Son embarcaciones portadoras de basura nuclear y sustancias peligrosas para la salud humana.
Raúl Leis R.
Sociólogo y Escritor
SI USTED LO VIO pasar el lunes mejor es mejor que no lo olvide nunca. Es un barco de 104 metros de largo y 7700 toneladas de desplazamiento, el casco es color azul oscuro y muestra una línea horizontal amarilla a media altura entre el nivel del agua y la cubierta. El puente de mando del barco es blanco y tiene una pequeña placa y bandera con las iniciales PNTL (Pacific Nuclear Transport Limited) y el nombre es fácil de recordar: Pacific Sandpiper.
Este es uno de los navíos que atraviesa cuatro veces al año por el Canal de Panamá, y su carga no es inocente se trata de seis embalajes donde se almacenan 130 recipientes con residuos vitrificados radioactivos con un peso de siete toneladas de basura nuclear. «Una disposición que data desde el fin de la segunda guerra mundial limita la tecnología atómica de Japón, como país vencido, por lo que depende de plantas en Francia y el Reino Unido para reciclar su combustible nuclear. La ruta más utilizada es Panamá». (Acan efe).
Hoy podemos respirar aliviados, por el momento, pues la nave no colisionó, no encalló, se accidentó o incendió, ni fue saboteada por terroristas… ¿pero siempre tendremos tanta suerte?
Nos pasan lejos, sino demasiado cerca de usted y de mí, de nosotros, cuando atraviesan el Canal y el gran lago Gatún. Eso sucede desde hace muchos años y constantemente. Es una suerte que esta vez no haya sucedido una desgracia, pues el peligro se cierne sobre el Istmo cuando ellos transitan. Son embarcaciones portadoras de basura nuclear y sustancias peligrosas para la salud humana.
El peligro no es ficticio, pues está claro que en el transporte de desechos nucleares y de plutonio involucran riesgos significativos para la gente y el ambiente de nuestro país.
Informes científicos señalan que un accidente grave que involucre un transporte de plutonio o de desechos nucleares que tuviera como consecuencia un incendio de larga duración y de alta intensidad y el eventual hundimiento del carguero afectado, podría tener como consecuencia una contaminación radiactiva significativa y de larga duración del medio ambiente. Por ejemplo, si una colisión resultara en un impacto y en un daño de incendio de los contenedores de transporte y su contenido, el material radiactivo pudiera ser liberado al medio ambiente.
Mientras que las condiciones del tiempo afectarían la dirección y la difusión de la radioactividad, el calor y las corrientes de aire causadas por el fuego elevarían los radionucleidos en el aire formando un chorro de radioactividad.
Los seres humanos y los animales que estén en la ruta de la dirección del viento proveniente del accidente caerían víctimas de la precipitación y de la inhalación de las partículas radiactivas.
La precipitación también ocasionaría la contaminación radiactiva de los alimentos y de los abastecimientos de agua. Las comunidades afectadas por un accidente semejante tendrían que enfrentar esfuerzos de evacuaciones masivas y/o una descontaminación masiva.
Al mismo tiempo, las industrias locales y regionales, de pesca, agricultura y turismo serían afectadas adversamente, sino destruidas, por los temores públicos sobre la contaminación radiactiva.
Como lo ha demostrado la explosión del reactor de Chernobyl, los efectos de los desastres nucleares son amplios y deben ser estimados en términos de las generaciones futuras, así como también presentes. Dado que los materiales nucleares involucrados en estos transportes seguirían siendo un contaminante ambiental mortífero por decenas o cientos de años, los impactos de un accidente de transporte son demasiado enormes para ser imaginados.
Como actividad humana que es, el tránsito de buques está sujeto a accidentes, situación que es demostrada por los del buque Neápolis (24 de enero de 2001), el Jag Rekha (7 de enero de 2001), Exxon Valdez (24 de marzo de 1998), el submarino Kursk (12 de agosto de 2000), el Pool Fisher (1979), recientemente el Prestige (19 de noviembre de 2003) en las costas de Galicia, Amoco Cadiz (1978), y Argo Merchant (1976), entre otros.
Varias organizaciones han demandado al Gobierno de Panamá ante el Tribunal Latinoamericano del Agua, cuya audiencia se celebró a mediados de marzo del 2006. Ya en el 2004, el Tribunal Centroamericano del Agua emitió una resolución contra el Gobierno panameño por permitir el tránsito de materiales altamente radiactivos por Panamá y someter a la población a los peligros posibles.
El peligro implícito en tránsitos de estos desechos ha sido motivo de debate internacional y objeto de numerosos pronunciamientos y fallos que destacan la amenaza que éstos constituyen para la vida humana. Por ejemplo, la resolución del 12 de diciembre de 2001 en la Tercera Cumbre de los jefes de Estado y/o Gobierno de los Estados, países y territorios de la Asociación de Estados del Caribe: «Reiteramos nuestro enérgico y total rechazo a la utilización continua del Mar Caribe para el tránsito y el trasbordo de materiales nucleares y desechos tóxicos, dada la amenaza que cualquier derrame accidental o indicado de estos materiales representaría para la vida y los ecosistemas de la región».
Cuatro veces al año la vida de cientos de miles de panameños está en riesgo. ¿Debemos esperar una tragedia para detener esta situación?
raulleisr@hotmail.com
Fuente: El Panamá América, 28 de febrero de 2007
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