La destrucción que puede causar en el ambiente la actividad minera de extracción de oro es tristemente indescriptible. Puede convertir la selva húmeda en una zona desértica; puede causar un desbalance ecológico con consecuencias terribles para su entorno cercano, incluso, lejano. Las autoridades deben empezar a responder preguntas como, ¿vale la pena tanta pérdida?
¿Su rentabilidad es tal para el país, que es imperativa la explotación a toda costa? ¿Es una verdadera fuente de progreso para las comunidades que deben convivir con la degradación de su medio? Si las respuestas a estas interrogantes son sí, entonces, ¡enhorabuena!
Pero si estas minas no resultan ser tan beneficiosas como prometen, es hora de tomar decisiones, y rápido, porque de lo contrario el precio que pagaremos será muy superior al oro que se extraiga de ellas. El Gobierno no puede seguir dando la espalda a nuestros recursos más valiosos, otorgando concesiones para extraer oro y recibir a cambio solo el cobre de unas cuentas monedas y la destrucción masiva del ambiente.
La Prensa, 9 de octubre de 2007
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