Mensaje del Director General de la FAO sobre el tema del Día Mundial de la alimentación 2008

Mensaje del Director General

Mensaje del Director General de la FAO sobre el tema del Día Mundial de la alimentación/TeleFood 2008:
“Seguridad Alimentaria Mundial: los Desafíos del Cambio Climático y la Bioenergía”

Del 3 al 5 de junio de 2008 se reunieron en Roma los delegados de 181 países (entre ellos 43 Jefes de Estado y de Gobierno y más de 100 ministros) para participar en la Conferencia de Alto Nivel sobre la Seguridad Alimentaria Mundial. Más de 5 000 personas asistieron a dicha reunión, que situó la crisis alimentaria en primer plano del debate sobre el desarrollo mundial. La Conferencia reafirmó la necesidad de producir más y, por tanto, de invertir más en la agricultura. En efecto, se trata de hacer frente a la creciente demanda de alimentos provocada por el incremento demográfico, el progreso económico de los países emergentes y la competencia en el sector de la bioenergía, en un período en el que tanto el cambio climático como la reducción de las existencias afectan a la oferta.

El tema del Día Mundial de la Alimentación de este año es “Seguridad Alimentaria Mundial: los Desafíos del Cambio Climático y la Bioenergía” y ofrece una oportunidad de promover las conclusiones de la Conferencia de Alto Nivel y poderlas aplicar lo antes posible.

El cambio climático tiene consecuencias para todos, pero las regiones más pobres ya están siendo sus primeras víctimas. Lo más probable es que la situación empeore en las próximas décadas. La peor parte corresponderá a los centenares de millones de personas vulnerables que padecen inseguridad alimentaria: los pequeños productores agrícolas y forestales, ganaderos y pescadores. La evolución de la temperatura y las precipitaciones, así como la mayor frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, seguramente darán lugar a reducciones de la producción agropecuaria, con las consiguientes repercusiones negativas sobre el acceso a los alimentos.

Así pues, es posible que el cambio climático suponga una intensificación de los flujos migratorios hacia los países más ricos si la elevación del nivel de los océanos obliga a las numerosas comunidades de las zonas costeras y de los deltas fluviales a desplazarse hacia zonas más elevadas. Estos riesgos deben tenerse en cuenta desde ahora. Y, por consiguiente, el análisis de la seguridad alimentaria debe situarse en un contexto completamente nuevo.

El vertiginoso aumento de los precios de los productos alimentarios y de la energía en los tres últimos años ha hecho crecer, hasta el final de 2007, en 75 millones el número de personas que padecen hambre. Esta crisis se debe a la disminución de las inversiones agrícolas en los países más pobres en los 30 últimos años. La parte correspondiente a la agricultura en la ayuda pública al desarrollo ha pasado del 17 % en 1980 al 3 % en 2006. Las instituciones financieras han reducido drásticamente su contribución a la agricultura. Es necesario invertir rápidamente esta tendencia y recuperar el nivel inicial. Además, es necesario crear marcos que permitan un crecimiento masivo de las inversiones extranjeras directas en favor de la agricultura en los países de bajos ingresos y con déficit de alimentos. Unas asociaciones equitativas entre los países que disponen de tierra, agua y mano de obra y los países que poseen recursos financieros, capacidad de gestión y mercados adecuados podrían constituir una base sólida para una agricultura sostenible. Ésta tiene que ser capaz de doblar la producción de alimentos para 2050, cuando la población del planeta, hoy de 6 000 millones, alcance los 9 000 millones. Sólo así será posible movilizar los fondos necesarios para renovar la agricultura, que el Grupo de trabajo de alto nivel sobre la crisis alimentaria mundial estima en unos 30 000 millones de dólares anuales.

En este Día Mundial de la Alimentación 2008 les invito a divulgar la Declaración de la Conferencia de Alto Nivel sobre la Seguridad Alimentaria Mundial y a movilizar a todas las partes interesadas para proceder a su aplicación: gobiernos, instituciones internacionales, organizaciones agrícolas profesionales, sociedad civil y sector privado. Es el momento de actuar. Ahora más que nunca, el futuro del planeta depende de nuestra capacidad para sostener el desarrollo de la agricultura en los países más pobres.

Dr. Jacques Diouf,
Director General de la
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)

Día Mundial de la Alimentación, 16 de octubre de 2008

La Seguridad Alimentaria Mundial: los Desafíos del Cambio Climático y la Bioenergía

El Día Mundial de la Alimentación nos brinda la oportunidad de poner de relieve una vez más el flagelo que afecta a 923 millones de personas subnutridas del mundo. La mayoría de ellas vive en las zonas rurales, y el sector agrícola es su principal fuente de ingresos. Los progresos hacia la consecución del objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de reducir su número a la mitad para el año 2015 se han estancado ya. El calentamiento del planeta y el auge de los biocombustibles están amenazando ahora con aumentar incluso el número de personas hambrientas en los próximos decenios.

La seguridad alimentaria en Panamá no existe

AGRICULTURA. Autoridades agropecuarias tienen otra opinión

Pérdidas atentan contra la seguridad alimentaria

“Las importaciones y la especulación de los intermediarios nos están acabando y nadie hace nada”, aseguran los agricultores de las tierras altas de la provincia de Chiriquí y de la región de Azuero

Maria De Gracia

PA-DIGITAL

Pérdidas. Un trabajador mira con tristeza los repollos perdidos en una plantación en Cerro Punta, en Chiriquí.

En los campos panameños la falta de apoyo es evidente. Allá, muchos productores han decidido vender sus propiedades al mejor postor, rompiendo así con la tradición familiar de apego a la naturaleza, mientras que otros insisten en seguir haciendo brotar alimentos de la tierra.

Ya sea en la productiva región de la provincia de Chiriquí o en las áridas tierras de Azuero, la situación no es muy distante.

«Las importaciones y la especulación de los intermediarios nos están acabando y nadie hace nada», dice con palabras mojadas por la impotencia, Tomás Atencio, un otrora próspero productor de las tierras altas chiricanas.

Y es que solo durante la pasada cosecha Atencio perdió más de 10 mil dólares en una siembra de cebolla para la cual no encontró mercado.

El bulbo se perdió en el campo, y a Atencio solo le quedó llorar por el vapor que despedía el fruto de su frustrado trabajo.

Bastante distante de las parcelas de Atencio está Héctor Ortega, un productor del valle de Tonosí, en la provincia de Los Santos, quien, según dice, hace unos años se dejó llevar por los cantos de sirenas que afirmaban que la agroexportación era la panacea del sector.

«Todo fue mentira», afirma hoy, al tiempo que cierra el puño de su mano derecha.

Recuerda que entre los que impulsaban esta iniciativa estaba el actual ministro de Desarrollo Agropecuario, Guillermo Salazar.

Pero ahora Salazar tiene otra postura. En un reciente foro sobre seguridad alimentaria, sostuvo que el Gobierno tiene el deseo de apoyar el crecimiento de la producción de arroz, maíz, frijol, carne y leche «para que disminuyan los efectos de los productos importados y se pueda apoyar la producción nacional».

El pronunciamiento que hoy hará el presidente Torrijos en la provincia de Los Santos, reveló, «estará dirigido a incentivar la producción nacional y un apoyo sostenible a los productores del país».

Datos.
La producción anual de papas en Panamá es de unas 27 mil toneladas.

Las importaciones de papas procesada suman las 10 mil toneladas al año.

La producción local de cebolla oscila entre 45 mil a 50 mil quintales al mes.

La cosecha de cebolla en 2006-2007 alcanzó los 678,808 quintales, los productores aseguran que de no existir incentivos la producción caerá.

Agroexportación.
La agroexportación, que en el 2000 se le vendió a los productores como la mejor alternativa para salir adelante, hoy presenta otra cara, según cifras oficiales

Durante el período enero-marzo del 2008 comparado con su similar del 2007, la exportación de melón registró una baja en su valor de 13,7% y su peso en 18,4%.

Igualmente, la piña redujo su valor exportado en 17,1% y su peso en 14,4%. En cuanto a la sandía, su valor exportado mermó en 0,2%.

Por otro lado, se observaron bajas en la exportación de carne de ganado bovino de 17,7% en su valor y 17% en su peso; igual comportamiento lo reflejó el ganado vacuno en pie, en 97,4% en valor y 90.0% en volumen.

Nuestra seguridad alimentaria

AYUDA PARA EL AGRO.

Nuestra seguridad alimentaria

Juan Nuques
opinion@prensa.com

Los países que tienen su seguridad alimentaria organizada han decidido no vender más alimentos a otros para evitar la escasez y, por consiguiente, el encarecimiento de esos productos a su población. Ese no es el caso en nuestro querido Panamá, en donde la seguridad alimentaria no está organizada y ni siquiera se habla de ella entre quienes consultan para promulgar nuevas leyes que beneficien a los habitantes.

Pareciera que nosotros no tenemos necesidad de ser organizados para producir alimentos, porque de un plumazo se autoriza la compra e introducción de granos básicos con nombres sugestivos que los haga atractivos al consumidor. Quiero decirle a los encargados de promoción que es el hambre imperante entre los panameños, la que abarrota las ferias libres. No es necesario promocionar los productos que allí se ofertan, simplemente hay hambre y no tenemos producción nacional a bajos costos, para suplir las necesidades del pueblo.

Como panameño y productor del campo siento vergüenza de esa solución tan falaz para erradicar el hambre. Tener que importar arroz y demás alimentos, que podemos producir aquí, es aceptar que somos mediocres e incompetentes. Hago la salvedad de que los hombres del campo no nos sentimos así. Culpo de ello a la política agropecuaria, que no es discutida como un asunto de Estado por los señores de turno.

Cómo es posible que al productor se le dupliquen los costos, sin que las autoridades estatales den pasos en firme para normalizar esa situación, más cuando lo que está en juego es la capacidad de producir nuestro alimento y saciar el hambre del panameño común.

Es tiempo de que se elimine la exoneración de impuestos a ciertos grupos y que se cobren esos dineros para ponerlos a trabajar a favor de la seguridad alimentaria del país.

Esta situación no la resolverá ningún candidato ni partido político tradicional, sino quienes realmente piensen en el país y en su capacidad de producir alimentos de forma eficaz, así como en la necesidad de establecer una cadena nacional de comercialización directa para evitar el encarecimiento excesivo de los productos una vez llegan a los centro de expendio (supermercados).

Es insólito pensar que Panamá se puede convertir en un país exportador, de la noche a la mañana, como se lee en los medios de comunicación escrita; o que Bocas del Toro suplirá de arroz en grandes cantidades al resto del país, porque sus tierras y clima lo permiten, pudiera ser cierto pero ¿quién y cómo lo producirán y a qué costo?

Ningún país del mundo que no produzca lo suficiente para alimentar a su población puede lograr la independencia económica, porque siempre tendrá fugas de divisas y, por muchas inversiones en la construcción, banca y servicios que reflejen excedentes, hoy la realidad del país es que sus ciudadanos carecen de alimentos.

El autor es ingeniero zootecnista

Etnoinflación y seguridad alimentaria

Entrevista

Creciente ‘etanoinflación’

La realidad es que Panamá, como casi todos los países del mundo, no ha escapado de los efectos derivados de los inusitados incrementos en los productos terminados, materias primas e insumos utilizados en la producción de alimentos. Para citar solamente un par de casos, el maíz y la soya que se utilizan en la avicultura y demás actividades pecuarias han sufrido incrementos en sus precios en comparación con el promedio del año anterior por el orden del 102% y 89%, respectivamente”. Luis Castroverde B. / mf@prensa.com

Desde hace muchos años algunos estudiosos y expertos han estado vaticinando el riesgo de que la humanidad tenga que enfrentarse en un futuro no tan lejano a una gran hambruna. La advertencia se hizo bajo la premisa de que la producción de alimentos no está creciendo al mismo ritmo en que se incrementan las necesidades que, en ese orden, tiene la población mundial.

Aunque afortunadamente estas advertencias no se han cumplido hasta la fecha con todo su rigor, tales predicciones parecieran cobrar nuevamente vigencia ante las políticas que vienen impulsando las grandes economías, principalmente Estados Unidos, que promueve e incentiva la utilización cada vez mayor de cultivos como el maíz para la elaboración de biocombustibles en lugar de su empleo en la producción de alimentos.

Tal es la situación que de acuerdo al nuevo proyecto de ley de energía firmado recientemente por el Gobierno estadounidense, los requerimientos de combustible renovable basados en la utilización de grano deberán alcanzar para el año 2022 un mínimo de 15 billones de galones de etanol, que, de acuerdo a los niveles de producción actual, demandarán la utilización de aproximadamente el 41% de la producción total de maíz de Estados Unidos que a su vez representa el 40% de la producción y el 70% de las exportaciones mundiales de este grano.

Esta tendencia marcada y constante que se viene observando en el crecimiento de la demanda bioenergética, sumado al aumento del consumo por parte de economías emergentes como China e India, las afectaciones por

desórdenes climatológicos como los ocurridos en Nueva Zelanda y Australia y los incrementos en los precios del petróleo están produciendo una escalada en los precios de los productos alimenticios básicos que en el año 2007 alcanzaron un aumento promedio del 13% a nivel mundial y que no tiene ningún viso de mejoría a corto plazo.

Realidad mundial

En este preocupante y cada vez más complicado escenario, vemos cómo productos como el maíz han alcanzado su precio histórico más alto en los últimos 12 años, la soya y el trigo se cotizan a precios récord y un producto tan consumido en Panamá como lo es el arroz ha visto duplicar su precio en el mercado internacional en el último año. Para países pobres, el aumento en los precios de los productos de primera necesidad se traduce en una mayor inflación, ya que los alimentos tienen un peso mucho mayor en el gasto de consumo de la población.

Para Panamá lo mismo que para nuestros gobernantes y la sociedad, esta situación nos enfrenta a un nuevo reto en la lucha que todos debemos estar comprometidos a librar en contra de uno de nuestros principales problemas sociales, como es el combate a la pobreza y todas sus secuelas, entre ellas el hambre y la malnutrición.

La realidad es que Panamá no ha escapado de los efectos derivados de los inusitados incrementos en los productos terminados, materias primas e insumos utilizados en la producción de alimentos. Para citar solamente un par de casos, el maíz y la soya que se utilizan en la avicultura y demás actividades pecuarias han sufrido incrementos en sus precios en comparación con el promedio del año anterior por el orden del 102% y 89%, respectivamente. Fácilmente a la avicultura y a la porcicultura panameñas estos aumentos le están significando más de 50 millones de sobre costos en un año.

Pero si bien esta situación representa una mayor vulnerabilidad para un número importante de panameños que viven en situación de pobreza (20.5%) y de extrema pobreza (16.7%), también representa la oportunidad de que, así como después de casi cien años dejamos de vivir de espaldas al mar, también dejemos de vivir a espaldas del campo, como ha estado ocurriendo en los últimos años ante la falta de consistencia en las políticas y estrategias que han venido orientando al sector agropecuario panameño.

Después de que por muchos años el sector productivo agropecuario se debatió frente a los argumentos convenientemente sesgados de sus detractores oficiosos, que siempre se esforzaron por hacer prevalecer la idea de que lo más conveniente para el país era depender de las importaciones de los productos alimenticios, so pretexto de que resultaba más barato adquirirlos en el mercado internacional, la realidad de hoy deja muy pocas dudas de que nuestros países deben evolucionar hacia la adopción de una política de seguridad alimentaria cónsona con el postulado de que la comida más cara es la que no producimos.

Las iniciativas que se adelanten en esta dirección, no solamente deben estar enfocadas en resolver los problemas recurrentes del agro panameño, sino también que los estímulos e incentivos a la producción que actualmente están muy orientados a promover las exportaciones, igualmente alcancen a los productores que se dedican a abastecer el mercado nacional, pero más importante aún que esos productores en cada una de sus escalas puedan integrarse de manera efectiva en la cadena de comercialización para que los beneficios de las eficiencias que se generen en la producción lleguen con la menor distorsión posible a nuestros consumidores.

En conclusión, alertamos de la necesidad de que, así como tuvimos una visión y compromiso de país con respecto al funcionamiento, desarrollo y explotación de nuestro principal activo, el Canal de Panamá, también tengamos la capacidad de unirnos alrededor de un compromiso nacional que permita la adopción de una política de estado que garantice que nuestros productores puedan abastecer el mercado nacional de alimentos de primera necesidad en forma sostenida, competitiva y eficiente.

  • El autor es Presidente de la Asociación Nacional de Avicultores de Panamá.