El padre de la cabeza de Einstein

Carlos Arboleda, de oficio, escultor

Aunque ha ejercido la pintura, la cerámica y el grabado, su obra mayor es la escultura, arte que engalana más de un parque en Panamá.

Daniel Domínguez Z.

Silvia Grunhut

 

Silvia Grunhut

Estudió escultura en Florencia y dibujo en Barcelona.

Silvia Grunhut

Desde hace casi 50 años tiene ubicado su estudio en Río Abajo.

Silvia Grunhut

La cabeza antes de que fuera pintada de blanco.

Alberto Einstein tiene un apacible rostro de paz. Está en silencio; quizá elabora una ley que ponga a la ciencia a dar nuevas vueltas. La única melodía que se escucha a su alrededor, es el estrepitoso ir y venir de los vehículos que pasan por la Vía Argentina, en el barrio de El Cangrejo. Un hombre está a su lado, le sonríe gozoso y lo trata con un cariño de padre.

Una sesión de fotografías le permite a Carlos Arboleda visitar una de sus esculturas más populares, la estatua de Einstein. La acaricia como a un recién nacido mientras dice: “todavía se ve bien, pero ¿para qué la pintaron de blanco? Hay que limpiarla con un cepillo, una lija o con una espátula para quitarle esa pintura que no tiene sentido. Con esta pintura pierde el carácter y los detalles, se pierde todo el trabajo que he hecho”.

“Debe recuperar su color original, de piedra artificial de marmolina. También habría que quitarle estos árboles que le rodean y que la ocultan. Yo no sé quién es el inventor de estas cosas que no ayudan a la escultura; es gente con buenas intenciones, pero que no sabe lo que hace. Aquí no hacen caso”, comenta este panameño de 82 años y que estudió en academias europeas.

Arboleda ha dedicado su vida principalmente a las esculturas. Son sus hijas, salidas de su mente y de sus manos; son pequeñas o grandes, pero todas son un milagro del arte, una maravilla hecha de piedra, mármol, bronce o cualquier otro material que desafía el tiempo.

Al ver la cabeza de Einstein, inaugurada en enero de 1968 por el presidente Max Del Valle y encargada por el Consejo Comunitario Hebreo de Panamá, se pregunta por el estado de salud de las otras esculturas que ha hecho a lo largo de los años en su estudio, ubicado en calle tercera, Río Abajo.

“Casi todos los parques de la ciudad y varios del interior tienen bustos míos. Si pudiera los iría a ver para saber cómo están”, indica el que pronto realizará una retrospectiva de su obra pictórica y escultórica en la Ciudad del Saber.

De seguro usted ha visto alguna de sus esculturas. Suyos son el Monumento a la Madre que está uno en Juan Díaz y el otro en Parita, así como el dedicado a Manuel F. Zárate en Guararé, y el hecho en honor de San Juan Bosco en la barriada que lleva su nombre. De igual forma confeccionó el Mausoleo de Omar Torrijos en Amador, la cabeza del doctor Harmodio Arias en Penonomé y la escultura “El Grillo” en la Avenida 12 de Octubre.

Arboleda modeló con intensidad y lirismo bustos de personalidades como Juan B. Sosa (en Panamá La Vieja), Pablo Payito Paredes (hipódromo Presidente Remón), Jaime de La Guardia (hospital San Fernando), Héctor Conte Bermúdez (Penonomé), Belisario Porras (Lotería Nacional de Beneficencia) y Sara Sotillo (Magisterio Panameño Unido).

Juego de niños

La primera vez que se anunció su talento, fue cuando de chico jugaba a elaborar estatuas hechas de barro caliente y que regalaba a sus maestros en Chilibre, donde le dio rienda suelta a su infancia. “Es un pueblo que creció a lo largo de la carretera, pero yo me crié en Chilibre adentro. La última vez que fui, no hace mucho, me perdí, no sabía dónde estaba exactamente nuestra casa. Ha cambiado bastante, ya no es lo mismo”.

A sus ocho días de nacido, su padre lo llevó a Chilibre desde Gamboa en un cayuco y entraron por el cauce de un río que se ha extinguido. “Tenía coraje mi papá, imagínese los mosquitos y el lodo que había y en ese entonces solo había cuatro casas en Chilibre”.

Es uno de los ocho hijos que tuvo la pareja compuesta por Florencio y Ángela. “Papá era de Darién, en una época donde la gente pasaba de Colombia sin dificultad porque había muchos caminos. Mi mamá era de un pueblo cercano a Cartagena de Indias, un lugar muy bonito al que de niño nos llevaban de vacaciones, y cuando nosotros dormíamos escuchábamos a los burritos pasando hacia una fuente donde las personas iban a bañarse”.

Tiene entendido que es el único de su clan que se dedicó “a esto del arte, aunque quién sabe, porque no hay récord de nada, pues la familia de mis papás es de Colombia. Aunque ahora tengo un sobrino, César Arboleda, que también es pintor y escultor”.

Rumbo a Europa

Dejó su natal Chilibre para trasladarse al corazón de la ciudad capital y ser un estudiante del Instituto Nacional. Por esos días elaboraba dibujos a lápiz y luego cuadros al óleo donde habitaban aves, plantas, montañas y frutas.

En 1948 obtuvo el primer premio de escultura del Departamento de Cultura del Ministerio de Educación. Era la señal de que las musas visitaban alegres su imaginación y que eso del talento era un rayo luminoso que lo conduciría por los caminos del éxito.

Doce meses después, el Gobierno panameño le concedió una beca para ampliar sus horizontes en la Escuela de Bellas Artes de Florencia, donde recibió el título de escultor y fue condecorado con la Medalla Áurea.

Participó para esta beca y perdió, pero el desánimo no es lo suyo. “Al año siguiente lo intenté otra vez y me la gané con un conjunto de esculturas que se llama “Cumbia de mi pueblo”, que yo le regalé a la gente de Guararé, en Los Santos. No sé cómo estará, deberían fundirla en bronce”.

Atrapado por el influjo de los vientos renovadores que había en el Viejo Mundo, pasó en 1955 a la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge, en Barcelona, España, en la que logró el título de profesor de dibujo. “Es curioso, ese diploma está firmado por el mismísimo general Francisco Franco”.

Se quedó a residir en España y trabajó la escultura bajo la influencia de las corrientes expresionistas y costumbristas. Además fue seleccionado para formar parte del Real Círculo Artístico de Barcelona.

Regresó a la patria, en barco, en 1961, pero en el futuro recorrería con sus esculturas ciudades de Francia, Inglaterra, Suiza, Marruecos, Estados Unidos, Grecia, El Salvador, Costa Rica, Haití, Egipto y Austria.

Un oficio de pocos

En 1961 triunfó en la Bienal de París con su obra “Piel adentro”, al obtener el George Roudier, el único premio en escultura de un concurso internacional que ostenta un panameño.

Este importante galardón era una revelación para un Arboleda idealista, quien regresó a su país con el deseo de colaborar en la formación de una generación de escultores.

Por eso fundó, en 1964, la Casa de la Escultura de Panamá, institución dedicada a la difusión de las bellas artes, y de la cual fue su profesor de pintura, escultura y artes decorativas. Luego, en 1972, es nombrado director del Centro de Artes y Cultura del Ministerio de Educación.

Quien ha participado en bienales en Barcelona, Milán, Asís, París, Suiza y Sao Paulo, considera que sus esfuerzos de formar a otros pronto se esfumaron. “La mayoría de los escultores del grupo se fueron al extranjero y no volvieron, como Raúl Ceville, que se fue para Europa, y Orlando Ortiz, que está en Estados Unidos. El resto que se quedó acá se dedicó más a la pintura”.

Admite que en la actualidad hay pintores en Panamá que “han hecho alguna escultura, pero eso no los hace escultores, porque no tienen el oficio de forma permanente”.

La escultura está rezagada en relación con la pintura porque “a la gente le gusta comprar cuadros, puede ser porque las esculturas son más costosas, porque necesitas mucho espacio para elaborarlas y materiales que son muy caros”.

El admirador de Miguel Ángel y Pablo Picasso piensa que otro factor a tomar en cuenta es la espera en recibir una paga por tu trabajo. “Un cuadro lo pintas en media hora y lo puedes vender rápido, pero con una escultura te puedes tardar mucho más. Por ejemplo, la cabeza de Einstein tardé más de seis meses en terminarla”.

La escasa afición por pulir la piedra y que de su interior surjan delicadas figuras “pasa mucho en Panamá, pero en Europa es igual. En las academias también pasa lo mismo. En mi clase de escultura en Florencia sólo éramos ocho. En todas partes la gente quiere pinturas y pinturas. En una casa puedes encontrar 20 cuadros y si acaso una sola escultura”.

Arboleda, quien ha sido ceramista y grabador, opina que a Panamá le hace falta tener una mayor cantidad de esculturas públicas. “Sería lindísimo que hubieran por todas partes, pero nadie quiere pagarlas ni nadie quiere comprarlas. Faltan más monumentos y los que hay vienen de afuera, y de esos los que me gustan más son la estatua de Vasco Núñez de Balboa y la de Simón Bolívar, que está en San Felipe”.

Aunque hay nubarrones en el cielo escultórico, es de los que piensa que nada es imposible cuando hay una vocación honesta. “Solo es cuestión de seguir trabajando. Es difícil tallar algunos materiales y sí es algo duro, pero no hay dificultad cuando a uno le gusta esto”.

Lo venidero

Las muestras individuales no le roban la calma a Carlos Arboleda. “Estoy aburrido de hacer exposiciones. Ya no hago muchas, si acaso participo en algunas colectivas. Es que las exposiciones me cansan bastante. La gente viene a mi estudio, el que quiere compra y también hago obras por encargo. Así es mejor”.

A pesar de esta decisión, se encuentra en conversaciones con miembros de la Ciudad del Saber para llevar a cabo una muestra retrospectiva de su labor y algo más. “Están interesados en hacer un museo con esculturas y pinturas mías. Vamos a trasladarlas poco a poco. Será dentro de uno o dos meses. Jorge Arosemena y Rodrigo Tarté están en esos trámites. Las que pueda vender, las venderé, el resto quedará allí de forma permanente. Ya con eso tengo suficiente”.