Pearson (izquierda) y Diana Carvajal (derecha) excavan en las capas paleoindias (11,500-9000 a.C.) (foto: R. Beckwith). b: fragmento distal de una punta ‘Cola de Pescado’ hallada en la Cueva de los Vampiros (foto: G. Pearson). c: punta de proyectil ‘Cola de Pescado’ supuestamente hallada cerca de La Cañaza, Veraguas, Panamá. El pedúnculo y la punta están averiados (ver flechas blancas) (foto: R. Cooke).

Ilustración 5:

Las investigaciones paleobotánicas realizadas en Panamá por Dolores Piperno y sus colegas han perfeccionado nuestros conocimientos sobre los orígenes y el desarrollo de la agricultura en el Neotrópico.

Ilustración 6:

a: Hileras de columnas de basalto en El Caño, Coclé. b: columna tallada como un ser humano con un mamífero a espaldas, El Caño, Coclé’ (Museum Rieterberg, Zürich). c: patas de un gigantesco metate adornado con cabezas humanas, Barriles, Chiriquí (Linares et al., 1975, Ilustración 5b,c). d: estatuas de piedra, Barriles, Chiriquí. El objeto que la figura sentada lleva en el pecho podría representar una efigie de oro (foto: O. Linares).

Ilustración 7:

Artefactos de origen mesoamericano hallados en Panamá.

a: cuchillo bifacial, probablemente mexicano, río Belén, Veraguas (foto: R. Cooke). b: estatuilla de piedra verde, posiblemente olmeca, Chiriquí. c: vasija plomiza, Chiriquí (b,c: Lothrop, 1950).

Ilustración 8:

Cocodrilo con atributos humanos – un ícono frecuente en ‘Gran Coclé’ entre el 850 y 1500 d.C.

Arriba: plato policromado del estilo ‘Coclé Tardío’, abajo: disco de oro repujado, Sitio Conte (tomado de Hearne y Sharer, 1992).

Ilustración 9:

Efigie de oro en forma de un cocodrilo antropomorfo vestido como guerrero. Lleva una macana y una estólica (para lanzar dardos).

Ilustración 10:

Transformaciones en el tiempo de la cerámica policromada de ‘Gran Coclé’. Se nota una paulatina evolución de los estilos. Se cree que el estilo Mendoza fue confeccionado un par de generaciones después de la conquista española.

Ilustración 11:

Cerámica policromada hallada en Playa Venado, Panamá. Pertenece a los estilos ‘Cubitá’ (500-750) y ‘Conte Tardío’ (750-850 d.C.) de ‘Gran Coclé’ aunque parece haber sido producida localmente (foto: L.A. Sánchez H.). Las piezas reposan en el Museo Peabody, Universidad de Harvard, EE.UU.

Ilustración 12:

Centro: bóveda de una tumba en Miraflores (CHO-3), río Bayano (800 d.C.).

Periferia: piezas de cerámica restauradas, halladas en esta tumba, las cuales son típicas de una tradición alfarera que parece haber reemplazado la policromía observada en la Ilustración anterior después del 750 d.C. en la parte oriental de la Bahía de Panamá (fotos: J. Almendra [sepultura] y R. Cooke [cerámica]).

———————

Cita: Cooke, R. y L. A. Sánchez. 2003. Panamá prehispánico:tiempo, ecología y geografía política (una brevísima síntesis). Istmo No. 7: Noviembre – Diciembre (2003). En línea: http://collaborations.denison.edu/istmo/n07/articulos/tiempo.html

Editado por Burica Press en mayo de 2008.

Poblamiento humano y ganadería y el impacto en el paisaje panameño

PREFACIO

El ensayo NUEVOS HOMBRES Y GANADOS Y SU IMPACTO EN EL PAISAJE GEOGRÁFICO PANAMEÑO ENTRE 1500 y 1980 del Dr. Omar Jaén Suárez complementa, muestra la evolución en los últimos cinco siglos de la historia más reciente del istmo de Panamá, la evolución del poblamiento y de la explotación de los recursos del Istmo de Panamá. Este trabajo lo produjo el Dr. Jáen después de una comunicación más modesta al Simposio de Biología e Historia Natural de Panamá, organizado por la Universidad de Panamá, ampliada y enriquecida también con las referencias documentales pertinentes y una nueva lectura, bajo otros enfoques, de crónicas coloniales ya conocidas. La confirmación de algunas hipótesis bastante atrevidas sobre la evolución de la erosión en las áreas ganaderas, la creación de manglares y la ampliación de las sabanas antropógenas necesitará profundos estudios de paleogeomorfología y sedimento logia.

Justo la necesidad de profundizar más estudios al respecto nos ha motivado como promotores de la cultura de la investigación científica a incluir en línea digital este valioso documento para acceso público del aporte de un gran académico de Panamá. Este ensayo fue publicado bajo el formato de libro en la obra: HOMBRES Y ECOLOGÍA EN PANAMÁ* editada por el propio ensayista.

Centro de Estudios de Recursos Bióticos

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NUEVOS HOMBRES Y GANADO Y SU IMPACTO EN EL PAISAJE GEOGRÁFICO PANAMEÑO ENTRE 1500 Y 1980

por: Omar Jaén Suárez*

Introducción

Este trabajo estará dedicado a plantear el problema del encuentro de los nuevos hombres y ganados, que desde el siglo XVI están llegando al Istmo de Panamá, con un medio natural dominado por los climas húmedos tropicales y sus formaciones vegetales selváticas. Por ello, comenzamos por la descripción del paisaje geográfico que descubren los colonizadores del siglo XVI y sobre el cual actuarán, violentamente, hasta aniquilar la mayoría de la población original y alterar la estructura territorial del poblamiento.

Luego, exponemos la creación de nuevas estructuras geográficas de poblamiento y de explotación de los recursos y los fenómenos demográficos que se desarrollan después de la conquista y la primera colonización hispánica y que marcan, profundamente, la evolución del paisaje del Istmo de Panamá.

Después, analizamos la consolidación de las nuevas estructuras, que ocurre durante tres siglos, desde 1600 aproximadamente hasta 190O, incluso los fenómenos de la ampliación, lenta pero firme a largo plazo, de las fronteras internas de poblamiento y la creación de nuevas sabanas antropógenas en los sitios en donde las antiguas sabanas, precolombinas, fueron invadidas por formaciones vegetales más densas cuando disminuyeron las densidades humanas.

Finalmente, registramos los cambios revolucionarios del siglo XX y el triunfo de los hombres y su tecnología médica y agropecuaria sobre el ambiente natural, que ha permitido el rápido crecimiento de las densidades humanas y la expansión, considerable, de las fronteras de poblamiento y de explotación del territorio.

La localización espacial de los hombres y de los diversos grupos humanos, las nuevas modalidades de ocupación del suelo, la introducción de plantas y animales desconocidos y la implantación de economías de venta de servicios integradas al naciente sistema mundial originan, en nuestro Istmo, formas diferentes de organización del espacio geográfico, y, también, ciertas maneras de funcionamiento ineficiente del mismo, cuyos resultados se manifiestan ante nuestros ojos.

El surgimiento de nuevas regiones históricas, la aparición de una red de pueblos y ciudades y la creación de algunas estructuras de poblamiento que desafían a veces los siglos, de disposición del habitat rural y de comportamientos migratorios, son también fenómenos geográficos relevantes en los cambios mayores del paisaje.

2. El paisaje geográfico hacia 1500

Cuando los primeros europeos llegan al Istmo de Panamá encuentran un país que tenía entre 120 y 200 siglos de presencia humana continua, tal como lo sugieren las evidencias arqueológicas, y que conocía una etapa de verdadero auge demográfico. Ello tiene graves implicaciones en el poblamiento, el paisaje natural y la organización del espacio ístmico precolombino.

a. Los hombres

Diversos autores han adelantado cifras de población amerindia, en 1500, que se extiende entre 225.OOO1y 2,000.000 de habitantes, 2aunque nosotros nos inclinamos más por un cuarto de millón de hombres 3 que quizás lleguen hasta medio millón. En todo caso, ellos parecían encontrarse desigualmente distribuidos.

De acuerdo con la primera hipótesis, en las tierras altas veríamos, siguiendo a Charles Bennett, 4 menos de 0.4 habitantes por Km2; quizás entre 0.4 y 1. habitante por Km2 en los piedemontes y la costa atlántica; y entre 4 y 6 habitantes por km2 en i los bajos valles aluviales y las llanuras litorales de la costa del Pacífico, en Chiriquí, la región central y las depresiones del Bayano, Tuira y Chucunaque. De todas maneras, el máximo de poblamiento pareciera concentrarse, a la llegada de los conquistadores, de acuerdo con las crónicas de la época, en las amplías llanuras de la región central entre el Río Tabasará al Oeste y el Río Chame al Este 5.

b. Paisaje natural

Quizás un centenar de siglos de caza y recolección mediante las técnicas paleoindias que incluyen el uso del fuego, por microbandas que en conjunto se elevarían de 6.000 a 33.000 habitantes en todo el Istmo, pero sobre todo los 1.500 años de agricultura formativa, con una población algo mayor, y luego los otros 1.500 años de la agricultura de gestos plenos con una población más abundante todavía y en aumento hasta principios del siglo XVI, han debido modificar profundamente el ambiente natural del territorio ocupado hoy por la República de Panamá.6

Los testimonios brindados por los cronistas nos ofrecen, a principios del siglo XVI, un paisaje vegetal bastante variado, según la desigual naturaleza e intensidad de la ocupación humana. En la costa atlántica, la estrechísima planicie litoral cubierta a veces de maizales desde el Golfo de Urabá hasta por lo menos el área del Río Belén, se pone rápidamente en contacto con la selva tropical húmeda que sube el piede-monte, gana las próximas alturas de la Cordillera Central y se insinúa también por las bajas colinas del istmo central de Panamá hasta llegar al valle alto del Chagres y sus macizos de la Sierra Llorona y del Mamoní. En la vertiente del Pacífico, más amplia, las condiciones de ocupación del suelo parecen ser más heterogéneas al momento de la conquista ibérica. El centro del Darién meridional, es decir las cuencas del Tuira y Chucunaque, bastante pobladas, conocían, aparentemente, la sucesión de plantíos, sub-bosques, matorrales y manglares, mientras que desde el valle medio del Bayano se abría la gran sabana antropógena. Desde Chepo ella se afirma con mayor vigor pasando por Pacora, Panamá y, por el norte, alcanzaba las riberas del Chagres en el área de Cruces. Más adelante, ella se desarrolla también en los llanos de La Chorrera y Sajalices. Pero será a partir de Chame que la gran sabana, creada sobre todo gracias a la sombra eólica, es decir el área más protegida por la Cordillera Central de las masas de aire húmedo provenientes del Caribe, se extiende sin interrupción pasando por las tierras de Chirú, Nata, Calobre, la peneplanicie de Veraguas central, Escoria y Guararé en el actual Azuero. Ocupa así esa sabana central, la región que corresponde hoy, a «grosso modo,» al llamado clima tropical árido (Aw’gi de Köppen). Las tierras altas, por su parte, estarían ocupadas por una floresta vigorosa, desde las alturas de Veraguas hasta las de Chiriquí.

Pero dejemos hablar a los cronistas quienes, en su lenguaje arcaico, nos harán una presentación más vivida del istmo de Panamá en los primeros años del siglo XVI, punto de partida de nuestro ensayo sobre la evolución del paisaje geográfico.

La costa norte fue visitada, en 1502, por el Descubridor de América, pero será Fernando Colón quien nos diga que «…el Almirante siguió navegando hasta que entró en Portobelo, al que puso este nombre por ser muy grande, hermoso y poblado, y tiene en torno mucha tierra cultivada… La región que rodea el puerto no es agreste, sino cultivada y llena de casas, distante una de otras un tiro de piedra o de ballesta…» 7 Luego, cerca de Nombre de Dios declara que «todos aquellos contornos e isletas estaban llenos de maizales…» Finalmente, al referirse a un área cercana al Río Belén al norte de Veraguas, menciona «seis leguas de maizales, que eran como campos de trigo» 8 (cerca de 33 kilómetros). Sin embargo, este entusiasmo se matiza cuando, en 1508, se trata de colonizar el litoral caribe veragüense para explotar sus lavaderos de oro. Pedro Mártir de Anglería nos dice que los colonos «en cierto valle de suelo fértil, que lo demás de la región es estéril, sembraron a usanza de su patria» 9. Detrás, la tupida selva era un obstáculo insalvable, aún en los mejores años de la minería de Veraguas, de 1559 a 1589 10. En el área del Golfo de Urabá, una densidad mayor del poblamiento y por lo tanto de plantíos agrícolas, atrae la colonización temprana, un poco más duradera, alrededor de Santa María la Antigua y Acla 11.

El Darién, por su parte, conocía sabanas, sin duda extensas en el valle del Bayano, que en esa época semejaría la situación actual, resultado de los más recientes desmontes. Pascual de Andagoya, quien llega a la región en 1514, afirma que «La primera provincia desde Acia hacia el oeste es Coma-gre, donde comienza tierra rasa y de sabanas: desde allí adelante era bien poblada, aunque los señores eran pequeños; estaban de dos a dos leguas, y de legua a legua uno de otro» 12. Sobre el mismo Darían añade un comentario revelador de la presencia de llanadas al mencionar la técnica de la caza estival, propia de los lugares sabaneros: «Los señores tenían sus cotos donde al verano iban a caza de venados, y ponían fuego a la parte del viento, y como la yerba es grande, el fuego se hacía mucho…» 13

Desde Nombre de Dios hasta la ciudad de Panamá, nos dice Gonzalo Fernández de Oviedo, en 1526, el «camino asimismo es muy áspero y de muchas sierras y cumbres muy dobladas, y de muchos valles y ríos, y bravas montañas y espesísimas arboledas»,14 mientras que «desde Panamá hasta el dicho río de Chagres hay cuatro leguas de muy buen camino, y que muy a placer le pueden andar carretas cargadas, porque aunque hay algunas subidas, son pequeñas, y tierra desocupada de arboleda, y llanos, y todo lo más de estas cuatro leguas es raso»15. Unos años más tarde, en 1535, Pedro Cieza de León encontró alrededor de la capital «muchos términos y corren otros muchos ríos, donde en algunos de ellos tienen los españoles sus estancias y granjerias, y han plantado muchas cosas de España, como son naranjos, cidras, higueras… Por los campos hay grandes hatos de vacas, porque la tierra es dispuesta para que se críen en ella… Los señores de las estancias cogen mucho maíz…» 16, aprovechándose así de una región ya desmontada anteriormente.

La región central parecía aún más abierta que las sabanas cerca de Chepo y la ciudad de Panamá, según el testimonio de Pascual de Andagoya quien, después de su primera visita en 1517, declara que «de Chame a la Provincia de Chirú y hay ocho leguas de despoblado a la misma vía… Desta provincia a la de Nata hay cuatro leguas de despoblado. Todas estas tierras son finas y llanas y muy hermosa tierra, de muchos mantenimientos, de maíz y ages y melones diferentes de los de acá, y uvas, yuca y mucha pesquería en los ríos y en la mar y caza de venados» 17.

Gaspar de Espinosa, en la misma época (1517), confirma y amplía la descripción anterior al decir que «en las dichas provincias de Nata é Chirú é todo lo desde allí adelante, fasta Comagre, es tierra tan llana como la palma, tierra muy sana é toda sabana, sin montes, más de las arboledas que hay en las riberas de los ríos, é las de Nata fasta Guarari ansí mismo; la costa muy gentil é casi toda playa… Es toda esta tierra que de verano é invierno se puede toda andar á caballo, tan bien é mejor que no la de Castilla…» 18 Habla Espinosa, evidentemente, de toda la sabana de la vertiente pacífica, desde Nata hasta la región del Bayano (Comagre) y desde Nata también hasta los confines de Azuero (Guarari). Un poco más lejos declara que desde la isla de Cabo (Cébaco) se llega al centro de Veraguas, sin duda cerca de la actual ciudad de Santiago, en donde encuentra «toda tierra muy llana é al parecer, según dezian los indios, muy poblada é muy clara, é sin arcabucos, é muy hermosa tierra». 19 Sin arcabuco, es decir sin monte cerrado y espeso que, de todas maneras, no podría sostener los latosoles infértiles de la región.

Las tierras altas, desde Veraguas hasta Chiriquí, conocían una vegetación más tupida y, muy probablemente, densidades menores. Pascual de Andagoya nos indica, después de 1517, que desde Burica «y salidos desta provincia la vuelta de Panamá la tierra adentro, llegamos a una provincia de serranías, tierra fría, donde hallamos los montes de muy hermosas encinas cargadas de bellota» 20. Se refería el autor a la palma pixbae, base de la extendida arboricultura practicada aún hoy por las poblaciones guaymies. 21

A pesar de nuestras dudas acerca de la objetividad, por el tono entusiasta de los cronistas, tenemos que rendirnos ante una evidencia la cual es que el Istmo de Panamá no era, hacia 1500, la espesa selva que algunos han podido creer. La mayor parte del litoral pacífico del país estaba ocupado por una amplia sabana parcialmente antropógena, que retrocederá rápidamente en algunos lugares como el Darién y que evolucionará en otros, gracias a nuevas formas de uso del suelo implantadas por los conquistadores.

También, de importantes implicaciones parece ser el hecho que las estructuras de organización del espacio que encontraron los conquistadores en Panamá serán transformadas, radicalmente, en el primer siglo de ocupación hispánica.

c. Organización del espacio.

El territorio del Istmo era, antes de la conquista ibérica, un puente que unía las dos grandes masas terrestres del Continente, lo que se conocería después por la América del Norte y la del Sur. La intensidad de los movimientos migratorios o de paso parece aumentar cuando se advierten intercambios culturales marítimos, que sin duda acompañaban los comerciales22, entre las grandes culturas del Continente, las de Mesoamérica y las de las altas mesetas colombianas y peruanas.

Se han identificado 79 tribus en las cuales se encontraba distribuida la población panameña a la llegada de los cronistas hispanos 23, que constituían el mínimo de lo que podríamos llamar divisiones político-administrativas de la última etapa precolombina, con un promedio aproximado entre 1.500 y 3.000 habitantes cada una, dedicadas a una agricultura de corte y quema, complementada por la caza, la pesca y la arboricultura. Ellas cubrían, sin duda, los terrazgos más útiles del país.

Ningún poder superior parecía integrar esos cacicazgos y tribus a una organización que superase su propia autonomía y que cubriese todo el territorio ístmico o una buena parte de él. En el Darién los señores son pequeños y separados, según las descripciones de los cronistas hispanos. Sólo en la región de las sabanas centrales, parecía esbozarse un inicio de articulación política más sólida, extensa y compleja, con jerarquías territoriales y políticas organizadas por señores principales y vasallos que no superaba, sin embargo, las regiones del Chirú al Este y de Escoria al Oeste. Los cacicazgos de Nata y Parita, los más importantes, parecían controlar, a través de una decena de señores vasallos cada uno 24, otras tantas zonas de medios naturales variados y complementarios. Quizás se establecían alianzas ofensivas y defensivas, pero nada nos sugiere la existencia de verdaderas confederaciones de cacicazgos, -a pesar de la resitencia de Urraca en Veraguas-, con propósitos más dilatados que los de un acontecimiento militar.

De todos modos, dos patrones diferentes de organización del habitat parecen coexistir en el Istmo. Por una parte, el del Darién, caracterizado por la dispersión, sobre todo en los numerosos cursos de agua, en cuyas riberas se agrupan, si acaso, pocas viviendas. Mientras tanto, en el área de las actuales provincias centrales, también vemos aparecer concentraciones mayores, como las de Chirú, París y especialmente Nata, en donde Gaspar de Espinosa cuenta cerca de 1.500 habitantes que ocupaban entre 45 y 50 viviendas.

A pesar de este aspecto compartimentado del Istmo, existían, a la llegada de los conquistadores, activos flujos de intercambios comerciales entre zonas ecológicas complementarias, tanto en sentido Norte-Sur, como Este-Oeste, los más frecuentes. Esos flujos y en particular los últimos, más bien por mar, parecían realizar la función de paso transístmico de la época precolombina, entre las dos grandes masas continentales.

3. Creación de nuevas estructuras de poblamiento y de usos del suelo: Siglo XVI.

La llegada traumática de los españoles y los servidores africanos trastorna notablemente la estructura del pobla-miento y de la organización del territorio panameño. Los amerindios son rápidamente diezmados y reemplazados, aunque parcialmente, por nuevos hombres llegados de Europa y África, y, más tarde, también de las otras regiones vecinas del Istmo de Panamá.

a. Hombres y migraciones.

En efecto, la guerra, las epidemias, las cabalgadas, los destierros de población indígena para las Antillas y sobre todo para el Perú 25 y el rechazo de la vida, como en otras partes de Mesoamérica, llevan a la casi completa desaparición de la población original. Sobre los restos demográficos se edifica una nueva sociedad a partir de pequeñas concentraciones, aldeas diminutas que reúnen a los raros y nuevos habitantes del país. Primero, lo advertimos en el Darién y en particular la costa norte con Santa María la Antigua y Acia que serán también definitivamente abandonadas en 1524; luego, desde la década de 1520, ellas surgen en las sabanas próximas de Panamá y de Nata, desde Chame hasta Pedasí. En el Darién, casi vacío, la sabana retrocede y la floresta ha prácticamente ocupado el territorio en la segunda mitad del siglo XVI.

Finalmente, los nuevos dominantes se dirigen principalmente hacia el Oeste. En 1559 se conquista Veraguas, se fundan algunos poblados de vida más bien efímera y se establece el régimen de la encomienda, originario de fuertes perturbaciones demográficas en esa Gobernación.

El resultado será una nueva estructura de población y de poblamiento en la cual los inmigrantes ocuparán un lugar relativamente confortable, aunque no logren alcanzar, a fines del siglo XVI, un décimo de la población amerindia de 1500.

Hacia 1575 se cuentan cerca de 800 blancos en el Istmo, más de 5.600 negros africanos ya sea esclavos, cimarrones y negros libres y entre 3.000 a 4.000 indios organizados en 5 ó 6 reducciones. Estos 10.000 hombres aproximadamente ocupan el territorio realmente sometido a la autoridad colonial y que cubre cerca de 1/4 del Istmo de Panamá. El resto estaría poblado por quizás otros 10.000 indígenas26 que dispersos en las selvas y serranías practicaban la agricultura itinerante de corte y quema, complementada por la caza, pesca y recolección tradicionales.

b. Organización del espacio.

Al principio de la conquista, los españoles no hacen más que copiar la estructura general del poblamiento indígena, asentando sus poblados en antiguos sitios, ya deshabitados, en la costa norte del Darién, en las cercanías de Panamá y en las sabanas Centrales; pero después del establecimiento de la función de tránsito, desde la década de 1540, se diferencian con mayor nitidez las dos grandes regiones activas históricas; la transístmica y el interior rural, es decir, las sabanas que miran el Pacífico.

Así, se establece un eje urbano en dirección Norte-Sur con los puntos terminales en el Atlántico y el Pacífico y los sitios de relevo a lo largo de la ruta intermarina. Desde el siglo XVI queda constituida la estructura jerárquica urbana con la ciudad de Panamá como capital, de la cual dependen las otras sedes de Gobernación: Portobelo y el Real de Santa María, además de la importante ciudad de Nata, subordinada directamente a Panamá. Las jerarquías espaciales se refinan con la fundación de otros poblados como Cruces, Chepo, La Chorrera y Chame, que dependen sin intermediarios de la jurisdicción de Panamá y que, aunque corresponden a espacios ecológicos semejantes, tienen funciones complementarias. En el interior rural, las autoridades propician una política de habitat concentrado y dividen el territorio en dos grandes circunscripciones: la Alcaldía Mayor de Nata que cubre las actuales provincias de Coclé, Herrera y Los Santos, y la Gobernación de Veraguas que se extendía hasta la frontera con Costa Rica. En la primera se funda Nata (1522), y la Villa de Los Santos (1569), pueblos españoles, y Parita, Cubila y Ola, establecidos en 1558, además de Penonomé (1581), reducciones indígenas. El Ducado de Veragua , integrado a la Corona en 1558, será enseguida conquistado y convertido en Gobernación dependiente de la capital de la Audiencia de Panamá. Allí, las primeras fundaciones realizadas en el espacio ecológico sabanero complementario de los selváticos lavaderos auríferos en la vertiente atlántica, difícilmente superan el ocaso de la minería a fines del siglo XVI, salvo Santa Fe (1559). Después, Montijo (1590), Remedios (1589) y Alanje (1591) se convertirán en los núcleos del habitat concentrado de la frágil construcción hispánica, reforzada desde el siglo siguiente.

Junto con el establecimiento de una primera estructura de poblamiento veremos también la adopción, desde el siglo XVI, de estructuras inéditas de uso del suelo.

Plantas y animales desconocidos, técnicas agrarias novedosas se implantan en el Istmo de Panamá desde principios del siglo XVI. Su desarrollo cambia notablemente el paisaje geográfico de amplias regiones y vigoriza la permanencia de la sabana antropógena.

c. Técnicas agrarias.

Los españoles tratan de introducir la técnica del arado y los barbechos europeos, pero con tan poco éxito que será el cultivo tradicional itinerante de corte y quema el que finalmente dominará la agricultura panameña desde el siglo XVI. El huerto familiar, de tipo más bien africano tropical, conocerá la asociación de tubérculos, especias, caña de azúcar, cítricos según la región, mangos y palmeras.

d. Nuevas plantas y animales

El ñame, raíz de origen africano, es introducido por los negros esclavos desde principios del siglo XVI, mientras que el guineo, la caña de azúcar y las aurináceas llegan con los españoles antes de 1533 por lo menos. El mango, frutal más conocido en el Istmo e indispensable en todos los establecimientos humanos rurales de las sabanas panameñas, es traído por los españoles desde Asia. El arroz, introducido también por los nuevos conquistadores, hace su aparición en las crónicas en 1605, aunque debió estar presente en Panamá desde algún tiempo antes.

Pero serán los ganados, tanto vacunos como caballares los que tendrán las mayores incidencias en las modificaciones del paisaje geográfico. Traídos desde temprano al Istmo por los colonizadores hispánicos, ellos ocupan rápidamente amplios sectores de la geografía de Panamá y en particular las sabanas que no habían revertido enteramente al estado de la floresta. Esta tendencia era natural puesto que en realidad, la verdadera sabana climática sólo se desarrolla en Panamá, en un área muy pequeña, en forma de media luna de cerca de 3.000 Km2(4% del Istmo), con precipitaciones inferiores a 1.500 mm. anuales y 4 meses de sequía, de enero a abril, que se extiende desde Chame hasta Antón, Penonomé, Aguadulce, Divisa, Pesé y termina en Pocríde Los Santos. Pero aún esta sabana, si se la dejase libre de quemas y pastoreo, revertiría fácilmente a una formación arbustiva de tipo chumico (Curatella americana), marañón (Anacardium occidentale) y nance (Byrsonima sp.) En el resto de las llamadas sabanas centrales, de Panamá y de Chiriquí, la reversión fue aún más rápida, en formaciones vegetales más densas, de bosque seco tropical y, en los valles aluviales y piedemontes, hasta de bosque húmedo tropical. Pero la pronta ocupación por parte de nuevos hombres y sobre todo de ganados, impidió la entera regresión de la sabana antropógena heredada del pobla-miento precolombino

Evolución de un nuevo paisaje geográfico: 1600-1900

Desde principios del siglo XVII los elementos principales de la organización del espacio colonial han sido establecidos en la mayor parte del Istmo de Panamá. Los dos siglos siguientes estarán dedicados más bien al fortalecimiento de esa estructura incipiente, mediante un aumento sostenido de población y la fundación de nuevas concentraciones sabaneras. Pero, más que al número de hombres tocará a los ganados provocar modificaciones tempranas del medio natural panameño, por lo menos durante los siglos XVII y XVIII.

Ganados, sabanas antropógenas y manglares

En 1631, después de un siglo de haberse iniciado un nuevo tipo de ocupación humana hispánica y africana en la vertiente del Pacífico, Diego Ruíz de Campos nos ofrece una minuciosa descripción, por cierto muy útil, del paisaje natural y humano de la región comprendida entre la ciudad de Panamá y la Punta de Burica, 550 kilómetros al Oeste 27 cuya síntesis aparece en el Cuadro 5. Nos describe el autor unas islas como Naos, Perico, Flamenco, Taboga, Taboguilla, Otoque, Coiba, Gobernadora, Leones, Cébaco y Parida, con un paisaje natural de selva tropical y sus escasos claros producidos por la ocupación humana, sobre todo en las cercanías de la ciudad de Panamá. También nos descubre Ruíz de Campos un paisaje alrededor de la ciudad capital, tanto en el valle de Pacora como en las planicies junto al Cerro Ancón, el valle del Río Grande, las faldas del Cerro Cabra y las planicies de La Chorrera y Sajalices, como «tierra llana y sin arboleda… sabanas i llanadas que sirven de pasto y comedero para el ganado»28. Los medios intertidales sometidos a las fuertes mareas del Pacífico en donde prosperan los manglares, además de algunas arboledas dispersas, completan la descripción de una región con una muy débil población humana. Pero más lejos aún, la descripción nos recuerda el testimonio, un siglo atrás, de Gaspar de Espinosa (1517) ya citado, cuando Ruíz de Campos en 1631 nos declara que «Desde esta dicha punta de Chame empiezan zabanas i campiñas rasas que se ven desde la mar sin arboleda ninguna en la costa, la cual desde la dicha punta corre la vuelta del Norte hasta la ensenada de Nata»29. Los manglares, más bienes-trechos, se presentaban en 1631 más allá del Río Grande de Nata, lo que nos hace pensar que los actuales y extensos manglares que se desarrollan desde la boca del río Hato hasta la del Río Grande, son una creación más reciente, resultado del aluvionamiento producido por varios siglos de erosión intensa de las planicies costeras, causada por un pastoreo extensivo y descontrolado. Las sabanas, amplísimas, continuaban sin interrupción, salvo el ancho bosque-galería del río Santa María (Escoria), hasta el valle del río Oria, en el litoral sur de Azuero. Los manglares se detenían, aparentemente, en la boca del río Parita.

Luego, en el Golfo de Montijo rodeado de densas selvas tropicales, un paisaje de ría dominaba, con sus manglares característicos, mencionados sólo en las bocas de los ríos Martín y Tabarabá (San Pablo), aunque la peneplanicie veragüense cerca de San Pedro del Montijo y La Atalaya contase con «gran suma de ganado vacuno i de cerda i muchas gallinas…» 30 sobre la estrecha sabana edáfica.

Finalmente, después de mostrarnos un litoral montuoso, con densas selvas tropófilas y manglares en los numerosos cursos de agua que drenan la Península de Las Palmas y la Cordillera Oriental de Chiriquí, el autor sa refiere al río que «se llama el Cobre porque el agua que por él viene, que es en abundancia, sabe tanto a cobre, que aún los caballos con sed no la quieren beber i la causa desto es que debe de nascer o venir por algunos minerales, del dicho metal»31. Para terminar, sólo advertimos pequeñas sabanas cerca de Remedios, en las cuales «hay mucha suma de ganado vacuno..» 32, en Santa Lucía, lugar cercano, en donde «ha habido i hay la fuerza de las fábricas y astilleros i de los mantenimientos, porque este dicho sitio esta en la zabana donde se cría i está el ganado i todos los demás mantenimientos…» 33 y en el área de Chiriquí (Alanje) nos encontramos con «gran suma de ganado vacuno de que se saca mucho sebo para traer a Panamá» 34. Los manglares no aparecen aquí tan evidentes y el cronista habla más bien de arboledas en las desembocaduras de los ríos Chorcha y Chiriquí y sobre todo hacia el occidente en el valle de los ríos Chiriquí Viejo y Garanche, en el área de Puerto Armuelles. Parte de los amplios manglares chinéanos, tanto como los coclesanos y azuereños que conocemos hoy, podrían ser una creación posterior a principios del siglo XVII, producto del aluvionamiento y también, posiblemente, de movimientos isostáticos más recientes del Istmo de Panamá.

Si consideramos que la población es, en 1631, muy escasa en todo el Istmo y en particular en la región descrita por Diego Ruíz de Campos, habría que buscara otro responsable por el mantenimiento, a un siglo de la Conquista de las provincias centrales y a sólo medio siglo de la de Veraguas y Chiriquí, de un paisaje de sabanas tan generalizado, principalmente en la región central y en los alrededores de la ciudad de Panamá. También habría que determinar la causa que ha podido provocar la erosión tan intensa que, al cabo de varios siglos, dos a tres cuanto más, ha creado los inmensos depósitos aluviales intertidales en el Golfo de Parita y en el de Chiriquí para sostener los amplios manglares que conocemos hoy, qué tienen en algunos casos hasta 10 kilómetros de profundidad Ese responsable podría ser en parte, muy verosímilmente los ganados vacunos y caballares, presentes en la región desde la llegada de los españoles. Ellos también serían responsables del mantenimiento primero y luego de la ampliación de la sabana antropógena, en condiciones climáticas que favorecían el desarrollo de una vegetación mucho mas densa, arbustiva o, lo más a menudo, selvática.

En 1607 contamos cerca de 110.000 reses en el Istmo de Panamá lo cual arroja una densidad de 1.4 cabezas por Km2 y más de 4 reses por habitante. En 1790 llegamos a 193.000 cabezas de vacunos y caballares y 187.000 en 1873. Pero ellas se encuentran muy desigualmente distribuidas en el territorio panameño, de manera que esas densidades generales se matizan mucho según las regiones y las localidades. Así, en las regiones de Coclé y Azuero pareciera que se hubiese llegado, desde muy temprano, a un punto de saturación, a una densidad máxima teniendo en cuenta la inmutabilidad de las técnicas de cría y del material genético.

CUADRO No. 1

EVOLUCIÓN DE POBLACIÓN Y GANADOS EN EL ISTMO DE PANAMÁ 1607 – 1970

Años

Población

Densidad

Ganados

Densidad

Superfice

en explotación (%)

1607

25,000

0.3

11 0.OOQi /a

1.4

1691

40,300

0.5

———

—–

1790

85,000

1.7

193,000 b

2.5

1851

148,108

1.9

368,964 2 /c

4.7

1896

316,054

4.0

203,086 d

2.5

1910

391,745

5.1

155,162 e

2.0

1930

511,926

6.6

450,000 3 /f

58

1950

862,585

11.2

727,794 g

94

1,159,082 (15)

1970

1,472,800

19.1

1,403.44 h

18.1

2,098,062 (27)

1/: 1609

2/: 1854

3/: Estimación del Informe Roberts

– : Sin Datos

FUENTES:

a. Alfredo CASTILLERO C., Estructuras Sociales y Económicas de Veragua desde sus orígenes históricos, siglo XVI y XVII, Panamá 1967.

b. Antonio CUERVO, Colección de Documentos inéditos sobre la Geografía y la Historia de Colombia, Bogotá 1892, vof. ll;pp. 373-374. Noticias Relativas a la Provincia y ciudad de Panamá 1790.

c. Felipe PÉREZ, Geografía Física y Política de los Estados Unidos de Colombia, Bogotá 1862, t.l,pv1T5.

d. Francisco POSADA, Directorio General de la Ciudad de Panamá, Panamá 1897, pp. 43-46.

e. Compendio Estadístico Descriptivo de la República de Panamá, Panamá 1917.

f. George E. ROBERTS, Investigación Económica de la República de Panamá, Panamá 1929.

g. Censos Nacionales, 1950. h. Censos Nacionales, 1970.

I. Omar JAÉN SUAREZ, La Población del Istmo de Panamá del siglo XVI al siglo XX, Panamá 1978, p. 22. cuadro 1.

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De tal manera en esas áreas, de 70.000 cabezas que contamos en 1592 pasamos a 50.000 en 1650, época de crisis, para remontar nuevamente a cerca de 83.000 en 1790 y 83.000 casi un siglo después, en 1873. Ellas necesitarían aproximadamente 2.000 a 3.000 Km2 de sabanas con pastos naturales y matorral xerófilo como espacio agrario (que coincide con el área más seca de la región, de menos de 1.500 mm. anuales de precipitaciones), es decir, cerca de 40% a 60% de la superficie de llanuras planas y relieve ondulado de los piedemontes de la vertiente del Golfo de Parita. La cría ganadera va modelando poco a poco un paisaje natural uniforme en lo que se refiere a la vegetación. Las quemas continuas, durante siglos, sólo van dejando, junto con el mediocre pasto natural, los yerbatales llamados de «paja de muía» y la vegetación arbustiva xerófila, con las asociaciones del parque tropical, el nance, marañón, chumico y guarumo. El bosque premontano y el bosque-galería no se renuevan más, los suelos se empobrecen por la quema del fósforo y son fácil presa de la erosión bajo el clima tropical húmedo y semi-árido con sus violentas precipitaciones de la época de lluvias. Así, el espacio agrícola de los cultivos va modelándose poco a poco sobre el paisaje agro-ganadero, siguiendo sus límites en estrecha asociación técnica y humana. Mientras tanto, las densidades de ocupación humana, de población agraria, van aumentando lentamente. La dispersión demográfica, sobre todo en el siglo XVIII, puebla las campiñas aisladas. Todo se conjuga para imponer a la tierra un mayor peso. El bosque premontano húmedo retrocede en beneficio de la sabana antropógena que ocupa entonces el piedemonte de la cordillera central, a pesar de la intensidad de las lluvias orográficas y en general de las precipitaciones que aún hoy son superiores a los 1.700 mm. anuales de promedio. Se llega así, desde el siglo XIX y como resultado de tres siglos de actividad humana, de quemas y pastoreo libre, a la configuración de la zona actual de vegetación de sabana, de parque tropical y de bosque seco tropical en algunas regiones en donde el clima indica una vegetación mucho más densa y vigorosa. A pesar de haberse mantenido durante tres siglos en la región central la cantidad de ganados bastante constante, el crecimiento demográfico exige la ampliación del área de cultivos, la extensión del espacio agrícola de cada comunidad, es decir, del terruño pueblerino.

Además, el mecanismo de la ampliación del territorio bajo una ocupación humana más permanente se apoya en el sistema de la roza tropical. Ya a fines del siglo XVIII, Juan Franco, hablando del cultivo del maíz por los campesinos y especialmente los de Chiriquí, declara que «si la sementera se ha hecho en montaña inaccesible al ganado, como generalmente lo procuran, no tienen el trabajo de cercar» 35 Así, la contigüidad de las rozas va creando una zona de vegetación secundaria que fácilmente se puede convertir en potreros. Tal como lo observamos en las franjas pioneras selváticas, en los piedemontes de la cadena central los ganados seguían, en la época colonial, los desmontes producidos para cultivar las rozas.

También, la práctica del cercado, por alambre de acero, data en Panamá de apenas fines del siglo XIX 36. Antes, el cercado de fagina, 37 formado por troncos unidos, muy costoso en trabajo, era poco practicado, por lo que resultaba más prudente localizar las rozas a cierta distancia del límite superior de los ganados, pero no tan lejos que su cuidado se convirtiese en una labor excesivamente onerosa en tiempo y esfuerzos.

b. Hombres y ecología

Hacia 1607, el Istmo de Panamá estaba ocupado por aproximadamente 25.000 habitantes, lo cual arroja una densidad muy baja, de sólo 0.3 hombres por Km2 38. Sin embargo, la mitad de estos hombres se encuentran disperos en casi las tres cuartas partes del territorio y escapan a la autoridad colonial. Se trata, esencialmente, de algunos negros cimarrones y de indígenas de las serranías de Veraguas y Chi-riquí y del inhóspito Darién. Así, pues, en 1607 sólo cerca de 12.000 almas se concentran en la zona sometida a la autoridad hispánica de las cuales 5.708 habitan la ciudad de Panamá, y 6.300 el resto de la región transístmica y las sabanas de las provincias centrales. Durante el siglo XVII la población aumenta mediante una tasa promedio de 0.5% anual para alcanzar aproximadamente 40.300 habitantes en 1691, 85.000 un siglo después, en 1790, y al fin una densidad de 1.1 hombres por Km2. El crecimiento es imputable casi exclusivamente a las sabanas centrales y de Chiriquí que pasan de aproximadamente 5.000 habitantes hacia 1600 a 45.000 por 1790. En ellas se produce un crecimiento natural vigoroso y también la inmigración, a menudo por aculturación, de poblaciones indígenas en los piedemontes de la cordillera central, desde Veraguas hasta Chiriquí.

Mientras tanto, en la región transístmica la población pasa de apenas 6.640 habitantes censados en 1607 a 16.679 en 1788. La ciudad de Panamá contiene, en 1790, 7.824 almas, mientras que el resto se distribuye en sus sabanas cercanas, desde Chepo hasta Chame y en la ruta misma hasta Portobelo cuya aglomeración, en plena decadencia, si acaso llega a los 1.000 habitantes.

Durante un poco más de tres siglos de la época colonial, que desde el punto demográfico podríamos llevar hasta mediados del XIX, la dialéctica entre los hombres y el medio natural se resuelve, en muchos casos, por una alta mortalidad endémica, propia de los regímenes demográficos de tipo natural arcaico cuyas tasas oscilan, de costumbre, entre 20 y 40 por mil anual. A ella se añaden las epidemias periódicas que asolan el país,39 particularmente en los momentos de arribaje de nuevas poblaciones en tránsito dedicadas al comercio (sobre todo la Feria de Portobelo, 40 primero anual, luego bienal y finalmente, en el siglo XVIII, más irregular) o a la guerra en Panamá y en la América del Sur (militares y ejércitos peninsulares). Las últimas epidemias mortíferas de este tipo tienen lugar en el siglo XIX: la de 1816 con el paso de los ejércitos españoles legitimistas, que diezma a 1 de cada 12 panameños; la de 1851, con el paso de viajeros de la California que mata a 1 de cada 20 habitantes del Istmo; y las de 1884-1888, más localizadas en la región transístmica, que tocan cada año a 1 de cada 11 habitantes de la ciudad de Panamá, sobre todo inmigrantes recientes empleados en las obras del canal francés. 41

CUADRO No. 2

EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN DE LAS REGIONES HISTÓRICAS DE PANAMÁ 1600- 1970

Región 1607 1691 1778 1843 1896 1930 1970
Transístmica M 6,640 7,245 16,679 23,251 97,725 192,709b 721,733″
Central 2/ 4,100 11,920 35,967 80,452 145,955 190,035 414,781
Chiriquí 844 1,320 8,413 14,763 45,695 76,918 236.154
Darién 10,000a 15,000a 15,000a 7,100a 12,329 31,413 56,081
Bocas de Toro 4,000a 5,000a 4,000a 3,600a 11,250 15,851 43,531
Total Aproximado 25,584 40,585 80,059 129,166 316,054 506,926 1,472,280

a. Estimación,

b. Incluye población de la Zona del Canal de Panamá.

1/ Actuales provincias de Panamá y Colón, salvo el valle del Bayano, Chiman y San Blas.

2/ Actuales provincias de Coclé, Herrera, Los Santos y Veraguas.

3/ Actual provincia del Darién, Comarca de San Blas, valle del Bayano y Chiman.

Estos hombres, en crecimiento constante aunque irregular, practican esencialmente, durante la época colonial, una agricultura de corte y quema que, siguiendo la evolución de los ganados, va subiendo lentamente por los piedemontes de la cordillera central y va ganando también, en las planicies, los bosques-galería de los principales cursos de agua.

Durante el siglo XIX la población del Istmo de Panamá continúa creciendo a un ritmo más acentuado, pasando de 97.000 habitantes en 1803 a 316.045 estimados en 1896 y las densidades igualmente se elevan de 1.2 a 4.0 hombres por Km2 en la última fecha.

También, a pesar del auge de la región transístmica desde la década de 1850, del crecimiento de la ciudad de Panamá y de la fundación de Colón en 1852, el aumento demográfico es el resultado del vigor de los esfuerzos campesinos. Las provincias centrales y las sabanas de Chiriquí pasan así, entre 1788 y 1896, de 44.380 habitantes a 191.650 almas.

Los mapas de densidades más localizadas demuestran la conformación de la estructura con un mayor peso de los hombres sobre la tierra en la vertiente del Pacífico desde Chepo hasta Chiriquí.

Hacia 1790, aparte de los puntos de habitat concentrado, no se registraba en ningún lugar más de 8 habitantes por Km2, pero desde 1822 vemos aparecer densidades comprendidas entre 8 a 12 hombres por Km2, en la llanura de David y en la región de la ruta transístmica.

Durante el siglo XVII el Darién continúa su despegue demográfico que, muy probablemente, acompañó también el retroceso de una floresta secundaria relativamente reciente. Las migraciones humanas provenientes del Atrato, principalmente de cunas y también aunque en menor medida de chocoes, hacen elevar la población del Darién a mediados del siglo XVII a cerca de 15.000 habitantes, los cuales llegarán hasta aproximadamente 20.000 un siglo después, hacia 1741, 42 a pesar de las epidemias, en particular de viruelas, que prácticamente diezmaban a tribus enteras. Ellos se encuentran dispersos en el vasto territorio que se extiende entre los dos océanos, desde las márgenes del Bayano cerca de Chepo (Terable) hasta las del Atrato, aunque cerca de la mitad ocupase la costa caribe en el área de San Blas. La población continúa creciendo lentamente para llegar al máximo antes de fines del siglo XVIII con cerca de 25.000 habitantes, sobre todo de lengua cuna, pero las campañas militares de 1784 a 1792 provocan, más bien indirectamente por contagio y enfermedades, un descenso rápido para alcanzar, a mediados del siglo XIX, el punto más bajo, de aproximadamente 7.100 habitantes en todo el Darién histórico y un avance de las selvas tropófila y umbrófila, particularmente en la costa atlántica, con el consiguiente desmejoramiento de las condiciones bioambientales que obliga a los cunas a emigrar, desde la década de 1850, a las islas de coral43. A partir de entonces, el repunte demográfico se intensifica para alcanzar cerca de 13.000 habitantes en todo el Darién histórico en 1911, de los cuales 7.255 se encontraban en el litoral e islas de San Blas44.

Estas perturbaciones demográficas producen, naturalmente, un avance de la floresta en todas partes. Ya hacia 1700, los escoceses hablan de la sucesión de selvas cerradas y de amplias sabanas en la costa norte, cerca de la Bahía de Celedonia 45. A fines del siglo XVIII, en 1789, Fernando Murillo declara que «la maleza de los montes es tanta, que no da lugar a nuestras tropas a penetrarla, a menos que no la vayan rozando primero a fuerza de hacha y machete» en las cuencas del Tuira y Chucunaque 46.

La vertiente atlántica de las montañas de Chiriquí y las islas de Bocas del Toro, por su parte, nunca fueron enteramente sometidas a la autoridad colonial. Su población aborigen era estimada, en 1620, en cerca de 4.000 personas47 dispersas y dedicadas a la arboricultura del pixbae, a las rozas de yuca y maíz y a la caza y pesca48. Desde entonces aunque tenemos pocos datos de la evolución demográfica contamos con testimonios de un lento pero seguro movimiento de poblaciones hacia las más altas cumbres de la cordillera central y hacia la vertiente del Pacífico, en donde se integraban a la sabana, sobre todo en el siglo XVIII, por aculturación en la frontera de poblamiento administrada por la Iglesia Católica. El clima tropical húmedo con abundantes precipitaciones notadas en enero y febrero de 1787, sustentaba una densa selva tropófila que se iniciaba al norte del poblado de Santa Fe y ocupaba, sin interrupción, todo el litoral atlántico hasta las islas de la Laguna de Chiriquí49. Este territorio insular se reputaba poblado por cerca de 3.000 indígenas en 1757, que son diezmados por invasores mosquitos, al año siguiente,50 a los cuales habría que añadir quizás otros tantos aborígenes, situados en la tierra firme, en las cuatro tribus mencionadas por cronistas de la época. En la segunda mitad del siglo XVIII, comienzan a llegar algunos inmigrantes ingleses con sus esclavos de las islas del Caribe, quienes constituyen el núcleo de un poblamiento nuevo pero que demuestra un tímido crecimiento. El censo de 1843 menciona por primera vez a Bocas del Toro con 595 habitantes, 51 quienes, a causa de una intensa inmigración provocada por el auge de las plantaciones bananeras, se convertirán en cerca de 11.250 en 1896 52, entre los cuales contamos una buena parte de indígenas recientemente aculturados.

c. Montañas y fronteras de poblamiento colonial.

Las relaciones históricas de los siglos XVI y XVII nos hacen sugerir una hipótesis: el espacio agrario se ha por lo menos duplicado en el intervalo comprendido entre principios del siglo XVII y fines del siglo XIX en las provincias centrales. La vegetación de sabana sólo cubría aproximadamente la mitad del territorio actualmente ocupado por la sabana y el bosque seco tropical, o sea, la sabana heredada de la ocupación agraria indígena que mantenía una población varias veces superior que la del siglo XVI, con un sistema de producción basado en el maíz en particular y que desconocía la cría de ganados.

Esta sabana, que no ha tenido tiempo de evolucionar hacia una vegetación más densa, fue fácilmente ocupada por la ganadería inicial que se desarrolla con gran rapidez para alcanzar sus cifras culminantes desde el siglo XVI en gran parte del interior. Al contrario, la densidad humana es, a principios del siglo XVII, diez veces inferior a la que encontramos a fines del siglo XIX y la escasa población está relativamente más concentrada en los pequeños villorrios por lo que su área de cultivo, su terruño pueblerino, no puede organizarse en una vasta extensión de territorio que exija un esfuerzo de transporte y comunicación imposible de realizar. Sin embargo, las densidades del hato vacuno y caballar se acercan ya a aquellas que encontramos a fines del siglo XIX.

Para mediados del siglo XIX se ha calculado que sólo 17% aproximadamente del Istmo de Panamá no conservaba su vegetación natural, es decir, cerca de 13.000 Km2 desmontados53, apenas un poco más que los 10.000 Km2 de suelos agrícolas útiles, más planos, arables 54, de los cuales un poco menos de la mitad son aluviones recientes, que encontramos hoy en la vertiente del Pacífico, desde el valle del Bayano en el Este hasta la Punta de Burica, 600 kilómetros al Oeste. Otros 6.000 Km2, de suelos menos fértiles y de relieve más ondulado 55, tapizan los piedemontes de la cordillera central y los glacis de volcanes antiguos, que sustentan fácilmente, en la vertiente del Pacífico, una vegetación de sabana herbácea o de parque tropical, con sus asociaciones más o menos densas de matorral xerófilo. Esos 16.000 Km2 serán el escenario principal de los desmontes y de la ganadería panameña hasta por lo menos las primeras décadas del siglo XX cuando se intensifican los fenómenos de colonización rural y de franjas pioneras en diversas zonas del territorio nacional.

En las provincias centrales, el mapa de densidades ganaderas globales revela, con la precisión cuantitativa de los catastros pecuarios de 1872-1873, los contornos de las mayores densidades que sugerían las relaciones históricas desde fines del siglo XVI y manifesta casi tres siglos de historia del avance del frente de colonización agraria: una mayor concentración de ganados en las vegas aluviales, que encuentra su paroxismo en el área de Santa María y en los alrededores de los principales centros poblados, con densidades que oscilan entre 1 res por 2.2 a 4.0 hectáreas, las cuales descienden a 1 res por 6 hectáreas de promedio a medida que ganamos los llanos más secos y los valles aislados y a 1 res por 13 a 40 hectáreas en los piedemontes de la cadena central o en el Azuero profundo.

El espacio agrario ganadero es ocupado de una manera desigual en las principales regiones de cría del interior del país a fines del siglo XIX: en 1873, la mayor parte del territorio de la región central exhibe la presencia de la ganadería. Ello es así en 70% de la vertiente del Pacífico, pero en gran parte las densidades son muy reducidas: 30% con densidades globales inferiores a 5 reses por 100 hectáreas. Al otro extremo, las densidades globales mayores de 40 reses por 100 hectáreas sólo se desarrollan en 3% del espacio agrario ganadero total, muy localizadas en los bajos valles aluviales de la antigua jurisdicción de Nata, lo cual nos sugiere una ocupación ganadera más completa de esta región. Las densiades intermedias de 10 a 30 reses por 100 hectáreas se encuentran en 29% del espacio ganadero, en particular cubriendo las zonas de contacto de pequeños valles aluviales y las planicies de llanos secos, región de ocupación ganadera temprana.

En Chiriquí, más de la mitad del territorio se encontraba fuera del área de la presencia de los ganados. Pero también las mayores densidades ganaderas se desarrollaban, en 1873, en las zonas de más antiguo poblamiento y explotación agraria, en las llanuras bajas y las planicies aluviales que rodean David, Alanje y San Lorenzo, en donde vemos 10 a 39 reses por 100 hectáreas. Las otras densidades, de más de 40 reses por 100 hectáreas sólo ocupan el 3% del territorio ganadero, mientras que las densidades intermedias de 10 a 39 reses por 100 hectáreas aparecen en 32% del territorio dedicado a la cría ganadera, pero las densidades más bajas, de menos de 5 reses por 100 hectáreas dominan ampliamente el 65% del territorio, ocupando sobre todo y aún tímidamente, el piede-monte del Volcán Barú y las planicies aluviales recientemente desmontadas al Este y al Oeste. En la segunda mitad del siglo XIX los ganados, siguiendo los cultivos, continúan una ascensión más rápida hacia las tierras altas.

d. La Conquista de las tierras altas

La curva de nivel de los 500 metros de altitud es realmente superada en Chiriquí a fines del siglo XIX. Hasta entonces aproximadamente, se establece en ella una frontera inestable de poblamiento amenazada por los indios mosquitos del litoral caribe, cuyas últimas incursiones a lo largo de la Cordillera Central se señalan en 1805.

Al mismo tiempo, el piedemonte del Volcán Barú, en Bugaba, Boquerón y Gualaca será ocupado con seguridad por los ganados y los cultivos en la primera mitad del siglo XIX.

Este fenómeno de la colonización rural animado por familias de la comunidad vecina se advierte en los ejemplos más notorios de la segunda mitad del siglo XIX en los valles de Boquete56 se en Chiriquí y Tonosí57 en Azuero. En el primero se establecen familias de la comunidad de Guataca, Bugaba y hasta David y algunos inmigrantes extranjeros que se dedican al cultivo del cafeto, de legumbres y a la cría de ganados. Otros pioneros semejantes, animados de un espíritu de colonización moderna, también se hacen presentes en las tierras altas de Coclé, más bien a principios del siglo XX, en Penonomé, La Pintada y El Valle de Antón, que se convertirá rápidamente en un lugar de descanso para las burguesías capitalinas.

Al mismo tiempo, en el siglo XIX, la colonización de los medios geográficos de montaña tropical se complementa, en el Istmo, por el avance moderado de las plantaciones en las tierras bajas más calientes

e. Plantaciones tropicales

Después de mediados del siglo XIX se amplía la frontera pionera de Panamá bajo la modalidad inédita en el Istmo, de la plantación tropical.

Primero, en la región transístmica, la presencia del ferrocarril terminado en 1855 y del puerto de Colón fundado en 1852, favorece el establecimiento, desde 1874, de plantaciones de banano58. Sin embargo, en la región no podrán desarrollarse tan ampliamente como en Bocas del Toro, en donde las condiciones ecológicas óptimas propician el surgimiento de la gran plantación comercial de bananos para la exportación desde la década de 1880, la cual no ha cesado de prosperar, salvo algunas dificultades por enfermedades en las décadas de 1920 y 193059. Hacia 1904, se estimaba que 10.000 ha. de selvas de Bocas del Toro habían sido convertidas en plantaciones bananeras.

También, a principios del siglo XX, las empresas bananeras ganan el litoral pacífico de Chiriquí, en la región de Puerto Armuelles, en donde se desarrollan grandes plantaciones de frutales para la exportación.

El resto de la agricultura de gran plantación comercial será la obra del siglo XX: caña de azúcar, principalmente, en regiones de antigua colonización hispánica, cerca de Panamá, 60 y en las sabanas de Coclé, Azuero, Veraguas y Chiriquí.

Finalmente, en la costa atlántica las plantaciones de cacao del siglo XVIII en el litoral de San Blas, cerca del Golfo de Urabá, establecidas por colonos franceses, son destruidas por los indios cunas hacia 175461 y tendremos que esperar hasta fines del siglo XIX para ver prosperar plantaciones semejantes en la región de Bocas del Toro.

f. El paso transístmico

En la región transístmica distinguimos dos zonas: la comprendida por la misma ruta, y la formada por sabanas alrededor de la ciudad de Panamá, desde Chepo hasta Chame.

En la primera zona, el corredor de la ruta sigue más o menos el curso del río Chagres y sus riberas, en donde la población radicada, que no superaba, hasta 1850 por lo menos los 1.500 habitantes, ocupaba las vegas aluviales y en particular los principales sitios de relevo en Cruces, que data de 1527, y, Gorgona, fundado en 1667.

Algunas pequeñas ganaderías establecidas sobre enormes latifundios más bien simbólicos, cubiertos en realidad por la selva, completaban la ocupación del suelo de una región poco alterada por el hombre durante la época colonial.

Entre 1850 y 1880, el ferrocarril transístmico reactiva un poco más la región, pero aparte de la estrecha vía, del establecimiento de los poblados de la. línea férrea y de la creación de algunas plantaciones de bananos para la exportación por el Puerto de Colón, la enorme selva tropical continúa dominando la región por lo menos hasta el poblado de Frijoles. 62Desde allí hasta Panamá, las rozas campesinas y las sabanas herbáceas se suceden como en la época colonial. La población apenas si ha aumentado alcanzando cerca de 2.000 habitantes en 1851 y una densidad de sólo 0.6 habitantes por Km2.

Con los trabajos del Canal de Panamá, entre 1880 y 1920, el desmonte es más extenso, pero localizado en la inmediata proximidad de la vía de agua y en el futuro gran lago artificial, el Gatún. La población se multiplica por diez en pocos años, alcanzando cerca de 20.000 habitantes en 1896, la mayoría de los cuales ocupan los poblados de los trabajadores del Canal.

También, cerca del futuro canal se extrae madera para la construcción, pero los claros son rápidamente cubiertos por la vegetación secundaria que, al cabo de dos o tres decenios evolucionó hacia la pluviselva, 63 y el resto de la cuenca hidrográfica del Chagres permanecía prácticamente intacta.

Al contrario, la región de sabanas al Norte (San Juan), al Este (Pacora) y al Oeste (Río Grande, La Chorrera, Sajalices) de la ciudad de Panamá, es colonizada desde muy temprano por burgueses de la capital quienes establecen una próspera ganadería, la más densa del país. Así, en 1607 contamos 53.600 reses en la región, la mitad de las del Istmo en sólo 1% de su territorio. Durante la época colonial estas magnitudes se mantienen constantes y así vemos 45.000 bestias en 1790. En la segunda mitad del siglo XIX se produce más bien un des

CUADRO No. 3

EVOLUCIÓN DE GANADOS VACUNOS Y EQUINOS DE PANAMÁ

1609 – 1970

Provincias 1609 a/ 1650 b/ 1756 c/ 1790 d/ 1873 e/ 1896′ 1914 g/ 1950 h/ 1970 i/
Darién 0 0 0 0 0 0 1,693 8,565
Colón 0 0 0 0 1,713 901 8,626 22,433
Panamá 53,6 —— —— 45 22,487 28,681 16,249 39,431 146,529
Coclé ( ( —— 47,5 38,802 31,403 37,37 75,899 115,598
Herrera- Los Santos (70,000 (50,000 —— 36 44,988 50,895 37,531 145,64 440, 1 1 7
Veraguas 5,9 —— 35,916 26 35,26 41,468 34,151 142,538 245,018
Chiriquí 17,2 24,4 44,528, 37 41,816 50,739 58,268 208,439 415,901
Bocas del Toro 0 0 0 0 2,827 5,258 9,463
República

de Panamá

110 193 186,721 203,086 187,297 727,794 1,403,614

Fuentes del cuadro 3.

a/ Alfredo CASTILLERO C., Estructuras Sociales y Económicas de Veragua

desde sus orígenes históricos. Siglos XVI y XVII, Panamá 1967.

b/ Ibldem, p. 94.

c/ A.G.r., Panamá 130, Santiago Mathlas GUTIÉRREZ «Padrón General», 1756.

d/ Antonio CUERVO, Colección de documentos inéditos sobre la Geografía y la Historia de Colombia, Bogotá 1892, vol, II, Noticias Relativas a la Provincia y Ciudad de Panami 1790.

e/ Gaceta de Panamá, años 1872-1873.

f/ Francisco POSADA, Directorio General de la Ciudad de Panamá, Panamá 1897.

g/ Boletín Estadístico Descriptivo de la República de Panamá, Panamá 1917.

h/ Censos Nacionales, 1950.

I/Censos Nacionales, 1970. Censo de la actividad, con cifras que oscilan entre 15.000 y 30.000 animales, y sin duda un cierto retroceso de la sabana antropógena. Resulta que la población, en aumento, se concentra más bien en los sitios urbanos de Panamá y Colón y se dedica a las actividades transístmicas, importando del interior, es decir de las sabanas centrales y de Chiriquí, lo esencial del abastecimiento agropecuario.

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g. Regiones, ecología y red urbana

La preocupación por las condiciones ecológicas de los sitios de habitat concentrado que se debían establecer en el Istmo de Panamá aparecen claramente expresadas desde principios del siglo XVI, en las Instrucciones que la Corona Española da a Pedrarias Dávila en 1513. En ellas se advierte una auténtica estrategia de adaptación al medio natural, cuyo cumplimiento resultó, en el Istmo, en el éxito de la mayor parte de los asentamientos humanos, pueblos y aldeas que, en los siglos XVI, XVII y XVIII se fundaron y que forman la estructura de la red urbana actual del país. La Corona recomendaba a Pedrarias que «así en el lugar que agora esta fecho como en los que de nuevo se hicieren, se ha de mirar que sean en sitios sanos e no anegadizos… y que sean de buenas aguas e de buenos aires e cerca de montes e de buena tierra de labranzas e destas cosas las que mas pudiere tener» 64. Quizás, hubo muy pocas excepciones a esta regla, que motivos más importantes explican, como son Nombre de Dios y Portobelo. Ya conocemos la pesada hipoteca demográfica que ello significó, hasta la década de 1850, cuando la función de la última fue sustituida por Colón.

Las instrucciones de Pedrarias, son fielmente respetadas en los dos patrones de poblamiento en habitat concentrado: los llamados pueblos de indios y los de los españoles. De costumbre se escoge una planicie bien aereada que domina, a 5610 metros de altura, el curso de agua, situado a no más de un kilómetro de distancia. Además, esos poblados se localizan, generalmente, en la zona de contacto de los llanos secos y los valles de aluviones recientes, en donde son más frecuentes los taludes levemente inclinados, propicios al cultivo del maíz, que teme el exceso de humedad. Ya sea en medio de la sabana, como es el caso habitual de los pueblos de españoles o en los valles entallados de la cordillera central para los pueblos de indios, la estrategia de adaptación ecológica se revela un rotundo éxito.

Durante el período colonial hasta fines del siglo XVIII los espacios agrarios del interior del pai’s son organizados me^ diocremente por cuatro aglomeraciones: Coclé, por Nata y luego Penonomé; Azuero por Los Santos; Veraguas por Santiago; Chiriquí por Alanje. Se trata de pequeñas aglomeraciones situadas en el interior de las sabanas, con funciones político-administativas dominantes y que actúan sobre todo como centros intermediarios ampliamente cerrados y autosu-ficientes económica y demográficamente.

Pero a partir del siglo XIX, otros pequeños poblados agrarios situados cerca de los sitios con facilidades portuarias rudimentarias van a sustituir a las viejas ciudades administrativas, como organizadoras del espacio geo-económico: Aguadulce en Coclé, Chitré en Azuero y David en Chiriquí demostraron la mayor dinámica de crecimiento urbano del interior rural desde entonces. Hasta la década de 1920 por lo menos, cuando se construye la primera carretera nacional, ellos funcionaron como puertos de mar, algunos kilómetros tierra adentro, cerca de los esteros y marismas del litoral pacífico, que aseguraban el cabotaje. En ellos convergía una esquelética red de caminos que drenaba cada región y la conectaba al naciente sistema de mercado y también contenían las pequeñas destilerías, principales industrias de transformación del país en el siglo XIX y principios del XX.

Esa integración del interior rural a una economía más activa, también se manifiesta en una ocupación más vigorosa del espacio y en un uso más intenso del suelo, antes de que se produjeran los cambios profundos en el siglo XX.

Los dos patrones geográficos de poblamiento que notamos en Panamá datan, fundamentalmente, de los siglos XVII y XVIII: la red urbana de pueblos y aldeas de las sabanas que miran al Pacífico por una parte, y, por otra, la amplia dispersión demográfica rural que asegura una presencia humana difusa en vastas áreas del país y que alcanza prácticamente entre un cuarto y un tercio del territorio de Panamá a fines del siglo XIX.

5. La revolución deí Siglo XX

De la época colonial y del siglo XIX hemos heredado una estructura de poblamiento y de organización del espacio geográfico sobre la cual se habrán de desarrollar, desde principios de la actual centuria, magnitudes realmente desconocidas e importantes.

En este sentido, las modificaciones que aportan los hombres a la geografía del Istmo de Panamá serán, en el siglo XX, considerables, verdaderamente revolucionarias.

a. Hombres y ecología

Primero, debemos registrar la explosión demográfica que hace que los 316.054 habitantes estimados en 1896 se multipliquen por casi seis por convertirse en 1,830.175 personas censadas en 1980 en la República de Panamá, gracias a la inmigración del exterior, pero sobre todo a tasas de crecimiento natural comprendidas entre 2% y 3% anuales. Si bien es cierto que durante la segunda mitad del siglo XIX tienen lugar importantes migraciones al Istmo de Panamá para la construcción del canal francés y del Ferrocarril transístmico, las implicaciones geográficas y ecológicas no son comparables a las que tendrán las migraciones internacionales del siglo XX. En efecto, la continuación de los trabajos del Canal de Panamá, adelantada por los norteamericanos, atrae al Istmo una masa de trabajadores antillanos, norteamericanos y europeos de la cuenca del mediterráneo que producirán importantes efectos ecológicos, más bien en la región del istmo central de Panamá. En sólo 10 años, de 1904 a 1914, los empleadores norteamericanos del canal traen al Istmo a más de 60,000 trabajadores, que se unirán a los 320,000 habitantes estimados hacia 1904. A ello tenemos que añadir un número considerable de hombres que vienen a aprovecharse del auge de las actividades transístmicas. De tal modo que en 1911, la cuarta parte de los habitantes del ‘simo de Panamá (la República y la Zona del Canal) es extranjero, elevándose esta proporción hasta el 50% en la región metropolitana. Muchos de estos hombres vinieron con la intención de retornar a su país de origen, pero muchos también se quedan en el Istmo de modo tal que en 1920, 12% de su población nació en el extranjero y un tercio de los habitantes de la región metropolitana, la más importante del país se encontraba en esta situación. Durante la Segunda Guerra Mundial, la inmigración es muy fuerte gracias a la llegada de desarraigados europeos, colombianos y centroamericanos, atraídos por el repentino auge económico provocado sobre todo por la presencia de cerca de 50,000 soldados norteamericanos acantonados temporalmente en las bases militares de la Zona del Canal y en el resto de la República. Muchos extranjeros optan por permanecer definitivamente en el país de manera que en 1950, aún 11% de los 862,585 habitantes del Istmo de Panamá habían nacido en el exterior, elevándose la tasa a 21% en la región metropolitana, de los cuales la mitad residía, es cierto, en la Zona del Canal.

Estos fenómenos migratorios provocan en Panamá dos efectos geográficos y ecológicos fundamentales: por una parte, la urbanización se convierte en un fenómeno definitivamente dominante al elegir estos nuevos habitantes, en su mayoría, los centros urbanos de la región metropolitana. Por otra parte, su llegada, sobre todo a principios del siglo XX, impulsa a las autoridades sanitarias norteamericanas a una inmensa obra de saneamiento en el istmo central de Panamá, en el área del canal y en las ciudades de Panamá y Colón, para adaptar mejor el medio natural a las necesidades de las nuevas poblaciones, es decir, de la necesaria mano de obra del canal. Así, se vencen rápidamente las enfermedades endémicas, la fiebre amarilla, la malaria, la disentería y la tuberculosis. La tasa de mortalidad entre los empleados de las obras canaleras pasa de 41.7 por mil en 1906 a 9.1 por mil en 1910, mientras que en el mismo período, en la ciudad de Panamá ella desciende de 44.8 por mil a 31.7 por mil para alcanzar, finalmente, 21.4 por mil en 1918. Esto se logró, en gran parte, gracias a modificaciones del medio natural con el propósito de alterar el habitat de los principales vectores de las enfermedades paludeas y de la fiebre amarilla, los mosquitos anofeles y aedes. La construcción en 1905, del primer acueducto y alcantarillado urbanos, el drenaje de los pantanos, el relleno de manglares y la fumigación constante de las áreas cercanas a las concentraciones urbanas y a los sitios de las labores canaleras se difundió luego a lo largo y ancho del pai’s: primero fue la región de Bocas del Toro y sus plantaciones bananeras, en la década de 1920, y, luego, principalmente en las décadas de 1930-1940, el interior del país y en particular las sabanas centrales y de Chiriquí. En la década de 1970, se completó esta labor con el mejoramiento de la medicina preventiva mediante mejores cuidados a la infancia y también la construcción de una importante red de acueductos urbanos y rurales.

Todos estos fenómenos han provocado un aumento considerable de población y, naturalmente, una elevación de las densidades de 4 hombres por kilómetro cuadrado en 1896 a 23 en 1980. Pero los efectos en las regiones de mayor ocupación humana tradicional son realmente novedosos y aprecia-bles. Llegamos ahora en la región transístmica y sobre todo en las sabanas antropógenas a densidades rurales que superan los 40 hombres por Km2. Hacia 1920, se calculaba que cerca de un tercio del Istmo de Panamá estaba habitado65. Hoy, prácticamente más de la mitad del territorio conoce los efectos permanentes de la presencia del hombre, principalmente mediante la modalidad muy difundida de una intensa dispersión demográfica en las zonas rurales.

Esta explosión demográfica intensifica igualmente los fenómenos migratorios que se producen fundamentalmente en dirección de las ciudades transístmicas que acogen también una importante población extranjera, compuesta esencialmente por trabajadores de las obras canaleras. La explosión demográfica se acompañará, en el siglo XX, de un aumento sostenido del hato ganadero que superará, rápidamente, las magnitudes topes de la época colonial.

b. Ganados y sabanas

La revolución que se produce también en la ganadería durante el siglo XX es la primera que ocurre desde la introducción de los ganados bovinos y equinos en Panamá, a principios del siglo XV L

Ya desde fines del siglo XIX el paisaje vegetal de la sabana comienza a transformarse con la llegada de pastos nuevos y más nutritivos como la hierba «para , traída del Brasil66 y la hierba «guinea», de los Estados Unidos, que se adaptan con más éxito a las frescas vegas aluviales. Pero la verdadera revolución tiene lugar con la «faragua» introducida desde el Brasil hacía 1914 y que rápidamente desplaza a las tradicionales hierbas de la sabana, gracias a su mejor adaptación a los latosoles panameños y a la larga estación seca en gran parte de la vertiente del Pacífico, desde los alrededores de la ciudad de Panamá hasta los confines de Chiriquí. Esta hierba conquistadora ha llegado a tipificar hoy la vegetación de la sabana panameña.

Después de la destrucción de más de 60% de la ganadería del país causada por las guerras civiles de 1900 a 1902, el repunte de la misma se revela con gran rapidez y el crecimiento del hato ganadero ha sido sostenido y, desde la década de 1930, casi paralelo al de la población. Asi’, de 81.000 cabezas estimadas en 1904 pasamos a 155,000 en 1910, 450,000 en 1930 y 1,403,000 en 1970. Asimismo, la densidad ha evolucionado notablemente, pasando de 2 animales por Km2 en 1896 a 18 en 1970. También, la superficie bajo pastos naturales o sembrados se ha ampliado recientemente, duplicándose entre 1950 y 1970, para llegar, en esta última fecha a 1,140,795 hectáreas, es decir, el 15% de la superficie del país. Hoy los pastos quizás superen el 20%del territorio de Panamá.

Todas las regiones participan de esta explosión del crecimiento del hato ganadero y de la ampliación de la superficie bajo pastos y en particular las regiones de Azuero y Chiriquí, cuyo vigor las lleva a contener, en 1970, 60% de los ganados del país. Pero hasta en Darién, Colón y Bocas del Toro se señala, en 1970, la presencia de una ganadería incipiente que transforma en sabana permanente, los claros de la agricultura de corte y quema, ampliamente difundida en tales regiones periféricas y de la intensa explotación maderera. Esas regiones, con activas franjas pioneras animadas por campesinos ganaderos inmigrantes de las provincias centrales y de Chiriquí, se integran rápidamente a la sabana antropógena.

Sin embargo, a pesar del vigor del crecimiento demográfico y del aumento considerable del hato ganadero, la mayor parte del país permanecía, hasta hace poco, ocupado por bosques y densas selvas tropicales, que retroceden rápidamente bajo el impacto reciente de las franjas pioneras.

c. Las nuevas franjas pioneras

En 1950, sólo el 15% del territorio panameño se encontraba bajo alguna forma de explotación humana, ya sea bajo cultivo, pastos naturales y sembrados o en descanso, cifra que casi se duplica en el término de 20 años para alcanzar, en 1970, el 27%. Si tenemos en cuenta que el 11% de los suelos del país son estériles, podemos estimar que las 2,098,062 hectáreas bajo explotación en 1970 representan más de un tercio de la tierra ocupable. Quizás hoy superemos el 40%.

Ahora bien, no en todas partes se ha producido semejante retroceso vigoroso y reciente de la floresta tropical. En los extremos encontramos al Darién con 2% de las tierras bajo explotación en 1970 y Bocas del Toro con 6% apenas, aunque en este caso vale la pena mencionar que un cuarto de la superficie de esta provincia está ocupada por suelos estériles para la explotación agropecuaria, sobre todo de manglares. Al contrario, en Los Santos y Herrera registramos 71% y 68% respectivamente del suelo bajo explotación en 1970, llegando así, prácticamente, al punto de máxima ocupación. Chiriquf, Veraguas y Coclé, con porcentajes comprendidos entre el 55% v 40% se encuentran en términos medios, aunque la presencia de abundantes suelos estériles, en particular de manglares y de montañas con laderas que exhiben pendientes muy empinadas, también nos sugiere que se acercan rápidamente al máximo de algún tipo de ocupación humana extensiva.

Panamá y Colón, en la región transístmica, sólo presentaban, en 1970, 26% y 11% respectivamente de tierra bajo explotación, porcentaje que sin duda ha aumentado con los desmontes en la cuenca del canal y en el valle del Bayano.

Este cuadro de disponibilidad de bosques tropicales para talar y de las llamadas tierras vírgenes explica la presencia de las principales franjas pioneras que existen actualmente en el Istmo y que continúan modificando, con gran vigor y rapidez, el ambiente natural. Ellas se localizan principalmente en Darién, la región de Chiman y el valle medio del Bayano, la cuenca del Canal de Panamá, la vertiente atlántica de la Sierra Llorona de Portobelo y de Coclé en Río Indio, Tonosí en las montañas de Azuero y su vertiente Oeste, la Península de las Palmas y el valle de Río Sereno en Chiriquí.

Pero al mismo tiempo que el espacio ocupado por el hombre se amplía horizontalmente, también regiones de antigua ocupación humana extensiva conocen una intensificación del uso del suelo mediante las modalidades de la agricultura comercial tecnificada que se extiende rápidamente en Panamá en los últimos decenios.

d. La agricultura comercial

Aparte de la gran agricultura de plantación para la exportación que se desarrolla a fines del siglo XIX en algunas pequeñas regiones del país, dedicadas fundamentalmente a los bananos, en el siglo XX se realiza un gran esfuerzo de modernización de la explotación agraria, que impone modificaciones más permanentes del paisaje rural. Así, además de las grandes plantaciones de caña de azúcar para los ingenios, que se inician desde las primeras décadas del siglo y que se han ampliado considerablemente en la década de 1970, también se desarrolla la agricultura mecanizada de medianos y grandes productores, dedicados al cultivo del arroz, maíz, legumbres y pastos sembrados, que ocupa cerca de la mitad de la superficie bajo explotación, además de la tala comercial de bosques.

El machete tradicional y la candela estival, principales instrumentos técnicos de cultivo, están siendo sustituidos desde la década de 1940, por medios más modernos. En 1970 existían 2,693 tractores de algún tipo en Panamá, cantidad que sin duda se ha multiplicado. También los pastos sembrados ocupaban en esa fecha cerca de un millón de hectáreas, es decir, casi el 13% de la superficie del país y 84% de todos los pastos de la República.

El cultivo itinerante retrocede gracias a un ordenamiento más riguroso de la ocupación jurídica, favorecido por la Reforma Agraria y la titulación de las tierras, al mismo tiempo que el crecimiento del hato ganadero y la mayor densidad de los vacunos impone ampliamente el cercado que limita el libre movimiento de la agricultura tradicional trashumante.

Pero también, estas nuevas densidades de hombres y de bestias se refleja en la evolución de la organización del espacio del Istmo de Panamá.

e. Organización del espacio

Durante el siglo XX se precisan mejor las regiones activas gracias a un peso mayor de los hombres sobre la tierra, a fenómenos más vigorosos de polarización urbana y a flujos más intensos de intercambios y circulación internos. Además, el mejoramiento sensible de la red de comunicaciones carreteras, a partir de la década de 1920, intensificada notablemente desde 1950, fija de manera permanente las estructuras históricas de poblamiento y de organización del espacio.

En este período reciente se afirman con mayor vigor las regiones activas de Chiriquf, Central y Metropolitana, además de las periféricas del Darién (incluyendo San Blas) y Bocas de I Toro67.

Estas últimas conocen un crecimiento más pausado de su población censada que pasa, en la primera, de 16,000 habitantes aproximadamente en 1911 a 55,064 en 1980 y en Bocas de 22,732 en 1911 a 53,579 en 1980. Aunque estas regiones marginales se integran con timidez al sistema nacional, la inmigración de campesinos-ganaderos provenientes de áreas más secas, cubiertas por sabanas, ha despertado cambios ecológicos profundos y rápidos, gracias a los desmontes sistemáticos de las franjas pioneras que ya hemos mencionado. Además, muy recientemente la apertura de caminos y sobre todo de la carretera interamericana al corazón del Darién intensifica tales cambios ecológicos que prefiguran un futuro muy cercano.

Las tres otras regiones son mucho más activas, aunque muy desigualmente. En Chiriquí, la población pasa de 63,364 habitantes censados en 1911 a 287,801 en 1980 y las actividades económicas así como el uso del suelo se intensifican notablemente. David se convierte en una verdadera capital regional con cerca de 50,000 habitantes en 1980 que articula los subcentros regionales de Boquete, La Concepción y Puerto Armuelles, los cuales animan zonas ecológicas complementarias: tierras altas cafetaleras y hortícolas, el piedemonte ganadero del Volcán Barú y la fértil llanura litoral dedicada a la plantación de bananos. Hacia el Este, una zona ecológica de pluviselvas sobre los piedemontes de la cordillera central al norte de Remedios, atacada por la profunda erosión causada por el desmonte sistemático, espera el auge minero del cobre en Cerro Colorado, para integrarse mejor a la activa región.

La región central, mucho más vasta y poblada con 465,581 habitantes en 1980 ostenta, sin embargo, una personalidad regional más débil, una menor estructuración urbana, con pequeños centros más bien competitivos y jerarquías urbanas menos funcionales. Aún así, se destaca la concentración de Chitré-Los Santos con 32,000 habitantes en 1980 con mayor vocación de animación regional, y los sub-centros de Santiago, Aguadulce, Penonomé y Las Tablas que organizan aunque insuficientemente, sus sub-regiones, en medios ecológicos más bien semejantes. El medio natural en la amplia región central ha sufrido más los efectos de la superexplo-tación por la ganadería extensiva, el exceso de quemas y de erosión que empobrecen los suelos, causados por la persistencia de prácticas agrícolas más bien arcaicas. A pesar de densidades agrícolas moderadas, la población de gran parte de la región ha seguido el camino de la emigración hacia la cercana región metropolitana. La modernización agraria, el mejoramiento de las técnicas y en particular la irrigación aparecen como una necesidad cada vez más urgente y los primeros proyectos de agricultura de grupos (cooperativismo, asentamientos), más mecanizada e integrada a los mercados se adelantan desde la década de 1970, con éxitos diversos. Sin embargo, esta agricultura más moderna, que se añade a las empresas privadas de vanguardia con abonos y algo de irrigación, dedicada a la producción de pastos artificiales, arroz y caña de azúcar, además de las hortalizas para la agroindustria local, trata de buscar un equilibrio en las áreas de mayores posibilidades agrológicas.

En la región metropolitana, formada por las provincias de Panamá y Colón, dominada enteramente por la capital de la República, cuya área metropolitana, en rápido crecimiento, se extiende a lo largo de 60 kilómetros sobre la llanura litoral desde Tocumen hasta La Chorrera, los cambios ecológicos son aún más profundos y afectan también, como ya lo hemos dicho, la cuenca hidrográfica del canal. La terminación de la vía interoceánica introduce una alteración notable del paisaje geográfico de la región mediante el desvío del río Chagres, la excavación del cauce del canal, la edificación de represas y esclusas y la creación del Lago Gatún de 423 Km2 y del lago Miraflores. mucho más pequeño. Luego, más tarde, en 1936, del Lago Alajuela de 57 Km2. El área metropolitana de la ciudad de Panamá, incluyendo las áreas urbanas de la extinta Zona del Canal, pasa de 22,000 habitantes en 1905 a casi 700,000 hoy. Con la construcción del Canal de Panamá, se remodela enteramente toda el área urbanizada de los barrios de Balboa y sus alrededores, se crea, mediante relleno, Fuerte Amador y Albrook y se drenan los pantanos que quedan del Río Grande, cuyo cauce principal ocupa la nueva vía interoceánica. Hacia el Este, en 1915 nuevos rellenos crean el barrio de La Exposición. Más recientemente, extensas zonas de manglares al este de Chanis son recuperadas para integrarlas al tejido urbano y desde el valle de Pacora hasta Chepo el drenaje y los desmontes han permitido la creación de grandes plantaciones estatales de caña de azúcar. Con la reciente construcción de una represa y central hidroeléctrica, gran parte del valle del Bayano ha sido inundado creándose, en 1976-77, un lago de 260 Km2. La explotación ganadera y maderera se ha intensificado notablemente en la cuenca del Bayano.

En el área de Colón suceden, aunque a una escala más modesta, cambios fundamentales del medio natural gracias a la urbanización, tanto en la isla de Manzanillo que continúa rellenándose como en el litoral cercano de Coco Solo y de Davis-Margarita-Gatún, en donde se producen grandes obras de relleno y drenaje de pantanos. Más recientemente, alrededor de Puerto Pilón se desarrolla una urbanización acelerada. La población en el área metropolitana de Colón pasa así de 20,000 habitantes en 1911 a cerca de 90,000 hoy. El paisaje suburbano sigue también la ruta de la carretera transístmica, entre Panamá y Colón, inaugurada en 1944.

Las diversas modalidades de ocupación del suelo urbano tanto en Panamá como en Colón, invaden rápidamente nuevos territorios y alteran, profundamente, vastas áreas de medios ecológicos diferentes, de manglares, sabanas y selvas tropicales. Las transformaciones más profundas del paisaje geográfico en el Istmo de Panamá durante el siglo XX se encuentran en la región metropolitana. Más aún que la extensión de los fenómenos urbanos, debemos mencionar aquí los efectos de la creación de tres grandes espejos de agua, (Gatún, Alajuela y Bayano) que totalizan más de 740 Km2, es decir, cerca de 10% del territorio de la región, y de la intensidad de la deforestación que, en el período comprendido entre 1950 y 1980, alcanza a más de 70% de las dos principales cuencas hidrográficas, del Chagres y del Bayano, que cubren casi la mitad de la región metropolitana.

Más que nunca, la región metropolitana, con la mitad de la población nacional y el 80% de la riqueza del país, domina al resto del territorio y le impone su ritmo. Las modificaciones al paisaje geográfico que determina este tipo de organización espacial son importantes y prefiguran la evolución del Istmo de Panamá hasta el próximo y cercano horizonte del año 2000.

6. Conclusión

La lucha entre el hombre y el medio geográfico tropical dominado por los climas húmedos, que tiene lugar durante los cinco siglos más recientes de la historia de Panamá, se manifiesta mediante diversas estrategias de adaptación ecológica realizadas por el puñado de nuevos hombres que, desde el siglo XVI, están llegando al Istmo.

También los ganados vacunos y equinos introducidos desde el principio de la colonización hispánica, serán los aliados inapreciables en una empresa difícil. La selva está presta a ganar el terreno que el clima le permite; los pocos hombres luchan desesperadamente, durante varios siglos, por mantener una sabana antropógena, frágil, heredada de los habitantes precolombinos. Ella, como el pergamino, se encoje en el vacío humano y bovino del Darién y Chiriquí, pero luego, desde el siglo XIX en el Oeste y desde el XX en el Este, se amplía gracias a la llegada de nuevos pioneros y la introducción de la agresiva faragua.

Cinco siglos de ocupación humana han modificado profundamente el ambiente natural del Istmo de Panamá. Pero hasta fines del siglo XIX, los efectos han sido más bien modestos a causa de la debilidad demográfica de la población durante la época colonial y una explotación más bien extensiva de sus recursos naturales. Sin embargo, este largo período de casi cuatro siglos crea y fortalece las estructuras geométricas del poblamiento y de la organización del espacio geográfico que conocemos hoy en el Istmo de Panamá y sobre las cuales se van a desarrollar magnitudes crecientes de hombres y una intensificación notable de los fenómenos de ocupación humana en el siglo XX.

Es en efecto, en los últimos decenios, con la revolución de la medicina preventiva, que se produce la explosión demográfica y la intensificación del uso del suelo hasta llegar al estado de desarrollo que podemos apreciar en nuestros días.

No obstante, aún permanecen amplias zonas como las cuencas del Tuira y del Chucunaque, que no han recuperado las magnitudes demográficas precolombinas y el medio natural de sabana antropógena que en parte dominaba antes de la conquista. Pero, los fenómenos de franjas pioneras, con un vigor desusado, están empujando la selva tropical en muchas regiones del país y en particular en los piedemontes de la Cordillera Central y las depresiones del Darién meridional.

Además, los fenómenos de una urbanización creciente y cada vez más concentrada en la región metropolitana, la modernización de las técnicas agrarias y la creación de grandes lagos artificiales también fortalecen las modificaciones del medio geográfico en el Istmo de Panamá y hacen más permanentes las huellas del hombre en el paisaje natural. Las estrategias de adaptación ecológica continúan desarrollándose hoy con los instrumentos poderosos que ofrece una tecnología más avanzada.

CUADRO No. 4

USO DE LA TIERRA EN PANAMÁ EN 1970

suelos estériles

bajo explotación por Provincias

Darién

6

2

Colón

4

11

Panamá

4

26

Coclé

30

40

Herrera

2

68

Los Santos

7

71

Veraguas

18

43

Chiriquí

10

55

Bocas del Toro

25

6

TOTAL

República de Panamá

11

27

CUADRO No. 5

USO DEL SUELO EN LA VERTIENTE DEL PACIFICO

DE PANAMÁ EN 1631

según Diego Ruíz de Campos

Al Oeste de la ciudad de Panamá

VALLE FORMACIONES

VEGETALES

PRODUCCIONES

VEGETALES

PRODUCCIONES

ANIMALES

Río Grande sabanas vacunos
Río Matasnillo manglares
Cerro Ancón sabanas pequeñas vacunos
Río Grande maíz
(Hondo) plátanos
(Cárdenas) manglares caña de azúcar
(Caymito) sabanas yuca
(Canaves) auyamas vacunos
Playa de Farfán manglares patatas
Río Venados sabanas maíz
Cerro Cabra arboledas plátanos
caña de azúcar vacunos
arroz cerdos
auyamas gallinas
melones
batata
maderas
Río Bique sabanas
Río Caymito manglares maíz vacunos
(Cáceres) sabanas plátanos ostiones
(Bernardino) yucas langostas
auyamas
arroz
frijoles
maderas
Río Sahalizes maíz
: plátanos vacunos
Río Perequete maíz vacunos
plátanos peces
Cerro Chame arboledas caña de azúcar
Río Chame sabanas maíz vacunos
plátanos gallinas
yucas
auyamas
RíoChirú sabanas maíz vacunos
Ri’o Antón sabanas vacunos
Río Estancia sabanas
Río La Chorrera sabanas
Río Hondo sabanas
Río Serrezue’a sabanas
Río Grande sabanas maíz vacunos
Cerdos, gallinas
Río Chico manglares patos
Río Estero Salado manglares maíz
Río Membrillar manglares matz
Río Morillo manglares maíz
Río Escoria arboledas vacunos
(Santa María)
R ío Parita arboledas maíz vacunos
manglares maderas
Río Cubila sabanas matz
(La Villa) madera
Río Guararé sabanas maíz
Río Mensabé sabanas maíz
Río Purio vacunos
Río Mariabé maíz
Río Oria sabanas peces
Río Cañas
(Quiribion ) arboledas
(Cascajales)
(Tonosí )
Río de Manato floresta
Río Martín manglares
arboledas maderas
Río Taba raba manglares maíz vacunos
arboledas maderas cerdos
gallinas
Río de la Filipina arboledas maderas
Bahía Honda arboledas
Río Lavaina arboledas
Río Bobi manglares
Río Virali manglares
Río Cobre manglares
Río Begui maderas
RíoTabasará maderas
Río de Pueblo Nuevo arboledas plátanos vacunos
(Remedios) sabanas maíz peces
madera
Río San Félix arboledas maíz
Río Dupi arboledas maderas
Río San Juan arboledas
Río Fonseca arboledas
RíoChiriquí maíz batatas vacunos
arroz pinas cerdos
Río Chorcha frijoles aguacates gallinas
plátanos mameyes
yucas limones
Río Carache
Río de Piedras maderas

REFERENCIAS

1 Julián H. STEWARD y Louis C. FARON, Native Peoples of South America, Nueva York, 1959, tabla4, p. 457.

2 Gonzalo FERNANDEZ DE OVIEDO, Hisrorla General y Natural de Las Indias, Madrid 1959, t llr, p. 231.

3 Ornar JAÉN SUAREZ, La Población del Istmo de Panamá del siglo XVI al siglo XX, Panamí 1979, p. 50.

4 Charles F. BENNETT, Influencias Humanas en la Zoogeografía de Panamá, Panamá 1976, mapa 6.

5 Richard COOKEj «El hombre y la tierra en el Panamá prehistórico», en Revista Nacional de Cultura, N° 2, Panamá 1976.

6 Ver el Ensayo de Ornar JAÉN SUAREZ sobre «120 siglos de evolución de la población precolombina del Istmo de Panamá: algunas hipótesis sobre su crecimiento» que aparece en esta obra.

7 Citado por Charles F. BENNETT, op. clt, p.’ 40.

8 Ibidem

9 Citado por Alfredo CASTILLERO C., Políticas de Poblamiento en Castilla del Oro y Veragua en los Orígenes de la Colonización. Panamá 1972, p. 6?.

10 Alfredo CASTILLERO CALVO, Estructuras Sociales y Económicas de Veragua desde sus orígenes históricos, siglos XVI y XVII, Panamá 1967, pp. 53-56.

11 Gonzalo FERNANDEZ DE OVIEDO, Sumario de la Natural Historia de las Indias, México 1950.

12 Pascual de ANDAGOYA en José Torlblo MEDINA, El Deicubrimiento del Océano Pacífico, tomo II, doc. 11 de Cartas y Relaciones, citado por Carlos Manuel GASTEAZORO y otros, La Historia de Panamá en sus Texto», Panamá 1980, Tomo I, p. 74;

13 Ibldem

14 Gonzalo FERNANDEZ DE OVIEDO, Sumarlo de la Natural Historia de las Indias, op. cit, p.5 269.

15 Ibldem, p. 270

16 Biblioteca de Autores Españoles, Historiadores Primitivos de Indias II, tomo XXVI, Madrid, 1947, cit. pdr Carlos Manuel GASTEAZORO y otros, op. cit., Tomo I, p. 100.

17 Pascual de ANDAGOYA, op. cit

18 Antonio B. CUERVO, Colección de documentos Inéditos sobre la Geografía y la Historia de Colombia, Bogotá 1892, tomo II, «Relación hecha por Gaspar de ESPINOSA….», p. 481.

19 Ibidem, p. 485.

20 Pascual de AN DAGOYA, op. cit

21 Olga F. LINARES, «Patrones de Poblamiento prehlspánico comparados con los modernos en Bocas del Toro Panamá», Panamá 1970.

22 Olga F. LINARES, Ecology and the Arts in Ancient Panama, on the development of social rank and symbolism in the Central Provinces, Washington 1977, pp. 70-76,

23 Elsa MERCADO, El Hombre y la Tierra en Panamá (siglo XVI) según las primeras fuente^, Madrid 1959, pp. 270-273.

24 Olga F. LINARES, op. clt, p. 73.

25 Mario GONGORA, Los Grupos de Conquistadores de Tierra Firme (1509-1530) FisonomÍa histórico social de un tipo de Conquista  de Tierra Firme (1509-1530). Fisonomía  histórica social de un tipo de conquista, Santiago de Chile, 1961, pp. 16-26.

26. Según el Gobernador de Veraguas, sólo en las serranfas del Guaymf se estimaban, en 1595, cerca de 6.000 indios de guerra. Carta de Iñigo DE ARAUZA, Santa Fe, 20 de enero de 1595, Colección Fernández, Tomo V, pp. 100-101. Santiago de Chile, 1961, pp. 16-26.

27 Diego, RUIZ DE CAMPO, Relación sobre la costa a panameña en el Mar del Sur… año de 1631, en Antonio B.  CUERVO. Op. Cit., T. II, pp.14-52

28 Ibidem, p. 24

29 Ibidem, p. 30

30 Ibidem, p. 42

31Ibidem, p. 47

32Ibidem, 46

33Ibidem

34 Ibidem, p. 5T

35 Juan FRANCO, Breve noticia o apuntes de los usos y costumbres de los habitantes del  Istmo  de Panamá y   sus   producciones,1792, editado por Ornar Jaén Suárez, Panamá 1978. pp. 34.35.

36 Ricardo ARIAS, «La Ganadería vacuna en Panamá» en Panamá en 1915, p. 95. Hacia 1880, ‘Don Manuel Ma.   Icaza Del Barrio le habfa hecho beneficio importantísimo a nuestra ganadería Introduciendo al país el alambre de púas para cercas».

37 Juan FRANCO, op. cit., p; 30

38 Omar JAÉN SUAREZ, op, cit, pag. 22, Cuadro 1.

39 El estudio de las epidemias en Panamá durante la época colonial es un tema que merece un tratamiento más sistemático. Algunas consideraciones preliminares aparecen en Omar JAÉN SUAREZ, op cit, pp, 1 T1-113 Metodológicamente, sería útil referirse  a la obra de Murdo MACLEOD sobre la América Central: Spanlsh Central America aSocioeconomic history, 1520-1720, University of Cali! Presss, 1973, pp. 100 ss,

40 Las referencias sobre la alta mortalidad en Portobelo y su reputación de ambiente natural extremadamente malsano son muy frecuentes en las crónicas de la época colonial.

41 Omar JAÉN SUAREZ, op, cit, pp, 1T3 y 120.

42 Anónimo, «Descripción de la Provincia del Dariín», Panamá, 18 de julio de 1741, en Antonio B. CUERVO, op. cit, T; ll,:p. 283.

43 Ornar JAÉN SUAREZ, op. cit, p.> 147.

44 Ibidem, p. 152, Cuadro 18.

45  Francis BORLAND, La Historia del Darién, (Escocia 1700),

46 Fernando MURILLO, «Reflexiones…», Cartagena 27 de enero de 1789, en Antonio B. CUERVO, op. cit, Tí II, p. 304.

47 Lorenzo DEL SALTO, carta del Gobernador de Veragua a S.M.; Santiago, 21 de junio de 1620, en Colección Fernandez, T.V./pp. 229-234.

48 Según Adrián de SANTO TOMAS quien los visitó entre 1622 y 1637, en Carlos Manuel GASTEAZORO y otros, op. cit.T.U, pp. 146.-147.

49 Manuel de Jesús ATENCIO, «Exploración de las playas de la costa norte de la antigua provincia de Veragua…»»D¡ario del 18 de enero al 15 de febrero de 1787, en Antonio B. CUERVO, op. cit, TU., pp. 309-327.

50 Nicolás de PALAZUELOS, «Relación puntual de toda la costa del Mar del Norte…»;=Dlario de la Laguna de Bocas del Toro, en Antonio B. CUERVO, op. cit, P.L, p.!351.

51 Ornar JAÉN SUAREZ, op, cit, p; 25, Cuadro 2.

52 Ibidem. Ser añaden 2.000 indígenas no censados.

53 Jorge ILLUECA BONETT, «Tendencias poblacionales y su impacto sobre el medio panameño 1800-1920», en Revista Nacional de Cultura, N° 7-8, Panamá 1977, p. 75.

54 Suelos de clase II, III y IV según la Evaluación Preliminar de los Recursos Agro-Ffslcos de la República de Panamá, Panamá 1971.

55 Suelos de clase Vi, Ibldem.

56 Aunque Rubén D. CARLES basado en fuentes documentales sostiene que el primer cultivador de cafetos Ileg6 a Boquete en 1881  (220 Años del Período Colonial en Panamá, Panamá 1969, p. 293), Euseblo A. MORALES dice que las plantaciones mayores del importante grupo de 49 cafetaleros que encontró en Boquete en 1907, se formaron en 1895-1896 (Ensayos Documentos y Discursos, reimpresión s/f de la edición de 1928, colección Kiwanis, pp. 83-84).

57 Rubén D. CARLES, op. clt., ffp. 286-287 expone cómo familias de Las Tablas que emigran a Tonosf reaniman una antigua comunidad periférica de la región de Azuero y la integran al naciente circuito nacional, en la segunda mitad del siglo XIX.

58 Ornar JAÉN SUAREZ, op. cit, pp, 209-318.

59 Ibidem,

60 Ver George E. ROBERTS, Investigación Económica de la República de Panamá, Panamá 1929. *

61  Existen abundantes referencias sobre tales plantaciones en las relaciones publicadas en Antonio B. CUERVO, op. clt, T; I y II.

62 Fessenden OTIS, Historia del Ferrocarril de Panamá (1867),extracto publicado en Carlos Manuel GASTEAZORO y otros, op. cit., Panamá 1980, T. 1, pp_ 252-259.

63 Ello se aprecia por la presencia de especies propias de una vegetación secundaria.

64 «Instrucción dada por el Rey a Pedrarias para su viaje a la Provincia de Castilla del Oro que iba a poblar a…»; Valladolid, 2 de agosto de 1513. A.G.F., Patronato 17.

65 Según Jorge ILLUECA BONETT, op. Cit, p. 83.

66 Ricardo ARIAS, op. cit., p; 92 declara que «a mediados del siglo pasado…. D. José de Obaldía… por haber introducido al pai’s la yerba del Para’, que tanto se adapta a nuestras tierras anegadizas y que ha causado revolución ventajosa en nuestro sistema de engorde. Las primeras plantitas de ésta, llamada también «yerba admirable», las obtuvo el Sr. dé Obaldfa por medio de su amigo el Ministro del Brasil en Bogotá».

67 Región de Chiriquí formada por la provincia homónima; Central, compuesta por las provincias de Coclé, Herrera, Los Santos y Veraguas; Metropolitana constituida por las provincias de Panamá y Colón, salvo la Comarca de San Blas; Darién, formada por la provincia homónima y la Comarca de San Blas; y Bocas del Toro, constituida por la misma provincia.

*Jaén Suárez, O. 1981. Hombres y Ecología en Panamá. Editorial Universitaria y STRI. Panamá. 157 pp. Incluye ilustraciones y mapas.

*Idem

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Edición digital para dominio público: Centro de Estudios de Recursos Bióticos, FCNET, Universidad de Panamá.

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Vea además: Ganadería en el Trópico Húmedo y sus implicancias ambientales

Historia del grupo indígena Naso Teribe de Bocas del Toro

X. El Indio Teribe

[Historia del grupo indígena Naso Teribe de Bocas del Toro]

José Manuel Reverte*
Academia Panameña de Historia

Es un grupo indígena bien definido y compacto que se conoce desde que los primeros exploradores españoles penetraron por la región bañada por el Río Teribe y sus afluentes.

Extendíanse los indios teribes, térebes, tervis, tejves, térrebes, o térrabas, ortografía multiforme con la que se les conoce en las distintas épocas en los documentos de los siglos XVI y XVII a todo lo largo del Río Teribe, Changuinola y la Isla de Toja o Colón, y estaban formados por diversas parcialidades, todas ellas más belicosas que las tribus vecinas. Sólo tenían como enemigos a los chán-guenas o chánguinas, tribu caribe de notable fiereza y a los Talamancas que habitaban las márgenes del Río Sixaola.

Llegó a ser una tribu numerosa, hasta de 10.000 indios en la época en que Cristóbal Colón llegó a las costas de Bocas del Toro, hasta quedar reducida por las diversas circunstancias que hemos ido viendo durante el curso de esta exposición a la cifra actual de unos 400 individuos. {Por favor, recuerde que este compendio es histórico y usted debe revisar las cifras de los Censos Nacionales de Población y Vivienda de Panamá de la Contraloría General de la República para comparar con los datos censales oficiales actualizados, con respecto a los que menciona el autor de este escrito en diferentes momento históricos}.

El último Censo de la República de Panamá (1960) no nos da informes muy precisos sobre poblaciones indígenas, y menos sobre el área habitada por los indios teribes, ya que no especifica ni hace distingos entre los diversos grupos autóctonos. Para el Distrito de Changuinola (Corregimiento) da una población indígena de 513, para la cabecera de Bocas del Toro y Caseríos, 85 y para Guabito, 32. En total, en el Distrito se registran 630 indígenas. Esta información no establece diferencias entre grupos teribes, guaymíes o talamancas, ni tampoco parece referirse a los indios cuna que buen número trabajan para la Compañía Frutera de Bocas del Toro.

Según los informes obtenidos en la región durante nuestros viajes y el número de casas vistas por nosotros entre los teribes, creemos que como máximo la población de este grupo debe llegar a 450 individuos.

La primera información sobre los teribes se la debemos a Juan Vázquez de Coronado. Ya por entonces los teribes se revelan como un pueblo con características propias, y totalmente diferentes a los demás aún en sus reacciones. Fueron los únicos que menciona el Adelantado en su Probanza de méritos (154) como rebeldes, ya que no quisieron prestar obediencia y sumisión al Rey de España. Eran indios bravos, poco amigos de someterse a nadie, orgullosos e independientes.

Cuando llegó Vázquez de Coronado a la región (1563-1564) compartían el Norte de la Cordillera los térebes o Texbi con los quequex-ques que debía ser una rama de la misma tribu, luego los Ara, Güera, Tuaca, Cuexara, Zabarú, Cururu, Araraca, Tamari, Queribista, Tay-maru, Tariaca y Suerre (155).

De todos estos cacicazgos, sólo los térebes presentaron resistencia y se negaron a prestar obediencia (156).

Por tal motivo Vázquez de Coronado, envió al Sargento Mayor Juan de Turcios, que con el Capitán Diego Caro de Meza, Alguacil Mayor y 26 ó 30 soldados fueron a la provincia de Tervi y en nombre de Su Magestad «tratase y amonestase a los naturales del dicho pueblo é provincia de Tervi, que luego den la, obediencia a S.M. y reconozcan al Rey Don Felipe nuestro Señor por su Rey é Señor» (157).

Se desempeñaron tan bien los emisarios que convencieron pacíficamente a los indios teribes y estando en Cutcurú el Adelantado, se presentó el día 20 de febrero de aquel año de 1564 el cacique QUIQUINCUA «del dicho pueblo de Terbi (que por nuestro nombre llamamos Texbi) con 10 principales y 60 yndios maceguales» y le rindió obediencia intercambiando regalos.

Ya por entonces o poco después, las restantes facciones que hablaban la lengua teribe rindieron obediencia al Adelantado y sellaron el pacto de amistad.

Los primeros indios con que en realidad tomaron contacto los hombres de Vázquez de Coronado al descender desde Ara, fueron los Teribes, y éstos fueron los que protegían a los indios mejicanos, los delegados de Moctezuma.

Los lugares donde hicieron alto y tomaron posesión son claramente nombres teribes: Texbi, Terbi, Quequexque, Cutcurú y el descenso hacia el mar se hizo siguiendo el Río que ya por entonces llamaron de la Estrella, habitat de los teribes, así como el reparto de minas fue sobre las márgenes del mismo río de los teribes.

El año de 1605, el Gobernador y Capitán General de Costa Rica, D. Juan de Ocón y Trillo, hizo un repartimiento de indios contraviniendo las órdenes del Rey y en él se dispone que el pueblo Té-rrebe quede depositado en Diego de Sosa y Juan Alonso.

Ya por entonces (1608) los indios térebes y sus familiares los quequexques tenían como enemigo natural a sus vecinos los ORO-BARASQUE o DORASQUES o DORACES (158), con los que siempre estaban en guerra y que debían estar estrechamente vinculados con los Changuenas y Chánguinas-caribes, si es que no eran los mismos.

El carácter de los teribes y su bravura se manifiesta en diversas ocasiones. El 1611 se rebelan los térrebes, quequexques y otros, matando cuatro españoles (159), y Diego de Sojo, Teniente del Gobernador, envió al Capitán Pedro Flórez para que fuese a investigar y hacer las detenciones de los culpables. El Capitán Flórez fue recibido con una granizada de lanzas que dejaron malheridos a cuatro españoles y siete indios de los que acompañaban al Capitán, muriendo dos caciques del grupo de indios que iban con Flórez. Este atacó sin embargo, tomando al asalto el Palenque teribe que no menciona cuál fue ni en qué parte estaba situado. De allí siguió a otros poblados teribes.

Se calculaba en 20.000 indios los que habitaban el Valle del Duy en el cual se comprendía el Río de la Estrella o Teribe, aunque en esta cifra se englobaban otras tribus diferentes, con lenguas distintas a la teribe. Por otra parte, la sangría era constante, como resultado de las continuas guerras intertribales, y esto constantemente hacía disminuir la cifra de habitantes que se veía equilibrada apenas con el número de nacimientos (160).

El Obispo de Panamá, Fray Francisco de la Cámara, en 1620, calculaba en 4.000 el número de indios que habitaban el Río de la Estrella, «que están en continua guerra los del un río con otro» (se refiere al Teribe y al Changuena), (161).

Se les reconoce como «gente que usa alguna polizía a la usanza mexicana».

El Cabildo de Cartago menciona el año de 1648 que los palenques de Térrebe y Quequexque están habitados por tinos 600 indios y señala que ambos grupos son de la misma provincia (162).

Pero el Censo más detallado procede del año de 1697, en que Fray Francisco de San José tuvo la paciencia de ir de poblado en poblado anotando todo cuanto veía.

Estimaba el fraile que los térrebes disponían de 109 casas y 9 caciques con un total de 1.300 almas. No se incluían los de la Isla de Toja aunque en su mayoría eran térrabas o al menos hablaban esta lengua y que ascendían a 800 almas con más de 100 caciques. Cada casa era habitada por 15 á 20 almas.

En cuanto a los Chánguenas, fueron estimados en 1,200 almas, repartidas en 42 casas y dirigidas por 14 caciques (163).

Reconoce Fray Francisco que «los térrabas son los más trabajadores y tienen más instrumentos». Tenían un gran sentido comercial y sus tratos con algunas tribus como los Borucas del Sur de Costa Rica y Chiriquí y con los mismos mejicanos así lo demuestra.

Tenían sus buenas siembras de maíz, caña de azúcar, plátanos, cacao, pixvá, yuca, frijoles, ñames y cazaban y pescaban en toda época del año.

Es indudable que los misioneros comprendieron el valor de aquel grupo indígena y lo demuestra el hecho de que a pesar de su bravura y frecuentes rebeldías, concentraron su atención sobre ellos, y fueron térrabas los que comenzaron a trasladar al Mar del Sur para poblar la región boruca.

Pero desde el primer instante pudo observarse que mientras un grupo de Teribes era más dúctil y maleable y se plegó a la forma de vida que le dictaron los franciscanos, otro grupo, del que proceden los actuales teribes del Distrito de Changuinola, nunca quiso abandonar la tierra de sus mayores y permaneció en su hábitat contra viento y marea, y todavía sigue en nuestros días aunque ya hayan aceptado ciertas ventajas que les proporciona la vida moderna, tales como vestido, lengua, alimentos, e incluso están construyendo una Escuela.

Los misioneros Fray Antonio de Andrade y Fray Pablo de Rebullida (164), informan que los Téjavas o Téxavas son la misma nación que los Térrabas. Por entonces (1705), los franciscanos habían logrado una paz o armonía temporal entre teribes y talamancas, y señalan que los teribes (del río de la Estrella e Isla de Toja, que hablan una misma lengua) serán unos 2.000.

Lo mismo señala Rafael Fajardo en 1708 (165) que dice que Térrebes e isleños de Toja son de la misma nación torraba.

Fray Antonio de Andrade y Fray Pablo de Rebullida en 1709 informan que los indios de la nación térraba «son aplicados a rezar y las criaturas son muy hábiles, pues aún de pecho hemos visto rezar (166); tienen mucha fe y no olvidan fácil lo que se les enseña como las otras naciones» (167).

Pero no es fácil cambiar a quienes han vivido por siglos a su manera y Fray Pablo de Rebullida recibiría el martirio de las manos de quienes tanto amó como recompensa a sus desvelos por ellos. No en vano escribía en una carta el año 1702: «yo me habré de salir por no tener la vida segura en estas dos naciones por el furor de los Térrabas que a todos nos tiene aterrados» (168).

Los mismos indios teribes fueron los que en un momento de exaltación quemaron 14 iglesias destrozando cuanto encontraron a su paso (169).

En 1719 todavía no habían cambiado los Teribes, y los de la Isla de Toja eran calificados por D. Diego de la Haya Fernández, Gobernador de Costa Rica como «los más belicosos de toda la América, pues no tienen correspondencia ni familiaridad con ninguna nación».

En 1763, Fray Manuel de Urcullu divide a los indios de la región en los siguientes grupos:

Talamancas, que comprenden los cabeceras y viceitas.

Térrabas, que comprenden los de este nombre, y los toxares que habitan la Isla de Toja.

Changuerías Zeguas o mexicanos Dorasques y Guaymíes.

Y señala que «los indios de todas estas naciones son bravos y guerreros pues su más común ejercicio es andar con las flechas y las lanzas adiestrándose para sus guerras … el juego y diversión de los muchachos es disparar y tirar lanzas y así salen muy diestros en su manejo».

Este era el indio Teribe, el antepasado del actual.

Durante nuestra visita realizada al río Teribe en 1964, hemos encontrado un grupo de indios acogedores, cordiales, amables, alegres, felices y un poco infantiles en sus reacciones, sumamente inteligentes, vivaces, despiertos, con un dominio perfecto de la lengua castellana que hablan con un acento peculiar a pesar de su aislamiento, dirigidos por un cacique o Jefe hereditario que ellos llaman EL REY, hombre de edad avanzada, al que todos respetan y aún miman. Recuerdo el detalle al parecer insignificante, cuando solicité permiso para tomar una fotografía de él, y me fue inmediatamente concedido con amplias sonrisas, pero después de hacerme esperar unos minutos durante los cuales dos de los varones de la tribu se acercaron a su REY para peinarle cuidadosamente, ya que llevaba revueltos los cabellos por el viento, acicalarle y estirarle la camisa y colocarle luego cuidadosamente la gorra de cuero con que se adornaba y cubría. Y mientras la escena se desarrollaba ante mis ojos y yo esperaba pacientemente a que terminaran la «toilette», el REY se dejaba hacer muy complacido ante la solicitud y cuidado de sus subditos. Su nombre es Lázaro Santana.

Tienen un gran sentido musical, utilizando diversos instrumentos autóctonos, flautas, pitos, tambores, hechos por ellos mismos y algunos poseen modernas guitarras españolas con las que acompañan sus canciones, antiguas y modernas con gran habilidad.

Sus facciones son agradables, pudiendo calificarse algunos de ellos como realmente agraciados. Tipos robustos, fuertes, bien constituidos y en general bien nutridos, a pesar de las parasitosis intestinales que abultan el abdomen de los niños y hacen palidecer su semblante.

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* LOS INDIOS TERIBES DE PANAMA. 1967. Capitulo X. El Indio Teribe. Trabajo presentado al XXXVII Congreso Internacional de Americanistas, septiembre de 1966.

154 «Provanza de méritos, etc., 1563», loc. cit. (AGÍ, Patronato, 1-3-12/3).

155 Estos fueron los nombres que los caciques de Coto y Tururaca dieron a Juan Vázquez de Coronado, que según ellos disponían de poblados o palenques de población considerable, «la mayor parte poblados en savana, de gran gente y riqueza». («Provanza hecha a pedimento de Juan Vázquez de Coronado acerca de sus méritos y servicios, 1563». (AGÍ, Patronato, 1-3-12/3).

156 «Como consta y es público y notorio, los yndips naturales é vesinos de la

provincia de Tervi no han dado la obediencia a S.M. como lo an hecho todos los de su comarca, y ellos solos están rebeldes». («Obediencias de caciques», loc. cit. 1564).

157 «Obediencias de caciques, 1564», loc. cit.

158 «Carta de Alonso de Bonilla al Gob. D. Juan de Ocón y Trillo 1608». (Arch. Nal. de C. Rica, Fernández, L.: «Col. de Doc. para la Historia de C. Rica, t. V, p. 147).

159 «Información de méritos y servicios del Cap. Pedro Flórez, 1611». (AGÍ, 64-4-5).

160 «Proposición del Capitán Diego del Cubillo, 1617». (AGÍ, 64-2-2). Dice así en este documento: «Las guerras civiles que ay entre los del Valle del Guaymí y los de Quequexque, Térrebe y otros, los que consumen y acaban»

161 «Carta del Obispo de Panamá, Fray Francisco de la Cámara», loc. cit.

162 «Informe del Cabildo de Cartago, 1648». Loc. cit.

163 «Declaración de las casas y parcialidades, etc.», loc. cit.

164 «Informe de los misioneros Fray Antonio de Andrade, Fray Pablo de Rebullida y Fray Lucas de Rivera, Cartago, 2 de junio 1705». (AGÍ, 65-6-28).

165 Carta de Rafael Fajardo, loc. cit.

166 Se entiende con esto que según la costumbre muy generalizada entre los indios de diversas tribus del istmo la lactancia materna duraba mucho tiempo.

167 «Informe de Fray Antonio de Andrade y Fray Pablo de Rebullida, 1709». (AGÍ, 65-6-28).

168 «Carta de Fray Pablo de Rebullida, 1702», (AGÍ, 65-6-28).

169 «Carta de D. Lorenzo Antonio de Granda y Balbín», 1709. (AGÍ, 65-6-28).