Banco Mundial culpa a los biocombustibles del encarecimiento de la comida

Un informe del BM culpa a los biocombustibles del encarecimiento de la comida

Plantas de arroz en Bangkok (Tailandia). Tailandia es el más grande exportador de arroz del mundo y podría aprovechar un proceso desarrollado por científicos chinos para convertir espigas de arroz, el tallo que no se usa y las hojas de la planta, en Biogas. EFE
Londres, 4 jul (EFE).- Los biocombustibles han hecho que los precios de los alimentos se elevasen en un 75 por ciento en todo el mundo, según un informe confidencial del Banco Mundial (BM) filtrado al diario «The Guardian».Esos datos desmienten las afirmaciones del Gobierno estadounidense en el sentido de que los combustibles de origen vegetal contribuyen a la carestía de los alimentos en menos de un 3 por ciento, señala el periódico.

Según algunas fuentes, el informe, terminado en abril, no se ha publicado hasta ahora para no poner en apuros al presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que ha atribuido ese encarecimiento fundamentalmente a la mayor demanda de alimentos en China y la India, y evitar tensiones entre la Casa Blanca y el BM.

El informe del Banco Mundial explica que «el rápido crecimiento de la renta en los países en desarrollo no se ha traducido en un fuerte aumento del consumo de cereales y no ha contribuido de modo importante a la subida de precios».

Incluso las sequías en Australia han tenido sólo un pequeño impacto en ese fenómeno, señala el informe, que atribuye por el contrario el máximo impacto a la fuerte demanda de biocombustibles por parte de Europa y Estados Unidos.

«Sin el incremento de (la demanda de) biocombustibles, las reservas mundiales de trigo y maíz no habrían caído sensiblemente y los aumentos de precios debidos a otros factores habrían sido moderados», explica el documento.

El documento confidencial del Banco Mundial llega en un momento crítico para las negociaciones multilaterales sobre la futura política mundial en materia de combustibles.

La carestía de los alimentos será u no de los temas que se tratará en la cumbre de países industrializados (G8) que se celebra la próxima semana en Hokkaido (Japón).

Según Robert Bailey, experto de Oxfam, «los dirigentes políticos parecen empeñados en suprimir e ignorar las claras pruebas de la importante contribución de los combustibles a los recientes aumentos de precios de los alimentos».

«Los políticos se dedican a contentar a los lobbies industriales, pero la gente en los países pobres no tiene qué comer», denuncia Bailey.

El incremento del precio de los combustibles ha hundido en la pobreza a otros cien millones de personas en todo el mundo y ha desencadenado desórdenes en numerosos países, desde Bangladesh hasta Egipto.

El precio de la cesta de alimentos examinados en el estudio del Banco Mundial aumentó un 140 por ciento entre el año 2000 y el pasado febrero.

Según el informe, el encarecimiento de la energía y de los fertilizantes sólo contribuyó en un 15 por ciento de ese incremento mientras que un 75 por ciento corresponde a los biocombustibles.

Esto último se debe a tres factores: en primer lugar, buena parte de la producción de cereales se ha dedicado a combustibles en vez de a alimentos.

Así, más de un tercio del maíz estadounidense se utiliza actualmente para producir etanol y más de la mitad de los aceites vegetales en la UE se dedican a producir biodiesel.

En segundo lugar, se ha animado a los agricultores a dedicar una superficie mayor a la producción de biocombustibles y todo ello ha desencadenado además la especulación financiera en torno a los cereales, lo que ha contribuido a elevar aún más los precios.

El informe precisa, sin embargo, que los biocombustibles derivados de la caña de azúcar, una especialidad del Brasil, no han tenido un impacto tan fuerte como los del maíz y otros productos.

«Esta claro que algunos biocombustibles tienen un enorme impacto en el precio de los alimentos, comentó anoche el ex principal asesor científico del Gobierno británico, David King.

«Al apoyar a los biocombustibles subvencionamos los incrementos de precios de los alimentos sin hacer nada a favor del cambio climático», denunció King.

La hora de los hambrientos está por llegar

EL MALCONTENTO.

La hora de los hambrientos

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

La acomodada sociedad del hipercapitalismo tiene un nuevo problema. Ha sido engendrado, como todos, por ella misma. La insaciable necesidad de consumir, de acelerar la vida artificialmente a punta de excesos sobre ruedas, el tenaz individualismo que excluye la posibilidad de compartir recursos, la mala leche de la publicidad engañosa (es decir, toda la publicidad), la buena cama que disponen nuestros países para especuladores y cantamañanas, el cortoplacismo de casi todo lo que hacemos, la educación por omisión que muchos de los que son padres proporcionan a sus hijos basada en la consola de juegos, la obsesión por lo último, lo más pretty y lo más costoso, la moda para anoréxicas y la bulimia fagocitadora del medio ambiente…

hungry starving, hambruna

Son tantas las causas del nuevo problema que cualquier análisis se convierte en tesis doctoral. Dirán los Montaner, Vargas Llosa y compañía –ya se sabe: los que no son idiotas latinoamericanos– que esto es catastrofismo de izquierdas, resentimiento de perdedores. Diría el nuevo ídolo de la región de derechas, Uribe, que escribir así es casi como postular a un puesto vacante –hay muchos ahora– del secretariado de las FARC. Diría algún –algunos– articulistas de opinión de este diario que se trata, fundamentalmente, de falta de fe en Dios, el que todo lo estropea (si hubiera que juzgarlo por el paraíso terrenal que creó y a las bestias que puso como criaturas dominantes).

Pero da igual. El problema es real. Muy real. Lo denomina un prestigioso diario como «La revuelta de los hambrientos». Pongan atención porque esto va a terminar reventando en la Panamá que se enorgullece de crecer al mismo ritmo que China (¿será con el mismo sistema de esclavitud capitalista en el que la mayoría solo son piezas de la cadena de montaje?). Se trata pues, el problemita, de manifestaciones violentas de poblaciones hastiadas de ver cómo el precio de la leche y sus derivados se ha triplicado desde el año 2000 mientras sus salarios están más congelados que un iglú abandonado. O cómo se ha duplicado el precio del pollo o del maíz en el mismo lapso.

En México, Camerún, Burkina Faso, Mauritania, Marruecos, Guinea, Indonesia o Senegal ya se han vivido multitudinarias y violentas protestas que han terminado sin solución y con muertes.

Y es que, el dichoso biodiésel, uno de los enemigos públicos número uno del planeta –fomentado por Bush y Lula, entre otras perlas–, y el aumento del consumo de China e India han reventado los mercados. La información detalla cómo los cultivos para consumo humano han aumentado desde el año 2000 en un 7%, mientras que los destinados a biodiésel han crecido un 25%. Ya se sabe: para ver a los pobres sin temer por la seguridad hay que hacerlo montados en un carro veloz y con el aire acondicionado prendido.

El aumento de la canasta básica, entonces, no es un simple indicador de primera página de la sección Negocios. Es el índice de tolerancia de los pobres al cúmulo de injusticias y vejaciones a los que los sometemos cada pinche día de su existencia. A ellos y a sus hijos.

Aguantan la explotación laboral, la triste educación que reciben en las escuelas públicas, el maltrato y la crueldad del sistema de salud que reformó este gobierno para salvar finanzas y no vidas, las humillaciones de las y los patronos que se ofenden porque el «servicio» rompió una copa y se la descuentan del pírrico salario, la desfachatez de los nuevos ricos que ostentan sus dólares como si los hubieran sudado en zanja de carretera, soportan el dolor de no tener futuro y la dura realidad de su presente… pero… el hambre… el hambre no.

La pueden aguantar unos pocos, unos cientos de miles, pero no la mayoría. Y cuando se tocan cosas tan básicas como el maíz, el pollo o los porotos, la cosa pasa de castaño a oscuro y puede provocar reacciones de rabia que rocen la violencia (aunque seguro que tal y como están las cosas en el país les cobraremos hasta la última parada de bus que rompan).

La revuelta de los hambrientos, para consuelo de muchos, no es ideológica. No tendrá, cuando llegue, un partido político instigándola, ni una propuesta de sistema alternativo que nazca de una constituyente –la obsesión inútil de todos los reformistas de Latinoamérica–. Será mucho peor: será rabia pura, violencia sin razón para expresar la angustia y la frustración. Alguien capitalizará el movimiento, seguro, pero comenzará de manera espontánea y despistará a la inútil y costosa policía de Mirones, tan ocupada en los falsos montajes en Jaqué, que no sabrá contener en la ciudad un fenómeno humano que no respeta toques de queda infantiles, leyes de migración sin cabeza, ni planes de un gobierno sin planes.

[«Llorar dentro de un pozo,/en la misma raíz desconsolada/del agua, del sollozo,/del corazón quisiera:/donde nadie me viera la voz ni la mirada,/ni restos de mis lágrimas me viera», Miguel Hernández en la revolución particular de C].

 

El autor es periodista

El hambre y los biocombustibles

El hambre y los biocombustibles

 
Los biocombustibles pueden desatar el hambre en el mundo y Panamá no escapa de esta catástrofe. Los pronósticos hablan de un cambio radical en la producción de materia prima alrededor del mundo”.
 
Eduardo L. Lamphrey R.
mf@prensa.com

 

BLOOMBERG

La proliferación de los biocombustibles puede tener un grave impacto en la producción de alimentos, lo que puede incrementar aún más las alarmantes cifras de hambrientos, según alerta un informe elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

La rápida idea de convertir comida -como maíz, trigo, azúcar o palma en combustible es una receta para el desastre, señala el informe de la relatoría sobre el derecho a la alimentación de la ONU, que será presentado ante la Asamblea General el próximo 24 de octubre. Por ello, aunque el relator aplaude la producción de biocarburante como un método efectivo para limitar el cambio climático, al mismo tiempo considera “inaceptable” que ponga en peligro el derecho a la alimentación humana.

Para el futuro, se estima que para elevar el uso de biocarburantes Europa tendría que dedicar el 70% de su producción agrícola y Estados Unidos toda su cosecha de maíz y soja. Por tanto, los países industrializados están muy interesados en que sean las naciones del sur las que produzcan biocombustibles para que ellos puedan alcanzar sus objetivos. Estados Unidos debe pasar de producir 20 mil 400 millones de litros de etanol de maíz a 132 mil 400 millones en solo 10 años.

Esto supone, además de expandir la superficie cultivada de maíz, soja y caña de azúcar, invertir en investigación para aumentar la productividad, crear granos genéticamente modificados para producir etanol, crear infraestructuras para la comercialización como los “alcoholductos” con el objetivo de crear un mercado de commodities energéticas. Para cumplir estos objetivos, Brasil debe pasar de los 4 mil millones de galones de etanol que exporta actualmente a 35 mil millones en 2017. Se construirán 77 usinas de etanol antes de 2012, con una inversión de 2 mil 500 millones de dólares. En los próximos años, Brasil impulsará en los países vecinos los cultivos extensivos, la construcción de usinas, ductos y redes de transporte financiados con los abultados fondos con los que cuenta el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES).

Tenemos 80 millones de hectáreas en la Amazonia que van a transformarse en la Arabia Saudí del biodiésel, afirmó el ingeniero químico brasileño Expedito Parente, quien es propietario de la primera patente registrada en el mundo para producir biodiésel a nivel industrial. Definitivamente la alianza Estados Unidos-Brasil puede jugar un papel destacado para estimular la producción de etanol en América Central y el Caribe, donde ya existen importantes cultivos de caña, en asociación con capitales privados.

La energía puede ser un factor de competitividad y desarrollo para América Latina, en un mundo en que la futura escasez de petróleo ya elevó los parámetros de costos energéticos y los biocombustibles aparecen como una alternativa económica. En ese sentido, Guatemala, Perú y Colombia, grandes cultivadores de caña de azúcar en la región, podrían beneficiarse del boom en la demanda de etanol. Los tres, considerados productores muy eficientes, extraen más azúcar por hectárea que Brasil, cuyos productores a su turno son ocho veces más eficientes que los productores estadounidenses de etanol de maíz. Colombia también, como el quinto principal exportador de aceite de palma, podría convertirse en fuente de biodiésel.

En América Central y el Caribe, Guatemala, El Salvador y Costa Rica son considerados los países más preparados para recibir inversiones y expandir la industria de biocombustibles.

Otros países con potencial son Honduras, Panamá y Nicaragua, que están un poco menos avanzados en infraestructura y legislación adecuada. En el Caribe, Jamaica tiene un rol importante en el mercado de etanol y República Dominicana y Granada muestran potencial. La ONU identificó potencial para biodiésel en Haití.

Para el caso Panamá, se sabe que un grupo de inversionistas brasileños está interesado en desarrollar la producción de etanol, utilizando como materia prima la caña de azúcar. El proyecto intentará poner en producción 70 mil nuevas hectáreas de caña. El proyecto contempla la producción de etanol para el mercado interno y para la exportación, aprovechando los buenos precios que se ofrecen por este combustible.

El precio del maíz en el mercado internacional mantiene una tendencia alcista, situación que se refleja en Panamá, y los expertos prevén que esta situación irregular en el mercado se mantenga hasta el 2015. Una de las razones de este abrupto incremento obedece a la decisión de Estados Unidos de utilizar el maíz para la producción de etanol. Los panameños consumen unos 600 mil quintales de maíz al año, pero para la alimentación de los animales se utilizan 7 millones de quintales. El maíz ahora tiene un tercer uso que es la elaboración de etanol, lo que ha registrado algún nivel de desabastecimiento en el mercado internacional.

Como consecuencia del aumento de los granos y sus derivados, Colombia, España, México, Guatemala, Uruguay, República Dominicana, Estados Unidos, Inglaterra, Chile, Costa Rica, Bolivia, Panamá, entre otros, han sufrido el encarecimiento del pan, la arepa, las empanadas y las tortillas. También la oleada de incrementos está golpeando a los productores de carne, puerco, pollo y huevos que utilizan maíz para alimentar a estos animales. “Tenemos capacidad considerable para la plantación de caña de azúcar (materia prima para producir etanol) y de palma aceitera (para biodiésel), y está a estudio un proyecto de ley para incentivar la contrucción de usinas de etanol”, afirma el presidente Torrijos.

Así mismo, Panamá hará obligatoria la mezcla de 10% de etanol en la gasolina que se consume en el país, que suma 160 millones de galones anuales. El Gobierno panameño también apuesta a su potencial logístico, como base de exportaciones hacia mercados asiáticos y Estados Unidos. En Panamá, a pesar de que no se comercializan biocombustibles, el maíz aumentó en el último mes de 2.30 dólares por quintal (45 kilogramos), un alza de 13% respecto al mes pasado.

BLOOMBERG

La producción de etanol en Panamá utilizando caña de azúcar alcanzaría un rendimiento de mil galones por hectárea, en otros países la producción supera las mil 500 toneladas por cada hectárea, además de que el costo por galón sería de 1.60 dólar, muy por encima del que presenta Brasil de 0.70 centésimos.

A pesar de las dudas sobre una producción rentable y eficaz en el país, sugerida por un estudio encomendado por el Gobierno a la firma Intracorp, dueños de los cuatro ingenios azucareros ya fueron a Brasil a conocer el proceso y pidieron ofertas de plantas.

Según cifras de la industria, en Panamá se siembran 26 mil hectáreas de caña y para producir etanol sería necesario añadir otras 15 mil, pero todavía se discute si la productividad es baja. No obstante, aunque el costo de una destilería de 250 mil litros diarios es de 20 millones de dólares y se corre el riesgo de que para alimentar a los autos falte azúcar, los empresarios panameños parecen embriagados por la idea de vender etanol a Estados Unidos.

El auge del etanol, sumado al inestable precio del petróleo ha motivado un encarecimiento de los alimentos en el mundo, y Panamá no escapa a esta situación. Solo en el mes de agosto incrementaron sus costos al consumidor el arroz, el queso amarillo, el aceite vegetal y la leche grado A. Otro rubro que experimentó alza fue la carne, con un incremento de 0.15 centésimos la libra. Pero la situación es aún más delicada para los panaderos y pasteleros, quienes anunciaron que en los próximos días solicitarán un aumento del 10% en los precios del pan, ya que las ganancias se han reducido en un 50% en comparación al año pasado.

Definitivamente, no solo la Organización Estados Americanos (OEA) y todos sus países miembros tienen que estar vigilantes, no podemos permitir que para garantizar la producción de biocombustibles se vaya a atentar contra la producción de alimentos, y menos aun destinar los suelos americanos para producir etanol en vez de producir alimentos, ya que esto puede poner en riesgo el futuro de nuestras sociedades. El panorama mundial hace prever a los expertos que el precio de la comida continuará aumentando, debido al crecimiento económico , el aumento de la producción de etanol y la inestabilidad del mercado petrolero.

  • El autor es economista.
  • Publicado en Martes Financiero,9 de octubre de 2007–La Prensa

Inseguridad alimentaria: las guerras por alimentos

Conflictos modernos: Las guerras por alimentos

[versión para imprimir]
[enviar por e-mail]

 AMPLIAR

La seguridad alimentaria también sigue siendo un desafío en Colombia, donde las familias se ven obligadas a abandonar sus hogares a causa de los enfrentamientos, así como en varios países que salen de conflictos, entre ellos Serbia, Bosnia-Herzegovina y Tayikistán, con graves consecuencias para el futuro de esas naciones�.

Por David McKeeby

PARA PANAMA AMERICA

A lo largo de la historia el hambre ha sido tanto la causa como el efecto de las guerras. Por esa razón, según la antropóloga Ellen Messer y el científico político Marc Cohen, la mayoría de los conflictos modernos deben ser considerados «guerras por alimentos», un concepto que plantea desafíos únicos para Estados Unidos, el principal proveedor de ayuda alimentaria del mundo.

«Los alimentos tienen un enorme peso moral en nuestra sociedad, y es correcto que así sea», dijo Messer en una entrevista reciente con el Servicio Noticioso desde Washington. «Compartir los alimentos es parte de la historia de nuestra manera de vivir. Asegurarse de que todos tengan lo suficiente para comer es, sin duda, parte de todas las tradiciones religiosas que conforman a Estados Unidos».

Para explorar el vínculo entre el hambre persistente y los conflictos armados, Messer, profesor de la Universidad de Brandeis, y Cohen, investigadora en el Instituto Internacional de Investigación de Políticas Alimentarias, con sede en Washington, han publicado en años recientes una serie de artículos que analizan las hambrunas, la pobreza y la distribución de los recursos alimentarios en las comunidades. Durante su investigación elaboraron el concepto de las «guerras por alimentos»: la práctica de bandos opuestos por el control del suministro alimentario para gratificar a sus partidarios y castigar a sus enemigos.

En un estudio realizado en el 2003, estos dos investigadores descubrieron que más de 56 millones de personas en 27 países afrontaban la inseguridad alimentaria, debido a interrupciones en el abastecimiento, escasez y desnutrición a causa de los conflictos, un porcentaje del 20 por ciento, aunque también comprobaron que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) halló niveles determinados de países que sufrían una inseguridad de hasta el 25 por ciento en Sudán, 43 por ciento en Tanzania, 49 por ciento en Haití, y del 70 por ciento, o más, en Afganistán, Burundi, la República Democrática del Congo y Somalia.

«Tomamos esto como el punto de partida para investigar el concepto de las guerras alimentarias, en las que el conflicto es una de las principales causas del hambre. Analizamos las numerosas maneras en que el conflicto interfiere con la seguridad alimentaria», explicó Messer, quien citó, además, su impacto en los ingresos familiares y en la destrucción de granjas, mercados, escuelas y clínicas de salud. También examinaron el papel de la inseguridad alimentaria en la perpetuación del conflicto.

Las guerras alimentarias más importantes de hoy día, dijo Cohen al Servicio Noticioso desde Washington, se encuentran en la región de Darfur, en Sudán; en la región del Cuerno de África, que comprende conflictos en Etiopía, Eritrea, Somalia y la República Democrática del Congo; y en las interrupciones que sufren las familias desplazadas por los conflictos actuales en Iraq y Afganistán.

Agregó que la seguridad alimentaria también sigue siendo un desafío en Colombia, donde las familias se ven obligadas a abandonar sus hogares a causa de los enfrentamientos, así como en varios países que salen de conflictos, entre ellos Serbia, Bosnia-Herzegovina y Tayikistán, con graves consecuencias para el futuro de esas naciones.

Cómo romper el Vínculo entre el Hambre y el Conflicto

Según Messer, para romper el vínculo entre hambre y conflicto las iniciativas de ayuda exterior deben operar simultáneamente por dos vías distintas: por un lado, deben reducir la inseguridad alimentaria resolviendo la escasez con ayuda alimentaria de emergencia, y por otro, deben aumentar la seguridad alimentaria ayudando a los habitantes de la localidad a cosechar con más eficacia sus propios cultivos y a reforzar la economía de la región a fin de reducir la posibilidad de conflictos futuros.

«El alimento puede utilizarse como un gancho para reforzar otras capacidades, como por ejemplo los programas de salud, generación de ingresos y educación, que es otra manera importante en que se utilizan los alimentos».

Según estos dos investigadores, al garantizar la seguridad alimentaria básica la ayuda alimentaria puede fomentar la estabilidad y ayudar a las comunidades a resistir los nuevos llamados a la violencia militante, o al reclutamiento por los terroristas, quienes se aprovechan de las quejas de una comunidad para justificar sus ataques.

Cohen indicó que después del tsunami de 2004 en el sudeste asiático, los esfuerzos de socorro conjuntos del gobierno y de los insurrectos en la provincia de Aceh (Indonesia), derivó en un acuerdo de paz en el año 2005, lo cual demuestra cómo la ayuda alimentaria puede unir a los combatientes.

Sin embargo, la seguridad alimentaria es sólo uno de los factores de la ecuación, reconoció, y señaló lo ocurrido en Sri Lanka, donde las hostilidades se reiniciaron luego de una breve pausa.

«Los esfuerzos para lograr la seguridad alimentaria pueden ser importantes a la hora de facilitar el proceso de paz, aunque evidentemente no son suficientes como para que ello ocurra» comentó Cohen. La consolidación de la paz exige un enfoque integral que combine diversos programas de ayuda alimentaria en las sociedades que salen de conflictos.

La ayuda alimentaria desempeña un papel particularmente importante en los difíciles primeros meses que siguen a un conflicto, aseveró Cohen, cuando las familias desplazadas y los ex combatientes regresan a sus hogares para aguardar las primeras nuevas cosechas.

«Evidentemente, ese es el momento en el que la ayuda alimentaria es el tipo apropiado de intervención. Y es aún más importante que esté vinculado al desminado, posiblemente a una reforma agraria y a la reconstrucción de la infraestructura», declaró.

En su condición como principal donante de ayuda alimentaria humanitaria del mundo, Estados Unidos desempeña un papel importante, explicó, pero es preciso que haga más por medio de las Naciones Unidas y de las organizaciones no gubernamentales de ayuda, para integrar la ayuda alimentaria a la resolución de conflictos.

«Para promover las actividades alimentarias, es decir, consolidar la seguridad alimentaria donde haya sido destrozada por un conflicto, tiene que haber seguridad y ése es el meollo irresoluble con el que chocan tantos de los proyectos de reconciliación y reconstrucción después de un conflicto», aseveró Messer.

El planeta y los alimentos

El planeta y los alimentos

«Planeta bajo presión» es una serie de seis entregas producida por la BBC que investiga algunos de los temas ambientales más acuciantes del siglo XXI.

Alex Kirby
BBC, Especialista en Medio Ambiente


Cada vez es más la gente que come más y mejor, como nunca antes se había hecho.

Cola para recibir ayuda alimentaria

No toda la gente tiene dinero para comprar la comida necesaria.

El consumo de cereales ha aumentado más del doble desde 1970, y el de carne se ha triplicado desde 1961.

Lo mismo ocurre con los pescados. Entre 1950 y 1997, aumentó seis veces la cantidad de peces capturados por el hombre.

Pero nada de esto ocurrió por arte de magia, sino gracias a una ayuda especial que se le dio a la naturaleza.

El Instituto de Recursos Mundial dijo, en 1999, que el uso de fertilizantes aumentó de modo muy significativo a partir del 1984.

Una de las grandes preguntas es si el mundo puede multiplicar sus cosechas para proveer de alimentos a los 75 millones de habitantes extras que se incorporan cada año al planeta.

Crecimiento de cultivos

Los logros recientes son impresionantes. Mientras la población global se duplicó hasta alcanzar los 6.000 millones de personas, entre 1960 y 2000, la producción de alimentos aumentó por encima de esa proporción.

La cantidad de personas con malnutrición cayó de un 37% a un 18%, entre la década del 60 y mediados de los 90. Pero podríamos tener problemas para mantener esta tendencia.

Para comenzar, la mayoría de las tierras más fértiles para cultivos están en uso, con lo cual muchos agricultores tienen que recurrir a tierras marginales.

Además, los terrenos más ricos reciben un fuerte escarmiento: la degradación de sus propiedades, que ya ha provocado una reducción de la productividad agrícola del 13%, en los últimos 50 años.

Por otro lado, muchos de los pesticidas de los que ha dependido el aumento de los cultivos, están perdiendo su efectividad, a medida que las plagas se hacen más resistentes.

Otra limitación clave es el agua. El 17% de las tierras irrigadas producen entre el 30% y el 40% de los cultivos, pero en muchos países irá disminuyendo progresivamente la cantidad de agua disponible para la agricultura.

La biotecnología, en principio, puede ofrecerle al mundo cambios revolucionarios, como producir plantas resistentes a sequías o variedades que resistan los ataques de pestes.

Pero, a la vez, despierta preocupación por el debilitamiento de recursos genéticos de miles de variedades tradicionales que crecen en pequeñas comunidades en distintos lugares del mundo.

Nadie sabe cuáles pueden ser los posibles impactos del cambio climático en la provisión de alimentos.

Pequeños aumentos de temperatura podrían resultar beneficiosos para el clima de países ricos, pero dejarían a las cosechas de los países de la zona de los trópicos en una situación aún más precaria.

Muy poco espacio

Otro de los interrogantes concierne al alto costo para otras formas de vida afectadas por lo que hemos hecho para asegurar nuestra propia provisión de comida.

Sepa cuáles son los países con mayor nivel de desnutrición.

La cantidad de nitrógeno disponible para las plantas es mucho más alto que su nivel natural. De hecho, se ha duplicado, desde 1940.

El exceso de nitrógeno proviene de los fertilizantes utilizados en tierras cultivadas, de los excrementos de ganado y de otras actividades que lleva a cabo el hombre.

La consecuencia es que está cambiando la composición de especies de los ecosistemas, reduciendo la fertilidad de la tierra, intensificando el cambio climático y creando zonas en el Golfo de México y otras áreas cercanas a la costa, donde la vida se vuelve más difícil.

La magnitud de la porción de la Tierra que necesitamos para producir nuestros alimentos está teniendo un impacto de importantes proporciones.

Ya hemos tomado cerca del 26% de la superficie del planeta (unos 3.300 millones de hectáreas) para desarrollar actividades de agricultura y ganadería.

Otros 500 millones de hectáreas se destinaron a urbanizaciones.

Las pérdidas del hábitat por la transformación de las características naturales de los ecosistemas es la principal razón por las cual otras especies están llegando al borde de la extinción.

Se está pagando un pecio alto para garantizar la provisión de alimentos, aunque no todos tienen asegurado su acceso a un plato de comida.

El aumento del hambre

Manos muestran semillas de trigo

La producción de alimentos superó el ritmo de crecimiento de la población.

Por el momento, no estamos camino a reducir a la mitad el hambre en el mundo, para 2015, objetivo fijado en las llamadas «Metas de Desarrollo del Milenio», acordadas en el marco de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Aunque la proporción de gente hambrienta está disminuyendo, el aumento de la población hace que se incremente la cantidad de personas sin acceso a una alimentación balanceada.

En la década del 90, la pobreza global bajó un 20%, pero el nivel de hambre creció y se incorporaron 18 millones de personas al mundo de los que no pueden alimentarse de modo apropiado.

De acuerdo a la Organización para la Alimentación y la Agricultura (OAA), de la ONU, en 2003, cerca de 842 millones de niños y adultos no tenían suficiente para comer. Un tercio de ellos vivía en África subsahariana.

El hambre y la malnutrición matan a 10 millones de personas por año y 25 mil por día. Eso equivale a la pérdida de una vida cada 5 segundos.

El mundo produce lo suficiente para alimentar a toda la población. Pero, muchas veces, la comida no está en el lugar apropiado, no puede almacenarse por mucho tiempo, o bien, la gente que la necesita no dispone de los recursos necesarios para comprarla.

Por eso, garantizar comida para todos es más un tema político que científico.